LA INOCENCIA DE EDIPO
“El fin de toda nuestra exploración será llegar al lugar de donde partimos y conocerlo por primera vez”
T. S. Eliot
Una madre y su hija solían comentar con frecuencia las diferentes actitudes de hombres cegados por el amor a sus madres. Veían en ello algo grotesco que de algún modo las desplazaba y solían reír con las frecuentes llamadas de atención de los apasionados hombres. Lejos de manifestar una personalidad “edípica”, la hija amaba tiernamente a su madre y como mujer, libre de cualquier connotación sexual, una corriente de empatía las unió para siempre. Ambas amaban los libros y conocían las viejas historias y terribles interpretaciones que de alguna manera justificaban esas actitudes de algunos hombres y que sazonaban la historia del pobre Edipo. Sabían que la tragedia del inocente personaje se basaba simplemente en el azar de su destino.
Edipo fue abandonado por su padre legítimo Layo rey de Tebas en el monte Citeron con el fin de que muriera y apagara así los malos augurios para su reino, fue adoptado por los reyes de Corinto, Pólibo y Peribea o Mérope a quienes Edipo amó y respetó convencido de que eran sus padres reales. Cuando descubrió el rumor de que se iba a convertir en el asesino de su padre huyó de Corinto y en su viaje a Tebas en un cruce de caminos el heraldo de Layo, Polifontes ordenó a Edipo que le cediera el paso pero ante la demora de éste, mató a uno de sus caballos. Edipo se encolerizó y mató a Polifontes y a Layo sin saber que era el rey de Tebas, y su propio padre.
Tuvo aún otro encuentro con el destino antes de llegar a Tebas, y se cruzó en su camino una esfinge que le planteó dos acertijos. En la mitología griega la Esfinge en griego Σφίγξ, quizá de σφίγγω, ”estrangular” era un demonio de destrucción y mala suerte, que se representaba con rostro de mujer, cuerpo de león y alas de ave. Pero una tradición referida por Pausanias, dice que la Esfinge no era un monstruo, sino una hija del rey Layo, a quien se le había confiado un secreto solo conocido por los monarcas de Tebas. Al morir Layo, cuando varios de sus hijos llegaron a reclamar el trono, la Esfinge se enfrentó a ellos declarando que solo reconocería como sucesor legítimo a quien fuera capaz de señalar con precisión el secreto de los reyes tebanos, y que condenaría a muerte a todo el que fallare. Sólo Edipo, nos dice esta tradición, desentrañó correctamente el secreto, ya que le fue revelado en un sueño.
La versión más común del pasaje es la que se deduce del texto de Sófocles:
Existe sobre la tierra un ser bípedo y cuadrúpedo, que tiene sólo una voz, y es también trípode. Es el único que cambia su aspecto de cuantos seres se mueven por tierra, aire o mar. Pero, cuando anda apoyado en más pies, entonces la movilidad de sus miembros es mucho más débil.
Escucha, aun cuando no quieras, Musa de mal agüero de los muertos, mi voz, que es el fin de tu locura. Te has referido al hombre, que cuando se arrastra por tierra, al principio, nace del vientre de la madre como indefenso cuadrúpedo y, al ser viejo, apoya su bastón como un tercer pie, cargando el cuello doblado por la vejez.
Con este acertijo se ponía de manifiesto la caducidad de la energía del ser humano, que era sólo un breve período entre la niñez y la vejez. Algo momentáneo, temporal, y que había que aprovechar lo máximo posible antes de que llegase la vejez, en la que el hombre debía depender de un bastón, o de otras personas, para poder mantenerse en pie.
La Esfinge le planteó también otro acertijo: “Son dos hermanas, una de las cuales engendra a la otra y, a su vez, es engendrada por la primera” Edipo contestó: el día y la noche. Furiosa la Esfinge, se suicida lanzándose al vacío y Edipo es nombrado el salvador de Tebas.
Edipo fue nombrado rey y se casó con la viuda de Layo, Yocasta, su verdadera madre. Tuvo con ella cuatro hijos Eteocles Polinices, Antígona e Ismene y los dos hermanos se enfrentarían más tarde entre ellos a muerte por el trono tebano. Otra tradición afirma que los hijos de Edipo no fueron de Yocasta sino de Eurigania.
Finalmente
se extiende una peste en Tebas y se considera un castigo divino porque el
asesino de Layo no ha expiado aún su culpa, Edipo quiere hacer averiguaciones y
es el adivino Tiresias quien le revela que el asesino es él mismo. Edipo se
hiere los ojos con los broches del manto de Yocasta para con la ceguera
manifestar cuán lejos se había encontrado de la realidad. Ordena a Creonte que
le expulse de Tebas y solo su hija y hermana Antígona le acompaña y le guía en su
destierro.
Sin embargo a pesar de la evidencia del relato, que deja bien claro que Edipo solo conoce a su madre por el azar de su destino, las dos mujeres vieron enloquecer y cegarse a los hombres que conocieron en sus vidas, víctimas del mal hado, y furiosamente enamorados de sus madres oscurecían su presencia en sus vidas tratadas como intrusas o rameras.
Así un hombre muy enamorado de su madre exponía sin reparo su personalidad “edípica” a todo el que le conocía. Expresaba clara animadversión contra toda mujer que no le evocara las ilustres cualidades de su madre, si no respondía a su ideal la repudiaba sin contemplaciones y la llenaba de oprobio, llegaba a tal grado de identificación con la mujer de sus sueños que dejaba crecer sus cabellos, las uñas de sus manos y buscaba sin cesar el paradigma materno con el fin de violarla y asesinar a cualquier intruso que vislumbrara en su quehacer cotidiano.
Otro hombre halló en las interpretaciones freudianas del mito su tabla de salvación y proyectando en las mujeres de su vida los horrores de la historia conseguía obnubilarlas para que le siguieran a su lecho, como si de un padre benefactor se tratara, otro hombre hacía de su mujer un altar inviolable y sagrado, y borraba de su presencia a cualquier mujer que no la venerara, otros, ignorantes de la historia de Sófocles se dejaban arrastrar por el ambiente mítico y cometían toda clase de desatinos y tropelías contra las mujeres en busca de la madre perdida en medio de tal enredo, les hubo que regresaron ciegos o miopes y con cataratas a edad temprana, otros reventaron sus pulmones a causa de las drogas o el alcohol, hubo muchos divorcios, y múltiples casos de incesto que se repetían una y otra vez de un modo frenético y desesperado, la peste de Tebas se cernía sobre su ciudad incapaces sus hombres de resolver los enigmas que el destino planteó a Edipo: la caducidad de la vida y la débil condición del ser humano y algo tan sencillo como el paso de la noche al día y del día a la noche, escapaban a esas mentes perturbadas por la pasión materna. Olvidaban sin duda las últimas palabras del coro en la obra de Sófocles: “Que a nadie se le tenga por dichoso hasta que muera”.
De: Claros y Sombras
Mercedes Vicente González
Foto: Edipo Re. Fotograma del film de Pier Paolo Pasolini