martes, 26 de febrero de 2013

EL LEXICÓGRAFO Y EL HALO MISTERIOSO









EL LEXICÓGRAFO Y EL HALO MISTERIOSO


El hombre solitario es una bestia o un dios.

Aristóteles.


De aspecto insignificante y rutinario, acudía todos los días a la hora acostumbrada hacia un espacio minúsculo en donde sin pausa, trabajaba en su quehacer filológico.
Permanecía en una zona apartada y aun así se veía interrumpido constantemente por un ir y venir de personas que acudían a consultar un diccionario… en busca de algún libro… o bien, simplemente a utilizar una fotocopiadora.
Soportaba silencioso esas interrupciones, constantes que de alguna manera le descubrían un atisbo de realidad, ajena, a la lexicografía que investigaba. Ellos daban por sentado que se trataba de una persona estudiosa sin otro afán que el que se traía entre manos… las palabras inundaban el ambiente y le conducían a tierras lejanas en donde podía explayar su fantasía. El entramado del léxico, le permitía explorar los entresijos de su propia lengua y de una lengua antigua que le fascinaba.
Un día se dio cuenta de que un halo de misterio aparecía por el recinto, por sus pasillos, por sus rincones, fluctuaba en el aire imponiéndose a la monotonía, él no le dio más importancia y permaneció ajeno  a la fuerza que le impregnaba. Su trabajo requería concentración, y se limitaba a entrar en la composición de las palabras, que ejercían un atractivo sobre él, inevitable.
Entraba y salía, se ajustaba a su horario, siempre centrado en sus afanes, desglosaba las palabras, y olvidaba al mismo tiempo toda la literatura profana que había conocido, los textos, en medio de ese halo,  cobraban un valor casi sagrado, se olvidó de todo y convirtió su vida en un ir y venir de textos a diccionarios.
Pasaba el tiempo, se encontraba  a buen recaudo, todos estaban conformes con su presencia habitual y constante, y poco a poco fue convirtiéndose en un mueble  que ocupaba poco espacio.
 El halo se extendía cada vez más… todos se mostraban impregnados por el mismo… menos él,  que en su rincón, no manifestaba el menor interés, como si se tratara de un elemento más de su rutina, su indiferencia era absoluta.
Al cabo de los años, transcurrieron innumerables horas de este modo,  no tardaron en aparecer las discordias y la desazón generalizadas, unas veces lo encerraban allí bajo llave, otras veces lo sacaban con cualquier pretexto, todos querían ocupar su sitio, se mostraban inquietos y agresivos, hacían mucho ruido, en fin, le importunaban continuamente y el halo etéreo que los impregnaba, aparecía entonces, distorsionado y grotesco.
Entristecido y cabizbajo acudía como siempre a la hora acostumbrada, hasta que un día en el cual  había trabajado duro, durante muchas horas, vinieron a buscarlo, con el pretexto de asistir a una conferencia. Recogió sus cosas casi a tientas y cuando salió al descansillo, todos, congregados, esperaban su reacción y su amable saludo, por primera vez le dirigieron la palabra, después de tantos años de silencio, entonces él, con la voz entrecortada y la mirada ausente, con su amabilidad acostumbrada dijo— lo siento, – en este preciso instante me siento indispuesto y pido disculpas, –no podré asistir. El pobre hombre se sentía embargado por una extraña  ceguera sin duda producida por el impacto de innumerables  brillos ópticos.

 Todos acudieron a la conferencia investidos cada uno con su halo misterioso, menos él, que regresó feliz  a su rincón, en donde recobró la vista.









