LA MUERTE DE ANTÍGONA
"El temor entre muchas otras cosas le va bien a la tiranía"
(Antígona)
Durante largo tiempo fue canónica la interpretación que de Antígona dio Hegel:
“Antígona es, una de las más sublimes obras de todos los tiempos, primorosa bajo todos los aspectos. En esta tragedia todo es consecuente: están en pugna la ley pública del Estado y el amor interno de la familia y el deber para con el hermano. El pathos de Antígona, la mujer, es el interés de la familia; y el de Creonte, el hombre, es el bienestar de la comunidad. Polinices, luchando contra la propia ciudad patria, había caído ante las puertas de Tebas; y Creonte, el soberano, a través de una ley proclamada públicamente, amenaza con la muerte a todo el que conceda a dicho enemigo de la ciudad el honor de los funerales. Pero Antígona no se deja afectar por este mandato que se refiere solamente al bien público de la ciudad; como hermana cumple el deber sagrado del sepelio según la piedad que le dicta el amor a su hermano. A este respecto apela a la ley de los dioses; pero los dioses que ella venera son los dioses inferiores del Hades: los interiores del sentimiento, del amor, de la sangre; no los dioses diurnos del pueblo libre consciente de sí, y de la vida del Estado”
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hJ Divkh tw'n kavtw qew'n sugkavtoiko"
Sófocles, Antígona, v. 451
De todas las muertes conocidas quizá la más dolorosa es la cerebral, para ella no hay paliativos, desgarrador y aturdidor el dolor es un suplicio que arrastra consigo como una pesadilla cualquier brote de vida en las entrañas, y llevado hasta las últimas consecuencias es muy semejante a esas imágenes de catatónicos, la mayor parte mujeres, que habitan la planta de los desahuciados en un psiquiátrico. Ese es sin duda el destino que merecen las mujeres que forman parte de un gueto hermanado con los parias, los marginados, los considerados una lacra a exterminar con prontitud, enfrentadas desde que nacen a ese mundo perfectamente legislado que las excluye sin remisión, actitud que se repite enmascarada de diferentes formas a través de la historia hasta nuestros días en los que la falsa liberalización de las féminas continua perpetuando el agravio como objeto de la burla y el regocijo de muchos. El silencio, la sumisión y un concepto de discreción mal entendido, someten a las mujeres al poder establecido por las leyes.
Muchas son las mujeres que a lo largo de la historia han escuchado la voz de Antígona que clama por su muerte en un mundo en el que esa condena a muerte era irrevocable y han muerto o bien consumidas por el fuego acusadas de brujería o bien emparedadas, o bien han acabado sus días recluidas en un convento o en un psiquiátrico, o prostituidas en su cuerpo y en su mente acusadas de una forma u otra de rebelión
ISMENE
Ay, reflexiona, hermana, piensa: nuestro padre, cómo murió, aborrecido, deshonrado, después de cegarse él mismo sus dos ojos, enfrentado a faltas que él mismo tuvo que descubrir. Y después, su madre y esposa —que las dos palabras le cuadran—, pone fin a su vida en infame, entrelazada soga. En tercer lugar, nuestros dos hermanos, en un solo día, consuman, desgraciados, su destino, el uno por mano del otro asesinados. Y ahora, que solas nosotras dos quedamos, piensa que ignominioso fin tendremos si violamos lo prescrito y trasgredimos la voluntad o el poder de los que mandan. No, hay que aceptar los hechos: que somos dos mujeres, incapaces de luchar contra hombres; Y que tienen el poder, los que dan órdenes, y hay que obedecerlas—estas y todavía otras más dolorosas. Yo, con todo, pido, si, a los que yacen bajo tierra su perdón, pues que obro forzada, pero pienso obedecer a las autoridades: esforzarse en no obrar como todos carece de sentido, totalmente.
ANTÍGONA
Aunque ahora quisieras ayudarme, ya no lo pediría: tu ayuda no sería de mi agrado; en fin, reflexiona sobre tus convicciones: yo voy a enterrarle, y, en habiendo yo así obrado bien, que venga la muerte: amiga yaceré con él, con un amigo, convicta de un delito piadoso; por más tiempo debe mi conducta agradar a los de abajo que a los de aquí, pues mi descanso entre ellos ha de durar siempre. En cuanto a ti, si es lo que crees, deshonra lo que los dioses honran.
