LOS SÁTIROS DE LA CIUDAD DE TEKLÉN
“La pornografía en realidad no trata de sexo sino de muerte”
Susan Sontag
La ciudad de Teklén es rica en machos cabríos que se esconden en la maleza de sus intenciones, solapados, son ellos los que enseñan a las mujeres a desenvolverse sexualmente y en lugar de compartir el lecho femenino, brutales, siempre llevan la iniciativa, hacen de ellas prostitutas sumisas que sacian sus apetitos, estas como Ménades les siguen en todos sus preceptos, ofuscadas y delirantes. En la ciudad de Teklén todo es confusión, la violencia es el plato fuerte a cualquier hora del día, la agresividad siempre a punto de estallar, las miradas oblicuas y concupiscentes provocan el rechazo de las mentes más lúcidas, engreídos, retorcidos, degenerados y cobardes, pisan fuerte y transgreden el apacible caminar de sus ancianos, y tranquilos paseantes, investidos de poder arremeten contra los más débiles, es la cuna del autoritarismo a ultranza, sociedad todavía feudal, recuerda en la actitud de estos machos cabríos las diferentes afrentas de Corpes que se han escrito a lo largo de la historia, “para mayor gloria de las letras hispanas” que ellos remedan como tradición sin escrúpulos. Cuando se llega a la ciudad de los Sátiros por primera vez asombra la fealdad arrogante de sus habitantes tan duros y fríos como el clima de la zona, en medio de una hondonada, sus parajes alrededor yermos y desiertos abrigan el silencio sepulcral de la muerte.
Largos inviernos de bajas nieblas, frío agudo e hiriente, estíos abrasadores y vacíos, la miseria de antaño sobrevive por los rincones, de larga tradición histórica hace a estos personajes acreedores de una cultura que impone su ley al extranjero con desprecio. La ciudad de Teklén es un infierno de víboras que se devoran unas a otras en pos de idéntico objetivo, la humillación, el agravio y el desprecio, a todo lo diferente, son también xenófobos entre sí, en su propia tierra. Mueren unos a manos de otros y los que sobreviven esconden su delito aterrorizados. Con sus miembros enhiestos recorren las calles inundando con su lascivia el ambiente tras muchachas jóvenes y bellas que inocentemente muestran sus encantos, para seducirlas con sus malas artes perversas, ellas ríen iluminadas por el sol de la tarde y apresuran el paso en huída, hombres machos en estado puro incapaces de controlar sus bajos instintos, groseros, inhumanos, agresivos, cuya fealdad produce el espanto en cualquier mujer que les observa detenidamente, se mueven con un único afán, violar a las ninfas y saciar así su apetito, incapaces de cualquier manifestación sensible, unos se emborrachan, otros se drogan, otros se nutren de lascivia con cualquier ilustración plástica, vacíos de lo eterno, de lo divino del ser, confunden en sus orgías la depravación y la muerte, son zánganos y molestos, carecen de gracia, de cualquier rasgo de belleza, son machos cabríos que en aras de las corrientes de moda, violan, violan, violan sin cesar e imaginan un matrimonio que les asegure el sustento sexual. El amor nunca anida en ellos, degenerados y envidiosos asisten con desprecio al gran espectáculo de la vida como espectadores expectantes sin tocarla, siempre más atentos a la presa que queda atrapada en su trampa. Viajar a la ciudad de Teklén es encontrar el país de los muertos bajo el siniestro manto de sus habitantes.
SÁTIROS MITO:
Los sátiros, relacionados con las Ménades, forman el «cortejo dionisíaco» que acompaña al dios Dioniso. Pueden estar también asociados con el dios Pan. Algunas tradiciones consideran a Sileno padre de la tribu de los sátiros. Los tres mayores de éstos, llamados Marón, Leneo y Astreo, eran iguales a su padre, y por ellos fueron también conocidos como silenos. Según algunas versiones del mito, habrían sido ellos los padres de los sátiros (de los que entonces sería Sileno su abuelo). Los tres estuvieron en el séquito de Dioniso cuando éste viajó a la India, y de hecho Astreo era el conductor de su carro.Se les representa de varias formas; la más común (y básicamente romana) es la de un priapismo permanente. A menudo llevan pieles de animales, de pantera (atributo de, por ejemplo, Dioniso). Las representaciones romanas confundían a los sátiros con los faunos, quienes solían tener piernas de chivo. La confusión ha perdurado incluso en obras de arte contemporáneas, como el «fauno danzante» de Lequesne, que es más bien un sátiro.
En la antigua Grecia existía una especie de drama que relataba las leyendas de dioses y héroes, y el coro estaba formado por sátiros y silenos. En las obras teatrales atenienses del siglo V a. C. el coro comentaba la acción principal. Los "dramas satíricos" se burlaban de las leyendas con pantomimas e incluso con insultos. Se ha conservado una obra satírica del siglo V. a.C., El Cíclope de Eurípides. También se ha conservado un papiro, con un fragmento extenso de una obra satírica de Sófocles, titulada Persiguiendo Sátiros (Ichneutae).