DUELO DE TITANES

Science sans conscience n´est qu´une ruine de l´âme

En un mundo en el que la cultura brilla por su ausencia, cualquier entusiasta aparece ante  los ojos de los demás como un genio.
Nunca olvidaré aquel encuentro, eran dos, las personas que a lo  largo de los años me habían informado con profusión, de infinitas teorías sobre la existencia y sobre la redención y la acción política, sazonado todo con un entusiasmo poco común por la cultura, que abarcaba  todos sus aspectos, en especial la música y la literatura, que ellos acompañaban siempre de gran erudición y frases resonantes.
Cada uno de ellos por separado, presentaba muchas cosas en común, los dos tenían gran audiencia entre otros seres no menos entusiastas que en su presencia asentían continuamente. Lo que en condiciones normales podría ser creativo y divertido se convertía en ellos, en algo cada vez más farragoso, a medida que la audiencia aumentaba.
 Llamaba la atención su amor por la belleza de la que carecían por completo y se volvían diletantes en sus observaciones y comentarios frecuentes sobre ella. Eran además el centro de atención, allá por donde pisaban y sus discursos enseguida se volvían monólogos, como oradores impenitentes, con inflexiones de voz muy frecuentes y  gestos muy estudiados que centraban la atención del oyente, cada vez más  y más…
Eran también dos seres muy conflictivos y violentos, los dos eran muy vehementes, la única diferencia era, que el uno se entusiasmaba con la filosofía y el otro con las matemáticas y los dos deseaban una revolución política que adornaban hábilmente con datos y más datos de la Historia, entendida ,como es natural, a su manera. La demagogia y la retórica eran sus armas más usuales.
Un día coincidieron ambos en la casa de uno de ellos, y tuvo lugar "un duelo de titanes", haciendo gala de una cultura basada en la mención de muchos  y amontonados nombres  y tan superficial que inducía a risa.
Y…  en medio de un uso de la retórica abusivo... el uno dijo al otro, contemplando su reflejo: ¡Aaaah¡ ¡mira, uno, que sabe tanto como yo¡ exclamó sorprendido... Confundido el otro, y muy incómodo, con la feliz coincidencia, salió de la habitación avergonzado, con una mueca de desagrado….   








PACTAR CON EL DIABLO

Pobres lo que se dice pobres son los que son muchos y siempre están solos.
 Eduardo Galeano

Se sentó un día cualquiera, al borde de su cama y empezó a conversar con ella en unos términos muy convincentes que dejaban ver sus aviesas intenciones.
Que si el mundo es así y nada lo va a cambiar… que si es “el eterno retorno de lo mismo”... "la nada absoluta que nos arroja impenitentes al vacío"... "el tedio"... "las doctrinas superadas"... y el “hay que hacer”… “hay que superarse”… “hay que”… como consignas, repetidas hasta la saciedad, con afán de negociar… 
Recordó entonces, su niñez abandonada a su suerte.
La chabolas estaban alejadas del centro de la ciudad y olían mal, a una mezcla de sudor y humedad en el ambiente que las hacía insoportables. Sus habitantes no hacían nada, sentados en la orilla del río refrescaban sus pies sucios con mugre acumulada de muchos días de andar descalzos, los niños lloraban cuando sus madres les daban el pecho, ya crecidos y hambrientos, los hombres con la delgadez de la desnutrición, acumulaban cartones y chatarra que luego vendían como podían. Pucheros llenos de agua hervían, sobre fuegos improvisados, con gachas en su interior para la comida.
 Él, que se sentó muchas veces sobre el borde de su cama, para negociar, no lo sabía, pero allí, en esas chabolas, pasaba ella largas horas cuando una organización parroquiana  proporcionaba comida y ropa usada para llevarlo, no existía entonces otro medio.
Los hombres entraban en el hall de su casa, con las botas caladas hasta las rodillas y retumbaba la madera del suelo y crujía, con sus pisadas firmes. Empapados de agua llegaban y dejaban grandes cantidades de dinero sobre el mostrador que habían recaudado  para la empresa, excitados hablaban en voz muy alta y siempre tenían prisa, eran unos cuantos, y ella niña aún, los espiaba, detrás de una cortina, hasta que se marchaban, dejando atrás el ambiente gris de la desolación. Con esa impresión que se repetía todas las semanas, a primeros de mes, se iba a la cama, en donde entonces, nadie se sentaba sobre el borde para negociar y se sentía tan olvidada como los pobres de las chabolas que visitaba
Con un nudo en la garganta y triste, hoy contempla la misma desolación de aquellos días lejanos, que impregna su piel, en el presente, con el hedor  del hastío que produce tanto pacto, y la pobreza extrema en la que se encuentra, harta de negociar con la muerte.

