LOS PAPIROS
Una mañana calurosa de junio, entré como era mi costumbre en el ancho pasillo de la facultad antigua.
Una señora regordeta y con tacones sonoros que caminaba a toda prisa con mil llaves en la mano, me salió al encuentro; el departamento estaba vacío y los papiros al descubierto entre los viejos libros de las viejas vitrinas.
No hay nadie, entro y me dirijo a los papiros sin más preámbulos, la señora regordeta me mira con una expresión entre lastimosa y preocupada, en el pasillo donde he salido a fumar un cigarro, al final hay una salida a la calle, es el piso más alto, una puerta aparentemente ciega de hierro que contrasta con la antigüedad del edificio, me quedo parada un momento y siento de pronto la atmósfera de la Atenas moderna y todas las islas circundantes, es el viaje, caigo en la cuenta con alegría, es el viaje, ¡todos están de viaje¡.
La señora regordeta me seguía de cerca temerosa de que ocurriera una desgracia, en medio de mi supuesta terrible soledad y extremadamente vigilante, más que una bedela parecía un guarda jurado, entonces se apresuró a cerrar con dos vueltas de llave la puerta aparentemente ciega.
Haciendo como que ignoraba la situación seguí mi camino hacia la puerta de hierro, intrigada, miré por el cristal y sentí vértigo, sí, era cierto que estaba muy alto el piso, mientras tanto, se oía el taconeo presuroso de acá para allá impaciente.
Harta ya de una situación agobiante como esa me di media vuelta y me dirigí tranquilamente a los codiciados papiros que tantas veces me habían tentado con el único fin de seducirme y hacia los cuales tenía ahora el camino expedito.
Una señora regordeta y con tacones sonoros que caminaba a toda prisa con mil llaves en la mano, me salió al encuentro; el departamento estaba vacío y los papiros al descubierto entre los viejos libros de las viejas vitrinas.
No hay nadie, entro y me dirijo a los papiros sin más preámbulos, la señora regordeta me mira con una expresión entre lastimosa y preocupada, en el pasillo donde he salido a fumar un cigarro, al final hay una salida a la calle, es el piso más alto, una puerta aparentemente ciega de hierro que contrasta con la antigüedad del edificio, me quedo parada un momento y siento de pronto la atmósfera de la Atenas moderna y todas las islas circundantes, es el viaje, caigo en la cuenta con alegría, es el viaje, ¡todos están de viaje¡.
La señora regordeta me seguía de cerca temerosa de que ocurriera una desgracia, en medio de mi supuesta terrible soledad y extremadamente vigilante, más que una bedela parecía un guarda jurado, entonces se apresuró a cerrar con dos vueltas de llave la puerta aparentemente ciega.
Haciendo como que ignoraba la situación seguí mi camino hacia la puerta de hierro, intrigada, miré por el cristal y sentí vértigo, sí, era cierto que estaba muy alto el piso, mientras tanto, se oía el taconeo presuroso de acá para allá impaciente.
Harta ya de una situación agobiante como esa me di media vuelta y me dirigí tranquilamente a los codiciados papiros que tantas veces me habían tentado con el único fin de seducirme y hacia los cuales tenía ahora el camino expedito.
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