La Cosecha
Siento sobre mi piel el sol mortecino de los comienzos de mi otoño vital, como un jornalero, tostada por la luz del verano y el incipiente calor de la primavera tras el largo aislamiento de repetidos inviernos. Cargada con papel, lápiz y goma de borrar para evitar el error, con una disciplina impresionante, llena de concentración e interés, a buen recaudo desde 1980, en medio de tormentas y envites sin fin, hoy ya en otro siglo, recojo la cosecha, y feliz con el trabajo lo celebro todos los días después de la jornada con una copa del buen vino de mis suculentas uvas. No hay más, el ciclo vital siempre es el mismo, eso es más que un avatar, que una aventura, es una satisfacción magnífica y es suficiente.
Llega el otoño y con él llegan los comienzos, se recoge la cosecha abundante de las uvas, regresan los niños al colegio y lejanos recuerdos nos sumergen en la niebla incipiente de los días.
Regresamos a casa a esa casa singular que tantas veces evocamos en sueños, las nubes se acercan con una amenaza suave a lo lejos, aun el viento reclama a sus víctimas con sigilo y es suave y todavía no se ha cargado de bríos, las lluvias caen levemente sobre el rostro, y los campos se llenan de hojas secas y crujientes al paso del paseante que las pisa, llega, y con él toda la desventura y soledad del invierno, el otoño solo es un esbozo, esbozo de soledades pasadas y por venir, esbozo áureo que se extiende sobre el mar sin otra esperanza que el cielo gris y turbulento del invierno.
Otoño estación de paso, estación del regreso, lápices y cuadernos, libros de texto nuevos y por descubrir, horarios que se trastocan, nueva luz ocre entre las hojas, nueva estación que abriga la estación venidera.
Tal vez solo nos encontramos una vez y esa vez sirvió de precedente a todos los inviernos por venir, y tal vez se vive en las ciudades con el deseo tácito del pueblo, allí en donde se recoge el fruto sagrado, en donde avistamos un horizonte más extenso. Aún te siento rodar por las calles de mi ciudad, los edificios se abaten grises y taciturnos en la esperanza, aun amargo me recuerdas mi soledad, y yo te sigo a través de las sierpes del infinito día dorado, poblado de animales que se relamen a mi paso con un placer intenso como la naturaleza cruel y avasalladora, y tú regresas a los bancos del parque más cercano con un libro en las manos y evocas los cantos de otro que como tú en esta estación mágica y portal de incertidumbres abrieron sus almas a la espera,
Ya no se sienten las mañanas frescas de la estación bulliciosa que te precede, ya las acciones son pausadas y expectantes como si una amenaza de inclemencias nos abrazara impaciente, la ciudad se puebla de solicitudes y premura y el campo monótono sigue su curso, los árboles se despueblan y quedan en el suelo para que las pises las hojas sin dueño despojadas.
Llega y la soledad y se siente entre las cejas, la soledad de siempre la soledad amiga que nos acompaña desde los lugares más recónditos de nuestras vidas, esa que no alcanzan los seres anónimos que nos acompañan en los paseos cotidianos de la abundancia, esa que nos marca de por vida y que con su dureza no se desprende nunca de nuestra piel, soledad amarga semejante a un sueño que a duras penas tocamos cuando algún viandante nos despierta, es el tiempo de cosecha, es el comienzo de un final inevitable, las canas incipientes nos anuncian la caducidad de nuestros días y tú, tú no sabes aunque el anciano que ves recostado en el banco te lo anuncie que tienes los días contados y el fin se acerca inexorable. Suavemente escucho las voces de los muertos, ellos tan lejos ahora, desde aquellos días de escuela me cuentan su infinito ruego, su infinita andanza, allá en donde un día descansarán también mis huesos, lejos del bullicio, lejos de este llanto que nos abraza como una madre ausente, ausente de las cosas y presente en el silencio.
La cosecha es ingente, toda una vida de trabajo, que se llevará la muerte.
Foto :Vincent Van Gogh: La cosecha
De: Silencios en Otoño
De: Silencios en Otoño