sábado, 9 de marzo de 2013

EL FARO DE ALEJANDRÍA









EL FARO DE ALEJANDRÍA

La noche era estrellada y estaba parcialmente iluminada por la luz intermitente del faro que permitía por breves instantes contemplar el horizonte, la luna lucía en todo su esplendor, la brisa del mar era agradable y suave, la temperatura estival.
A las once de la noche tenía que embarcar con destino a la isla en la travesía de una noche.
Caminé con mi exiguo equipaje hasta el puerto y cuando el barco grande y blanco se acercaba me apresuré con ilusión a embarcarme.
Después de depositar  mi equipaje en el camarote, salí a cubierta con el fin de despedirme de la bahía blanca antes de sumergirme en las negras aguas de alta mar, a fumar un cigarrillo, disfrutaba de la noche de estío y pensé –no tardará mucho en acercarse un hombre, –es lo habitual–.
Cuando ya surcábamos la bahía en dirección a la isla, yo me dejaba acariciar por la brisa marina,  se acercó un hombre de mediana estatura, cabello claro y ojos también claros que brillaban refulgentes con los diferentes reflejos nocturnos. Después de saludarme intensamente, y de hacer algún que otro comentario acerca del estado de la mar, –la mar era “mar bella” esa noche–, y de la buena temperatura de qué gozábamos, se dispuso muy interesado a entablar conversación, cosa que a mí no me importaba en absoluto, unas palabras antes de acostarme me sumirían en un sueño profundo, relajado e inconsciente con sumo placer.
Parecía un hombre muy sensible y educado, le escuchaba con atención y pensaba al mismo tiempo: “me gusta estar en el mundo, aún sentía el despertar del sol rojo y satinado del amanecer de ese día, ¡Cuántas cosas ignoro a causa de mi ausencia de las cosas! ¡De mi falta de conciencia! En un esfuerzo cotidiano, cuando surge el encuentro de esas mismas cosas y de las personas suelo hacerlas presentes, las miro, las observo detenidamente y siento de pronto que se me escapan al vacío en donde se pierden y las veo alejarse, ocurre que transcurrido un tiempo, regresan a mi memoria, entonces me abalanzo sobre ellas para que no vuelvan a escaparse. Es el vértigo del vacío, es la sombra de la nada”…
El hombre era tan amable y paciente que en su deambular por las palabras dejaba espacio  suficiente como para que las ensoñaciones arroparan nuestro diálogo en el curso de la noche. Supe entonces que venía de Egipto en donde se había dedicado a investigar unos papiros. Como si estas cosas me fueran ajenas le dejé explayarse y solo le pregunté si se trataba de papiros relacionados con el mundo helenístico. Muy satisfecha con su afirmación me dejé llevar por ese mundo ya explorado durante unos instantes, sin perder de vista su mirada brillante, sus gestos y su dulzura que me era en extremo familiar.
La noche transcurría sin percances y hubo un momento en que mi memoria hizo acto de presencia, recordé aquella estancia desventurada en un lugar del sur de España, cuando un hombre tan encantador como el que tenía ante mis ojos, de origen polaco, me encontró una noche y me —dijo— en inglés —Why are you crying? Acto seguido me enjugó las lágrimas y me dejó en mi hotel rodeándome de los arrumacos más sensibles.
Por un instante me alejo y dejo los sentidos inmersos en el paisaje, a fin de cuentas eso es todo, estar en el paisaje circundante… sumergirse en ese todo cósmico… respirar la brisa del mar… sentir su mirada y su pálpito constante… la noche… las formas… el tránsito…
Con una sonrisa de bienvenida constaté después de preguntarle – ¿ha estado usted en el sur de España? – ¡Ah sí! contestó él –en un lugar inolvidable rodeado de montes oscuros, iluminado por el sol más ardiente, ¡ah sí! —¡unas vacaciones espléndidas!–. Quise entonces saber más, pero no cabía duda, encajábamos en el paisaje lunar sobre el mar como en aquel otro paisaje urbano rodeado de montañas oscuras y estábamos hospedados en el mismo hotel.