domingo, 24 de febrero de 2013

LAS DIOSAS TAMBIÉN DUERMEN






LAS DIOSAS TAMBIÉN DUERMEN





             A lo largo de los días aparentemente inocuos y rutinarios, encerrada en una habitación, a lo largo y ancho de las inundadas notas a pie de página, como gotas de agua, se dan cita las palabras.

A lo lejos son un eco de los sentidos, el tiempo es otro tiempo y sin embargo todo lo impregnan todo lo invaden y se imponen solícitas a tanta incertidumbre. Su certeza  ilustra los relatos del presente  como si nada hubiera pasado, su mirada es la misma joven mirada que todo lo escudriña abiertamente  y en el estómago regurgitan amables los gestos de otro tiempo añorados y queridos. El deseo se reconduce y tiende a las mismas calles, a  los mismos libros, a las mismas esperanzas, a los mismos ambientes. La violencia no existe, y  no en vano todo se concita en el mismo instante en la pasión dormida que se despierta alerta, opuesta  y a la vez encajada en el presente.

 Las palabras a lo lejos cantan una vieja canción hermosa que lentamente  sacude el teclado y tiene lugar una especie de plenitud. No existe nada ya y sin embargo las viejas expectativas de antaño se sacuden el polvo y se hacen presentes  exentas de explicaciones, exentas de esperanza, desnudas y escurridizas en  medio de un mundo feroz que todo lo engulle y todo lo emplaza en la muerte.

 Son muchos y variados los paisajes en el cerebro sentado allí, que solo siente, en ese estado de ilusión permanente casi eterno y  no existe la reacción a otro estímulo que no sea el encuentro lúcido y escueto con ellas, única salida de los sentidos al exterior, bien arropados, y de algún modo armados contra el paso del tiempo, que me aleja más y más,  en el espacio reducido en el que me encuentro.

Imágenes acuden auxiliadoras de tanto llanto, de desconsuelo tan grande, a través de ellas, las que en otro tiempo fueron tremendas y crueles, ocasión del miedo. Deambular es la palabra elegida, para definir su curso, en medio de tanta promiscuidad verbal. Simples, compuestas, con diferentes elementos, en distintas lenguas, miles de ellas se pueden contemplar con ilusión. A veces nos asusta el  hallazgo de semejantes maravillas que desde tiempos muy antiguos nos estaban reclamando.

 Las palabras gritan, además de cantar y danzar en nuestra mente, se mueven imperiosas y exigentes, nos arrastran y despistan si no estamos atentos, las podemos sentir como se revuelven y pugnan por salir enteras y potentes, tampoco nos salen de dentro cuando estamos embargados por algún acontecimiento,  otras veces, salen solas y nos estremecemos al pensar en la cercanía de la muerte, salen entonces apresuradas,  como azarosas, a borbotones, unas hermosas, otras brillantes, algunas escuetas, otras ramplonas, como diosas dominan la tierra que pisamos, se meten en nuestro interior y nos hacen hablar y escribir, expresar incluso lo que no queremos, algunas de ellas nos juegan malas pasadas,  también las hay que con su sonoridad y lirismo, nos ilusionan, nos impresionan, dignas de estudio nos abren muchas puertas, esas, son las salvadoras, las que nos sirven de refugio, ya los más antiguos antepasados se encargaron de analizarlas para la posteridad, conscientes sin duda de su valor. Así,  todas ellas están en el aire que todo lo envuelve, el paso del tiempo, pero ellas nunca  mueren,  acaso solo duermen.