Un testimonio de absoluta actualidad llegó a mis oídos recientemente, al parecer una mujer contó su historia aparentemente insólita en estos días en que cualquier atrocidad cometida contra la persona de una mujer resulta injustificada y criminalizada, pero como en muchas mujeres, el peso de la feminidad recayó sobre ella, y según cuenta, cuando cumplió la edad en que la razón despierta en las mentes de los seres humanos, –ella de condición bondadosa y frágil, soñaba con un mundo de seres asimismo bondadosos y compasivos o bien tal vez ese era el mundo que comprendía en su interior—en cambio descubrió la violencia y desprecio que se ejercía en las mujeres de su entorno más cercano y se sublevó ante la autoridad paterna recayendo sobre la niña una maldición que la acompañaría todos los años de su vida.
Muchos hombres la acosaban incesantemente, confundidos por la indiferencia manifiesta que ella mostraba ante esa insistencia tan masculina, quizás de una manera totalmente inconsciente, lo único consciente en ella era vivir su vida tal y como la concebía lejos de cualquier presión o apremio familiar.
Como dentro de un barco azotado por diferentes tempestades y zozobras, se bamboleaba en el transcurso de su vida con el azote incesante de la ausencia del padre y cualquier autoridad paterna que le era impuesta sin remisión como ejercicio de poder contra su persona, a pesar de que había sentido el amor por un hombre que distaba mucho de ejercer como padre en sus entrañas y lejos de mantener una actitud obstinada, cansada de tanta autoridad masculina eligió la única salida que encontró en un mundo en el que no se condena a muerte a una mujer y se la encierra en una cueva.
Ella misma cavó su fosa y hacía oídos sordos a los supuestos padres, ellos se vengaron una y otra vez en la pobre mujer que no podía oponer resistencia a tanto hombre despechado que interpretaba de antemano su fragilidad como presa fácil y decidieron sin miramientos anular su mente, ningunearla y ofuscarla con el fin de enloquecerla.
Vivió así largos años en la ignominia, pero de condición muy activa se enriqueció con la experiencia y todos ellos ante su presencia aparecían como ineptos, convencidos como estaban de su ruina, efectivamente, ella enloqueció y tras su locura como el ave Fenix renació de sus cenizas ante el estupor de sus agresores empeñados en enterrarla viva, y así ya cansada de luchar contra monstruos cobardes y titánicos alejó su muerte cerebral de sí y se replegó de nuevo en el caparazón de sus esperanzas.
Me contó que anduvo errante por diferentes tierras del primer mundo y en todas partes se imponía a su razón, idéntica confrontación, lo que vio a la edad de siete años y que interpretó como una desgracia del destino es idéntica desgracia para toda mujer de su mundo que opone resistencia, pocas lo ven a edad tan temprana, algunas no lo ven nunca y acatan como Ismene la autoridad impuesta, ella no la acató nunca y vio como muchos de esos hombres que ejercían el poder sobre ella cayeron presos en ese mismo fatal destino al que ella se creía avocada, en la actualidad vive alejada, abandonada y pobre, pero a salvo de esa muerte impuesta hoy día a las mujeres.
Antígona sin embargo elige la muerte física antes que renunciar a sus razones basadas en un derecho legítimo a la justicia gracias a las leyes divinas que ella comprende: el amor por su hermano y la conciencia clara del mal hado de su padre y hermano Edipo que gravita sobre sus seres queridos, su madre, esposa y madre de Edipo acaba con su vida, sus hermanos Eteocles y Polinices se dan muerte mutuamente por el reino de Tebas, su hermana Ismene acata resignada las órdenes del tirano y claudica ante su firme decisión tildándola de locura y no le queda otra salida a Antígona que viajar al mundo de los muertos para reunirse allí con su padre, su madre y su amado hermano Polinices, pero no viaja sola sino en compañía de su prometido Hamón hijo del tirano que se da muerte a sí mismo al contemplar la muerte de su prometida ahorcada con el velo de sus ropas.
La hemos visto acompañar a su padre y hermano Edipo, cuando ya ciego vive en el destierro, el amor de Antígona es un amor íntimamente familiar y humano, ella sabe que los dioses del inframundo la acogerán satisfechos de su lógica actitud, la razón en esta tragedia se hermana con la muerte, representada por los dioses inferiores Hades y Perséfone antes que con la ley de los humanos que tiene su voz en el coro que representa al pueblo tebano confuso ante la transgresión de las leyes de los dioses superiores por parte de Creonte , y que queda abolida por su rastro en el aciago destino del tirano, que predice el adivino ciego Tiresias, la muerte de su propio hijo y de su esposa al mismo tiempo. El fatal destino de Antígona es a partir de este momento final el mismo fatal destino de sus gobernantes y Creonte que con la excusa de evitar derramamiento de sangre entierra a Antígona en vida dentro de una pétrea cueva, contempla correr su propia sangre con la muerte de su hijo y su esposa.
De: Claros y Sombras
Mercedes Vicente González