Los fálicos sátiros tocan la flauta de Pan o de Marsias y han sufrido en la Edad Media de una asociación forzada con el demonio y el pecado, porque ambos lucen patas de cabrón. Desde entonces, ligados a la magia negra y al mundo de la brujería, los sátiros han ido de mal en peor. Hoy en día, como seres sin refinar, mantienen su mala prensa. Son sucios, son varones y son fuertes y, además, son unos zánganos. Ellos aluden a los instintos dormidos que de pronto se despiertan. A su lado hay que olvidarse de las normas. Si los veis por algún bosque o expuestos en algún museo, dejad que sigan durmiendo. Pasad a su lado en silencio. Los sátiros son así, brutos, zafios y violentos. Son el macho natural, sin pulir, un concepto de macho en retroceso, perseguido... Dejad que sigan durmiendo.
Según Hesíodo eran seres indignos, aunque no son mencionados por Homero, en un fragmento de las obras de Hesíodo se dice que los sátiros son hermanos de las ninfas de las montañas y de Kuretes, fuertemente conectados con el culto de Dionisos y que son criaturas caprichosas e indignas. En el culto de Dionisos los seguidores masculinos son conocidos como sátiros y los femeninos como Ménades (“las que desvarían”) o Bacantes.Las Ménades son seres femeninos divinos estrechamente relacionados con el dios Dioniso (Baco para los romanos), dios supuestamente originario de Tracia y Frigia. Las primeras ménades fueron las ninfas que se encargaron de su crianza, y que posteriormente fueron poseídas por él, quien les inspiró una locura mística. Esto las contrapone a las Bacantes o Basárides, mujeres mortales que emulan a las ménades, que se dedican al culto orgiástico de Dionisios. No hay unanimidad, sin embargo, en estas acepciones. En muchas fuentes Ménades y Bacantes son sinónimos, entendiéndose por Bacante la acepción latina de Ménade.
Nota: Los kuretes fueron los nueve bailarines que veneran a Rhea , la cretense contrapartida de Cibeles, la Madre de los Dioses.
Platón en el Banquete realiza un elogio a Sócrates en el que compara a éste con Marsias el sileno en los siguientes términos:
A Sócrates, señores, yo intentaré elogiarlo de la siguiente manera: por medio de imágenes. Quizás él creerá que es para provocar la risa, pero la imagen tendrá por objeto la verdad, no la burla. Pues en mi opinión es lo más parecido a esos silenos existentes en los talleres de escultura, que fabrican los artesanos con siringas o flautas en la mano y que, cuando se abren en dos mitades, aparecen con estatuas de dioses en su interior. Y afirmo, además, que se parece al sátiro Marsias. Así, pues, que eres semejante a éstos, al menos en la forma, Sócrates, ni tú mismo podrás discutirlo, pero que también te pareces en lo demás, escúchalo a continuación. Eres un lujurioso. ¿O no? Si no estás de acuerdo, presentaré testigos. Pero, ¿que no eres flautista? Por supuesto, y mucho más extraordinario que Marsias. Éste, en efecto, encantaba a los hombres mediante instrumentos con el poder de su boca y aún hoy encanta al que interprete con la flauta sus melodías —pues las que interpretaba Olimpo digo que son de Marsias, su maestro–. (…) Mas tú te diferencias de él sólo en que sin instrumentos, con tus meras palabras, haces lo mismo.
(Platón, Banquete, 215a)
Así los describe J. L. Borges en su Bestiario
LOS SÁTIROS
Así los griegos los llamaron; en Roma les dieron el nombre de faunos, de Panes y de silvanos. De la cintura para abajo eran cabras; el cuerpo, los brazos y el rostro eran humanos y velludos. Tenían cuernitos en la frente, orejas puntiagudas y la nariz encorvada. Eran lascivos y borrachos. Acompañaron al dios Baco en su alegre conquista del Indostán. Tendían emboscadas a las ninfas; los deleitaba la danza y tocaban diestramente la flauta. Los campesinos los veneraban y les ofrecían las primicias de las cosechas. También les sacrificaban corderos. Un ejemplar de esas divinidades menores fue apresado en una cueva de Tesalia por los legionarios de Sila, que lo trajeron a su jefe. Emitía sonidos inarticulados y era tan repulsivo que Sila inmediatamente ordenó que lo restituyeran a las montañas.
El recuerdo de los sátiros influyó en la imagen medieval de los diablos.
“Libro de los seres imaginarios”. Jorge Luís Borges
De: Claros y Sombras
Mercedes Vicente González
Foto: Sileno ebrio
Peter Paul Rubens 1620