Se
despidió aquella mañana temprano de sus compañeros en la oficina, había
decidido salir definitivamente de su país e ir en busca de otras experiencias,
de otros sueños, el trabajo que desempeñaba lo abrumaba de tal manera que día
tras día se sumía en una angustiosa depresión. Salió apresurado y dispuesto a
ultimar los últimos preparativos del viaje, entretanto se topó con una antigua
amante que le saludó muy efusiva y al conocer las vicisitudes de su partida, le
deseó buena suerte y le dio un beso en la mejilla. Cogería el avión que le iba
a llevar a una ciudad de Centroeuropa al
día siguiente muy temprano.
¡Cuántos
momentos ansiados en la monotonía de los días de trabajo en el rincón de su
despacho… cuántos sueños por realizar¡
Cansado
y con emoción contenida, ya al atardecer cuando el crepúsculo anuncia las
confortables y esperanzadoras horas del sueño, se dirigió a su casa para
preparar la cena y empaquetar algunas cosas, había dejado los alimentos justos
en el frigorífico con el fin de vaciarlo y desenchufarlo, se sentó en un
taburete de la cocina y cenó en compañía de una botella de vino tinto, el sueño
y las emociones le habían vencido y se acostó
ilusionado.
Cuando
sonó el timbre del despertador a la mañana siguiente, cosas del destino que uno
no puede prever y que ocasionan impaciencia y malhumor derrotando de un plumazo
todas nuestras expectativas, como cuando en la más tierna niñez se nos rompe
nuestro juguete preferido e intentamos arreglarlo desesperanzados, evocó en un
instante, las calles de Viena por donde transitó un hombre cargado con el
manuscrito ilusionado de su primera y única
novela, las conversaciones con un
hombre sin cualidades en un rincón de un café maltrecho, el renacer de Virgilio
en pleno siglo XX, las cartas sin respuesta de un hombre que habitaba una
montaña llena de magia y diálogos interminables, las notas melancólicas de una
sinfonía creada a pesar del desengaño, y el incendio provocado de una
biblioteca a manos de un hombre enloquecido, ¡Dios mío, cuántas páginas rotas¡…
Las calles por las que iba a deambular rodeadas de grandes edificios, su
catedral gótica, jardines de ensueño, cafés, teatros, cines, música vienesa se
vieron anegados por una lenta y fortuita inundación de agua que le impedía
levantarse de la cama sin empaparse hasta las rodillas, consternado miró a su
alrededor sin perder de vista la hora que marcaba el reloj despertador, todo
era inútil el avión ya había despegado sin él, sin sus cosas bien dispuestas, angustiado
y casi a punto de resignarse a su fatal destino a media mañana sonó el timbre,
era ella, su antigua amante, cuando se levantó de su lecho inundado con
intención de recibir a su amiga, contempló estupefacto sumirse la riada en
dirección a la cisterna.