domingo, 10 de noviembre de 2013

UNA LEVE LÍNEA AZUL












UNA  LEVE LÍNEA AZUL

Estoy solo y no hay nadie en el espejo.
Jorge Luis Borges.


Leve línea azul que lejana nos separas del otro lado en donde están otros muchos que como nosotros te contemplan.
Una línea suave en el horizonte nos separa, una línea frágil como nuestros  sentimientos, avanzamos por el día y la ignoramos porque nos hiere y nos aleja, otras veces nos detenemos a mirarla porque los hombres que viven al otro lado de la línea son los otros que habitan nuestros días en silencio.
El otro que siempre nos acompaña sobre nuestra misma piel, nos acosa todos los días en el interior de la casa, en nuestros sueños, en el paseo cotidiano, en el trabajo esforzado, el otro es ese alguien siempre presente que nos habla en silencio que nos orienta en el espacio que se extiende en el misterio del tiempo y que a duras penas conocemos.
 Hubo días agitados y convulsos en la vida de una mujer joven en los que el otro se transformó en un ser diabólico que buscaba venganza en su locura, una joven ingenua e inocente que se dejó llevar por aquel torbellino de despropósitos: salía de su casa sin rumbo y conducía su coche agitada, casi ciega, los vecinos le salían al encuentro con el fin de avisarle, pues ella arriesgaba su vida en tiempo de nieve, las ruedas de su coche con dificultad surcaban los huecos libres en la carretera y descendía sobre una cuesta empinada, resbaladiza y abrupta, las gentes del pueblo más cercano  gritaban horrorizadas al verla pasar como única transeúnte en aquella montaña escarpada, los hombres de una gasolinera le advertían del día peligroso, pero ella avanzaba y huía sin cesar  del otro que acompañaba sus pasos; sus oídos le zumbaban, sus manos manipulaban insensibles los mandos del vehículo, sus frágiles piernas no alcanzaban el pedal del acelerador, lo presionaba y tenía la sensación de que  el coche no avanzaba, conducía en fin como una autómata inconsciente,  algunos otros vehículos que se cruzaban más tarde  en su camino le hacían señales con las luces para llamar su atención, ella en su huida llegó por fin a las autoridades de otro pueblo cercano, y así fue recorriendo pueblo tras pueblo en busca de auxilio, quería denunciar que alguien la estaba acosando hasta perder los estribos, pero no tenía nombre el otro, esos nombres que nos diferencian de otros muchos otros bajo un orden establecido por convención, no, ese otro no tenía nombre, hacía y deshacía a placer con su persona, lo veía monstruoso en el espejo, recibía sus señales, en ocasiones se mostraba amoroso y condescendiente, y ella siempre acababa rendida a sus instancias como si estuviera bajo un hechizo, en ocasiones también imaginaba que buscaba conchas en la playa y acudía a la orilla del mar  en su busca en medio de la noche, y recogía en una cesta muchas que luminosas en el agua del mar nocturno apagaban su luz al llegar a casa, así siempre se desvanecía todo lo que soñaba, de vez en cuando una lágrima de desilusión asomaba sobre su rostro y entonces esa noche no dormía, esperaba el alba, conversaba y leía poemas en voz alta, la luz artificial hacía guiños y el otro benevolente asentía con  intervalos de luz a sus palabras, ella solo esperaba el amanecer, no quería sus señales y apagaba todas las lámparas, intentaba organizar su cabeza, repetía obras de autores de memoria, descansaba en fin cuando comprobaba que su mente funcionaba con independencia de aquel  otro, que era capaz de comprender que todo era un mal sueño.
Una tarde sentada en su butaca, sintió el fuerte olor del fuego que circundaba su casa, el otro le avisaba desde las luces en el interior, resuelta salió de su casa y comprobó que era cierto, su casa estaba rodeada por las llamas, los secos  rastrojos de una reciente siega ardían entre las carcajadas de unos vecinos que las cortaron. Éste fue el motivo de su huida definitiva de la casa embrujada, salió decidida a denunciar la fechoría,  pero no tenía sus nombres y la iban a tomar por loca, descendió la montaña y agotada  pasó la noche en un descampado dormida en el vehículo, a la luz del día nadie la creyó, el criterio general era que los vecinos eran gente  buena y honrada… alguien que la vio conducir sobre los surcos de nieve afirmó que conducía enloquecida, otros que la veían en la playa durante la noche, decían que ella era la única capaz de acudir a la playa a esas horas, que siempre estaba sola, y que era un ser inaccesible, que leía tantos libros que había perdido el juicio.
Pasaron aquellos días y el otro enmudeció, ella lo buscaba en el espejo y tan solo encontraba su propio rostro, se detenía a escuchar sus señales y un silencio aterrador la rodeaba, nunca quiso acoger las órdenes del otro y él acabó por abandonarla al triste vacío de la realidad.
 Ahora sabe que esa línea leve y azul  que se extiende sobre el horizonte la separa de muchos otros que ahora habitan en sus sueños, en extensiones de colores con formas luminosas, en texturas de diferentes gamas  azuladas, en las letras de sus libros, de figuras en arrullo que se mecen sobre el mar  en medio de un mundo fantástico que se traduce en aliento y esperanza, en un sosiego libre de incendios, de las señales de aquel otro mundo de pesadilla. Ahora sabe que ella misma es ese otro y  prefiere ignorar que  siempre está presente.

Pintura:  Eduard Hopper.
Balandra con marejada 1935

Acuarela sobre el grafito

De: Silencios en otoño