De Mercedes Vicente González

Foto: Afrodita

COSAS SIN IMPORTANCIA












COSAS SIN IMPORTANCIA




 Amar duele. Es como entregarse a ser desollado y saber que en cualquier momento la otra persona podría irse llevándose tu piel. (Susan Sontag).


Me está gustando esta música ¿Sabes? Dijo– él que estaba sentado en su butaca con un libro en las manos, mientras tanto ella trajinaba sin parar por la casa, para cumplir con todas las tareas que acostumbraba a anotar todos los días antes de irse a la cama.
 De  once a doce de la noche hacían el amor como un hábito más, sin mirarse siquiera, se levantaba temprano y ponía el televisor que la acompañaba como su más fiel compañía y única música de fondo.
 Ese día estaba impaciente, su mejor amiga y vecina la había advertido de los peligros que corría con su dieta y las medidas tan drásticas que había tomado para adelgazar, se encontró con el obstáculo habitual, su marido estaba leyendo en un rincón y escuchando música celestial, –sí, —comentó ella con desgana, —parece que anuncia la primavera… y al mismo tiempo se asomó por la ventana, — ¿Qué libro estás leyendo? —le preguntó con precaución, ¡ah! respondió él— levantando la vista de soslayo, cosas sin importancia, sólo son pequeñas historias locales, —y… ¿no contienen vampiros y fantasmas, como acostumbras?—no, contestó él incómodo, son historias cotidianas, bien podría tratarse de nosotros. Bien, — dijo ella más tranquila, entonces ¿puedo encender el televisor, para ver las noticias? Bueno —se resignó él, aturdido por el rugir del aspirador, —como quieras, — ¿de verdad no te importa? …Él, impaciente, con tan abrumadora actividad, posó el libro en el suelo y se dispuso a salir a dar una vuelta por el barrio, el día se presentaba gris esa mañana y estaba apesadumbrado, cuando encontró a la vecina amiga de su mujer cargada con bolsas del supermercado,  después de saludarle, con el rostro enrojecido por la emoción, le preguntó, — ¿Cómo está tu mujer? Bien, bien —contestó apresurado, la he dejado en casa viendo las noticias, la vecina que andaba todo el día por la calle y estaba enterada de todo, le anunció que corría la noticia por el barrio de un hecho desgraciado, muy interesado le preguntó —y ¿de qué se trata?— —¿aún no lo sabes?— muy alterada le contó: “ha salido en la televisión, son historias para no  dormir, ya sabes, de ésas que tratan de vampiros y de fantasmas, se ha descubierto a un hombre que vende pócimas para adelgazar que han provocado alucinaciones en quienes las compraron".
 A él poco le importaban los chismes de la vecina, pero esta vez se mostró preocupado, una mujer había dado muerte a su marido presa de una alucinación creyéndolo un vampiro y como su mujer estaba obsesionada con su dieta,  tanta agitación en los últimos días, le hizo sospechar. Rápidamente se encaminó a su casa en donde encontró  a su mujer desvanecida frente al televisor  con una enorme herida en el cuello, sin duda provocada por alguno de sus fantasmas.

FIN

LA MUJER DEL ANDÉN


LA MUJER DEL ANDÉN

Porque los hechos de los inmortales no son en  vanotú cuídalos. Vete ahora a tu casa y no lo descubras,  yo soy Poseidón, estremecedor de la tierra. Odisea, XI.

