miércoles, 23 de octubre de 2013

EL TRÁNSITO DE UN SUEÑO









EL TRANSITO DE UN SUEÑO

Dos especies de manos se enfrentan en la vida,
brotan del corazón, irrumpen por los brazos,
saltan, y desembocan sobre la luz herida
a golpes, a zarpazos. (…)
Las Manos, poema de Miguel Hernández

En un viejo  taller destartalado, él modela anillos de plata coronados con bolas de colores que se engastan fácilmente en el metal y pueden intercambiarse. Imagina todas las manos que le visitan para adquirir una pieza y nunca las que se extienden ante sus ojos le satisfacen plenamente, él busca las manos perfectas, unas manos dignas de una dama, estilizadas, con dedos frágiles y largos que puedan lucir su arte, imagina mujeres de otro mundo en el cual llevar uno de sus anillos no entorpezca ninguna actividad, mujeres que nada realizan con las manos y las mantienen impolutas y vírgenes.
 Se encierra en su taller por las noches y cuando ha terminado una pieza llama a su amiga para probársela, pero ¡oh! decepción, las manos de su amiga son nerviosas, tienen los dedos torcidos como si hubiera hecho un gran esfuerzo antes de nacer agarrotadas en las paredes del útero materno, sus manos han clamado auxilio, y sus huesos retorcidos y deformes no pueden con el enorme peso del anillo que se prueba y éste se ladea torpemente, y los ojos del artista lo lamentan con desagrado.
En adelante cada vez que creaba una nueva maravilla evitaba llamar a su amiga que siempre mantenía activas sus extrañas manos en este o aquel menester con la destreza de unos huesos osificados ya en su deformidad temporal  pero  eficientes en sus movimientos rápidos acostumbrados a la lucha prenatal, así que él decidió fabricar unas manos perfectas en cera fundida para que le sirvieran de prueba, de ese modo se sentía ajeno al lamentable espectáculo de ver sus obras maestras en unas manos cuya historia delata el esfuerzo y la invasión del dolor.
Volvió a encerrarse en su mágico taller, ilusionado con sucesivas pruebas.
Todas las pruebas resultaban perfectas, su amiga era la encargada de poner las joyas a la venta en un puesto callejero, muchas mujeres fueron las que una y otra vez se probaban los anillos extendiendo sus manos hacia adelante con ese aire de coquetería femenina que manifiestan algunas de ellas cuando se prueban joyas que consideran dignas de adornar una parte de su cuerpo.
Ella extendía solamente la mercancía al tiempo que ocultaba sus manos tras el estante temerosa del fracaso, él observaba sentado en un taburete fijando su atención en las múltiples manos que iban apareciendo, taciturno y esperanzado, lo que estaba esperando eran las manos de sus sueños, esas manos estilizadas para las que había destinado su arte.
El día llegó de la manera más inesperada, su amiga se quedó sin habla, él se levantó de su asiento para recibir a la portadora de aquellas manos soñadas que superaron con gran éxito la prueba, unas manos blancas como la cera, virginales y provistas de largos dedos, en las que la ausencia del dolor y del esfuerzo las hacían semejantes a un sueño que ninguna técnica artística podría nunca igualar, se volvió a su compañera con el gesto sombrío y le pidió por favor que se retirara, que él se encargaría de la venta personalmente.
 A partir de entonces una nueva compañera le servía de modelo en el taller de los sueños.

Foto: Vincent Van Gogh

Manos

De: Silencios en Otoño