” Brota el delirio al parecer sin límites, no sólo del corazón humano, sino de la vida toda y se aparece todavía con mayor presencia en el despertar de la tierra en primavera, y paradigmáticamente en plantas como la yedra, hermana de la llama….”
“Claros del
bosque”
María Zambrano
Despertaba la primavera en aquel
entonces y la ciudad se mostraba alegre y bulliciosa, eran horas cercanas al
mediodía cuando el sol luce radiante en todo su esplendor matutino.
Había transcurrido mucho tiempo
desde aquel fatídico accidente que las reunió en el entierro de una amiga
común. Las dos amigas sentadas en una
terraza entre luces y sombras se refrescaban con una cerveza y disfrutaban con un lote de
libros en las manos que acababan de adquirir en una librería de viejo,
Entablaron conversación muy locuaces
y con visible entusiasmo intercambiaron impresiones, unas habitaban en el
recuerdo, otras eran provocadas por la luminosidad del día.
Su amiga mostraba la misma caída de ojos de antaño hundidos en grandes ojeras y cierto aire libidinoso propiciado por su
desarraigo y marginación, siempre en busca de otra mujer que llegara a intimar
con ella. Para ello no escatimaba recursos y acudía con frecuencia a la poesía,
a relatos de insignes escritoras y siempre desplegaba sin reparo y con
entusiasmo un mundo femenino en espera de alguna señal que la invitara a sentir
compasión por su amiga radiante y resuelta con cierto aire de ingenuidad.
En el transcurso de la conversación se dio cuenta de
que eludía siempre el fatídico accidente
en el que falleció su mejor amiga cuando ella la acompañaba en el viaje en el
asiento de al lado en el vehículo, prendada de los encantos de la conductora, –a menudo buscaba amigas con ese mismo aire de ingenuidad para su propósito–, sus
comentarios eran por lo general rotundos y sazonados con un tono siniestro y
perverso, constantemente ahuyentaba la presencia de cualquier hombre que se
acercara a saludar, pero ese día después de tanto tiempo se mostraba discreta y
recatada con cierto reparo.
Como el tiempo era propicio decidieron hacer una
excursión a una zona boscosa de la provincia con el fin de pasar el fin de
semana en contacto con la naturaleza exuberante de aquella zona, entre risas
ilusionadas se despidieron con el fin de preparar las cosas para el viaje.
Aún quedaban vestigios del invierno y su único temor
era que se les estropeara el proyecto.
A la mañana siguiente emprendieron el viaje y buscaron
un claro del bosque para acampar, el día aparecía nublado y esperaban el
mediodía para ver alzarse el sol que aparecía difuminado y lejano, su amiga
abrigaba grandes esperanzas en ese viaje, de carácter ambicioso nada se le
ponía por delante con tal de alcanzar sus objetivos y siempre tomaba la
iniciativa, ella ni siquiera sospechaba sus intenciones, y pensaba que unos
días lejos de la ciudad serenarían sus nervios y cansancio, caminar y explorar
la zona, comer al aire incipiente del buen tiempo, leer recostada a la vera de
un árbol eran todos sus deseos.
Sin embargo la
sombra de su amiga desaparecida la intranquilizaba y sentía que de alguna
manera usurpaba su presencia, sin querer la comparaba con su amiga superviviente
y encontraba un vacío que la inquietaba cada vez más en aquel rincón del bosque
rodeada por árboles gigantescos, cada vez que se acercaba su amiga en cierto
modo la rehuía y se adentraba en el bosque con el fin de disipar sus sospechas,
su compañía no la hacía feliz, el deseo de huir se hacía cada vez más presente.
Al llegar la noche una leve niebla humedecía el
ambiente frío que se respiraba, durmieron como un matrimonio malavenido y al
despertar la niebla era densa y espesa, a su amiga no le importaba en absoluto, pero ella quiso regresar a la ciudad agobiada por las circunstancias, sentía un
malestar semejante a una pesadilla, deseaba en fin alejarse de aquel lugar y no
volver a verla nunca más, en ese momento se dispuso a conducir el vehículo muy
compasiva.
Se hundieron en
la niebla y el terror se apoderó de ella que no veía ninguna señal que le
indicara la proximidad de la ciudad, su amiga la tranquilizaba con buenas
palabras y conducía sin temor a través de la niebla, el vehículo se había convertido
en un encierro cada vez más claustrofóbico, el trayecto era lento y eterno, su
amiga silbaba, mientras ella estallaba en un llanto impotente, veía las sombras
que la envolvían, necesitaba auxilio, el
aspecto de su amiga se transformaba con la luz mortecina de la mañana y causaba
espanto, deseaba expulsar de su cabeza a su amiga muerta que se le aparecía en
la ventanilla como una visión alucinada, nunca olvidaría aquella excursión en
compañía de aquellas sombras húmedas.
A los pocos días de llegar a la ciudad encontró otra
vez a su amiga en unos almacenes cargada con sus compras y en compañía de otra
amiga.
—Puedo
acercarte a tu casa en mi coche, le tengo ahí aparcado– y señaló con el dedo,
una impresión desazonada recorrió su cuerpo en un instante, – no, muchas
gracias prefiero ir caminando.
De: Claros y sombras
Mercedes Vicente gonzález