 Una pareja de enamorados que se encontraba en la estación, contempló la llegada en el andén, de una mujer frágil  con aspecto de soñadora, con la sonrisa escrita en su rostro y de mirada brillante y esperanzadora, cargada con una maleta cuadrada y marrón, muy antigua y desgastada por los años, y un vestido largo, hasta los tobillos que dejaba entrever su extremada delgadez,  se encaminaba hacia el vagón que la llevaría absorta y ensimismada en sus pensamientos a su lugar de destino.
 Impacientes la siguieron con la mirada encantados con su aparición, como de otro tiempo, en medio de  esos momentos apresurados, en los que la gente se agolpa para tomar un tren.
Por suerte para ellos, se acomodó en el asiento de una de las ventanillas situada justo enfrente de los enamorados. Ella, ajena a sus miradas  y sin sentirse observada, emprendió el viaje que la llevaría, como a todos los circunstantes, a un lugar cualquiera del planeta, donde  nunca pasa nada.
A veces, las apariencias más ingenuas nos deparan acontecimientos inesperados…
 Iba decidida a consumar un plan que había entretejido laboriosamente a lo largo de los años.
 En la capital visitaría a un viejo amigo bibliotecario que guardaba celosamente un ejemplar muy ligado a ella, que le había robado en  otro tiempo y que con  la furia de la juventud, lo tomó prestado. Ella ahora, en la lejanía de aquel tiempo, quería recuperarlo, lo añoraba especialmente porque había, contenido en él, un mensaje que necesitaba releer y recordar antes de desaparecer para siempre de este mundo.
Lo encontró sumido en la miseria, ebrio de alcohol y desgastado por los años, al verla aparecer le repuso sin miramientos, sabiendo a lo que venía, – no te lo voy a devolver, –dijo, —el libro me pertenece ya  por un derecho muy  legítimo.
 Ella, nerviosa y temerosa por la  resolución, con la que él  la había recibido, le preguntó de qué derecho se trataba, entonces él acudió presuroso  en busca del libro  y después de largas, larguísimas páginas en blanco, llegó a la página que buscaba afanosamente y le mostró el mensaje esperado: “Para quien me sobreviva”…... Todas las  páginas restantes las había borrado el paso del tiempo.

