Cuando la hora de los sueños se acerca, debemos permanecer muy atentos
La noche se extiende oscura y larga, los caminos se hacen cada vez más empinados y angostos. Las grullas se han marchado, gatos asoman por el camino al acecho de su presa, los lobos voraces se despiertan a nuestro paso lento y descuidado, los compañeros de Ulises nos acompañan, huyen de Circe, Zeus-Toro dirige a su séquito en pos de Europa, la fantástica Quimera lucha a muerte con las sombras, los caballos cabalgan y cabalgan desbocados, las vacas caminan torpes por la vereda desorientadas, los pájaros ya no cantan, duermen, a lo lejos, las llamas de los abrojos del día, arden impetuosas en el fondo del valle, la luna reposa, las tinieblas hacen acto de presencia, no es tiempo de sueño, es tiempo de vigilia, nos devoran las sombras, todo es presente ya, es la hora de vagar y vagar sin cesar en busca de ese sueño que apague nuestra sed y nos devuelva la calma.
Desde arriba, en lo más alto del bosque, contemplamos, como se extiende eterna la bahía y saltan los delfines jocosos y enamorados, nos asomamos tímidamente a disfrutar del espectáculo. La vereda continúa, avanzamos hacia ninguna parte, en pos de ese sueño.
Al fin, en un recodo del camino se alza fuerte y robusta la figura de un retoño, es un árbol que brota de una caja mágica y suena excelsa la música de Mozart, se extiende robusto hacia arriba y de su ramaje, en sus extremos, brotan las luces que sugieren la cornamenta ramificada de un ciervo iluminada.
Nacemos, caminamos, amamos y soñamos que un día fuimos eso, un retoño imaginario y solitario, que aparece en nuestro tiempo y nos recuerda que es hora ya de empezar a soñar… las luces se encienden y la música no cesa, la atmósfera se llena y se esparce, con tenues sonidos, con luces fugaces, el tronco imaginario evoca el ciervo arbóreo que está plantado, aislado, en la cima del bosque, dentro de la música de los tiempos.
Absorto un niño mira hacia arriba y contempla la imagen, desde su tierna soledad, que lo acompañará siempre, hasta la muerte.
En las luces de ese ciervo iluminado y los sonidos que brotan de su regazo contemplamos absortos, como niños, el retoño de nuestra esperanza. Mejor no despertar nunca de este bello sueño, que irrumpe rotundo en la sombra del bosque, poblado de bestias fantásticas.