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OTOÑO
EN LAS ROCAS
A mí, en cambio me atrae lo lejano.
En mi rostro penetra un universo,
Tal vez deshabitado lo mismo que una luna;
El
solitario. Rainer María Rilke
Es
tiempo de manzanas, de verduras contundentes, de uvas, de hojas que se
desprenden de los árboles, de colores tenues, de nubes y de mareas
arrolladoras, de vientos en penumbra, de nieblas y de brumas al amanecer en las
que el sol se esconde y a duras penas deja escapar una leve luz blanquecina, de
lluvia pertinaz y avisadora de un tiempo de nieve, es tiempo de arrullos, de
cobijo entre las sábanas, de silencios en otoño que barruntan el terrible
invierno, sí, es tiempo de silencio.
Él
en cambio, ineludible, inmenso, altanero y arrogante, golpea sin piedad cuanto
encuentra a su paso. Vanidoso se viste
del universo todo con sus luces y sus sombras. Se estrella con fuerza contra
las rocas ávido de surcar la tierra con su brutal aliento.
Resplandece
con la luz del sol y se confunde con el azul del cielo, cuando el sol se duerme
en el horizonte un arcoíris de colores le coronan, las sombras de las rocas le
tiñen de negro, brilla en plenitud plateado en noches blancas de luna llena, el
viento riza sus albas olas de espuma,
la niebla le esconde en su seno y oculta sus traicioneras fechorías, la lluvia
golpea sus aguas y estallan chispas luminosas en su superficie. Dispersa y
deshace la dulce y gélida nieve sobre la arena. Taimado y poderoso, escucho su rumor días y
noches y siento su amenaza imperiosa, entonces me alejo y me oculto de su
arrebatador canto sonoro, murmullo de lánguidas voces eternas, notas del
monótono existir.
Capaz
de borrar en su sed de dominio el infinito horizonte de mis sueños, jamás le
permito acariciar mi piel con sus halagos cuando el mar irrumpe en mi puerta seductor
y torticero, todos le temen y pocos le comprenden, solo aquellos que han
contemplado alguna vez el reflejo de la muerte en su seno. Deambulo en
ocasiones a su costado y le siento tímido acercarse a mis pies desnudos, ese
cúmulo de aguas turbulentas devora la eternidad del universo. Tantas veces
surcado, tantas veces cantado y alabado, con innumerables nombres nombrado,
imposible eludir su presencia, hace al hombre solitario aun más solitario en su
grandeza, hace gozar al inocente o al ignorante y los devora en su corriente,
hace el sustento de hombres que en su osadía zozobran e incluso mueren en un
ahogo cotidiano, una pobre y fatigada luz humana se extiende y alumbra de noche
a esas pobres almas desdichadas.
En
esta estación de silencios, las gentes se alejan de su presencia y lo evitan,
más furioso se extiende sobre la costa, más visible, más vehemente, celoso de aquellos
que sobre la tierra en un abrazo furtivo se olvidan de su azote mortal.
Pintura: Claude Monet
Las rocas de
Pourville, oleo sobre lienzo
De: Silencios en otoño