lunes, 4 de febrero de 2013

INSTITUTRIZ A TIEMPO PARCIAL







Institutriz a tiempo parcial



Desde que se separó de su marido, no tenía otro objetivo que buscar trabajo en donde fuera, recurrió varias veces a los servicios de empleo público y siempre regresaba a su casa  desesperanzada, demasiados cursos de formación que no necesitaba, ya era el tiempo en que su formación era aceptable y todo le sonaba a cuentos, enfocados a prorrogar su espera impaciente.
Aquel día después de muchas vueltas por centros y asistentes sociales, decidió visitar una librería puntera en publicaciones y muy bien organizada. Asiduamente la visitaba con la esperanza de descubrir cosas interesantes. Se encontraba hojeando un ejemplar en el apartado de novedades, cuando un hombre pequeño, con el rostro picado de viruelas que portaba un viejo sombrero verde de caza, y con ojos desvaídos tras sus lentes, con una sonrisa de satisfacción que mostraba sus pequeños y puntiagudos dientes se acercó a saludarla. – ¡Hola, bienvenida!,  –me sorprende la cantidad de veces que la veo por aquí y ha despertado usted mi curiosidad, tal vez pueda ayudarla en algo, ya sabe… estos escritores noveles no tienen mucho que decir, ya está todo dicho, es preciso ser original para ser un buen escritor, documentar concienzudamente los textos, pero estos …–dijo con desprecio, no saben nada, siguen la moda… para eso lo mejor es leer el periódico, hace tiempo que yo me dedico a la difícil  profesión de escritor y tengo experiencia,–créame.
Ella sorprendida por el asalto se quedó sin palabras y casi sin pensamientos, decidió dejar que el hombre se explayase a gusto por ver hasta donde era capaz de llegar. Tal vez, –insistió él de nuevo, sea usted muy joven, una culta universitaria que  necesite un trabajo. Ruborizándose ella  –respondió decidida, viéndose por un momento como librera en ese lugar, –pues sí, está usted en lo cierto precisamente ahora vengo de la Oficina de empleo.
Satisfecho el hombre con su descubrimiento que sin duda intuía, –añadió: tengo unos hijos salvajes a causa del medio en el que viven, ya sabe la vida de un escritor ha de ser retirada y solitaria, nos encontramos en una hermosa zona rural, es mi deseo que entren en contacto con la civilización, y quien mejor que usted para completar su educación, una mujer culta… atractiva… en medio de una ciudad rebosante de actividad intelectual… –le propongo una cosa, –dijo, ocúpese usted de los chicos un día a la semana y será recompensada debidamente, –hable, hable mucho con ellos en francés, enséñeles a redactar, lean cuentos,  seguro que su contacto les será beneficioso.
Muy contenta con su nuevo trabajo acudió  a la cita que habían acordado los viernes para recoger a los niños, solía llevarlos a su casa en donde les impartía sus clases. Eran tres, entre doce y cinco años, pronto se dio cuenta que el mayor manifestaba una pedantería precoz, el del medio era un artista en ciernes que acostumbraba a pintar cadáveres, y el pequeño se limitaba a berrear todo el tiempo. El hombre, antes de que llegaran los chicos, la invitaba a tomar café con su cuadrilla de carcamales también escritores, que  prestaban mucha atención a su juventud tan resuelta y de pronto, en medio de la iluminada conversación, un día, decidió invitarla a comer a su casa con el fin de que el intercambio cultural se realizara felizmente.
Acudió a su cita  en el pueblo con su vehículo y tras no pocas dificultades llegó a la sórdida casa del hombre. El ambiente allí estaba teñido de tonos medievales  y tétricos, el cementerio se encontraba en la parte de atrás, las ovejas transitaban delante de la puerta a sus anchas, las sucias gallinas lo embadurnaban todo, un perro famélico  se paseaba alrededor, venían humos de hogueras procedentes de la era más cercana, el pueblo era diminuto, a duras penas habitaban en él, el señor cura, el alcalde, el maestro y él  D. Paco, “el escritor”. La hizo pasar a su despacho a través de un pasillo lleno de vigas salientes por el techo, pisando un suelo de duro y frío enlosado, una vez en el interior, él, muy excitado le mostró su lugar de trabajo perfectamente ordenado, con enormes pilas de legajos e informes sobre la época oscura de la Edad Media y la Santa Inquisición.
Ella sobrecogida por tan sorprendente visita, callaba y esperaba impaciente la hora de comer, deseaba salir de allí lo antes posible, él peroraba y peroraba a sus anchas en contra de esas modas imperantes que tanto le perturbaban, surrealistas y pintores abstractos que no decían nada a derechas, existencialistas que vestían de negro y fumaban sin cesar a saber qué, alcohólicos que recitaban poemas a altas horas de la madrugada, pobres revolucionarios de las letras que jamás serían publicados, él veía en la represión de estos incautos la mano dura de la Santa Inquisición, pero él no era el causante de tales desmanes, en absoluto, él era un hombre liberal y en aquellos días de niebla y agitación, su vida de autor reconocido, era un remanso de paz, bien casado, contaba con una robusta nodriza para sus hijos como fiel esposa, había conseguido el beneplácito de la crítica, le mostró orgulloso todos sus merecidos premios y firmas de insignes próceres de las letras, con la esperanza de sorprenderla, en ese momento,  en el que la emoción brillaba por su ausencia, poco le interesaban a ella sus trofeos, un escalofrío recorrió su cuerpo,   él, con su actitud heterodoxa, recibió con gusto a su  mujer, una campesina burda e inculta que tímidamente se apoyaba en la puerta con todo su volumen y al margen de tanta sabiduría les anunció: la mesa está servida. 

domingo, 3 de febrero de 2013

SIN NOTICIAS DEL EXTERIOR










SIN NOTICIAS DEL EXTERIOR



Un hombre,  muy activo y próspero y con mucha elocuencia, se sentaba a la mesa a la hora de comer y arengaba a su familia cuando se disponía a dar cuenta de sus viandas, solía elogiar la ternura del lechazo, el fulgor de las cigalas jugosas, que compartían todos los comensales, las bondades del mar y de la tierra que él pródigo regalaba a sus congéneres con orgullo, eran los únicos discursos que escuchaban y las voces del hombre clamaban a través de las ventanas. Llegaba aún más lejos en su prédica diaria, les recordaba a todos las inversiones que había realizado con esfuerzo gracias a su empeño y actividad incesante.
Todos callaban, comían y bebían, con voracidad todo cuanto se les ofrecía, los sirvientes rodeaban la mesa atentos, solícitos y sonrientes, ¡Cuántas bondades! ¡Qué bien habla el señor!... —comentaban para sus adentros, ¡Qué inteligencia la suya!... ¡Cuánto mérito y prosperidad!...
Un día al atardecer, cuando paseaba con su esposa saludando pomposamente a sus más allegados vecinos: ¡Buenas  tardes D. Marcelo! y con ademán complaciente esbozaba una reverencia, ¡Buenas tardes Da Casilda! ¿Están bien los niños? Enunciaba entusiasmado, Y al mismo tiempo apremiaba a su mujer  para que mostrara la mejor sonrisa… De pronto, se oyó un tumulto tan fuerte que retumbaba el asfalto, una multitud pisaba con firmeza y con proclamas de libertad, rápidamente la esposa muy alterada se desembarazó del marido y se acercó a la calzada, ¿Qué piden, señor, qué piden?—le dijo a uno que pasaba visiblemente preocupada. — ¡Pan y justicia señora! — ¡Pan y justicia!...— insistió y respondió él muy serio.
El marido la cogió con fuerza del brazo y apretó el paso, ya poco le importaban los saludos, debía llegar lo antes posible a su casa, en donde los sirvientes les esperaban a mesa puesta.

Él, esta vez comía en silencio, no pronunciaba la arenga acostumbrada, solamente comentó en voz baja, mirando a su mujer con desprecio— ¿a quién se le ocurre?, preguntar a un exaltado “qué pide”, todos los comensales rieron y comieron y los sirvientes se mostraron satisfechos.

sábado, 2 de febrero de 2013

NOCHES SOÑADAS












Noches soñadas



Una mujer muy delgada y rubia llamó a su puerta a altas horas de la noche cargada con su equipaje y con acento extranjero, a duras penas ella entendió su saludo, la mujer, dijo entonces algo en ruso.
Él se encontraba acostado ya, entre las tenues luces de la noche y se mostró feliz con la visita. Entablaron conversación en este idioma y ella se mantuvo al margen sin comprender una palabra. Tomaron un té caliente, el duro y frío invierno se colaba por todas las rendijas. Momentos después cuando la mujer salió por la puerta… y bien — le preguntó  él solícito ¿Has rezado ya  tus oraciones? ¿Has rezado “el Jesusito, Jesusito”? No —respondió ella con una sonrisa malévola, he rezado “el con Dios me acuesto”. Las risas se prolongaron resonando en la habitación durante más de una hora y a continuación,  hicieron el amor hasta la extenuación. Ya al alba, salieron a caminar rozagantes por la ciudad en busca de su hermana que había olvidado el equipaje. Compraron frutos secos, leche y miel y regresaron a su lecho dispuestos a encerrarse tres días con sus noches de amor intenso y prolongado. Al entrar en la casa encontraron la bolsa de viaje de su hermana, abierta y arañada por un tropel de gatos que habitaban en ella, él, consternado intentó poner orden en las cosas y arreglar la bolsa destrozada, reparó en un libro viejo y muy usado, “Las noches soñadas” de un autor que desconocía, encontró algunos pequeños recuerdos familiares desperdigados por la estancia, muy emocionado la buscó a ella por toda la casa dando muchas vueltas frenéticas, entre tanto, sonó la cancela de la puerta de entrada, la visitante nocturna reclamaba sus objetos, ellos desolados le mostraron el desastre, su hermana recogió cuidadosamente sus cosas, él sintió un enorme vacío, susurró algo en ruso, y la besó con ternura.
Ellos pasaron el resto del día comiendo frutos secos, bebiendo y fumando, y cuando la noche se acercaba, —él le preguntó— ¿Tienes sueño? No —contestó ella, sólo espero a que llamen a la puerta, apagaron la luz y se fundieron en un abrazo de ensueño.
FIN