sábado, 9 de julio de 2011

NO HAY MÁS CERA QUE LA QUE ALUMBRA








NO HAY MÁS CERA QUE LA QUE ALUMBRA

Aquella noche durmió mal, tuvo una pesadilla que sembró la confusión en el tiempo.
La ciudad estaba dormida, a pleno sol, las calles eran pateadas insistentemente por gente apresurada que golpeaba con fuerza el asfalto, las tiendas estaban cerradas, las librerías se habían declarado en quiebra, las salas de cine y las bibliotecas habían sido clausuradas, la asociación de conciertos había desaparecido, las tertulias de los cafés ya no existían a causa de las prisas, las aulas de los diferentes centros de enseñanza se poblaban de chicos absortos que, con una actitud pasiva, no entendían nada, los más pequeños eran clasificados en las escuelas, con un criterio  que los proyectaba hacia la incapacidad. Las casas de reposo de los ancianos eran brillantes barracones donde hacinados, recibían mal trato a diario con un alto coste , los centros de salud mental estaban repletos de locos abandonados a su suerte, atiborrados de medicación, los hospitales soportaban cada vez más, grandes colas de enfermos que en su mayor parte morían de cáncer, grandes epidemias infectaban calles y plazas, las diferentes instituciones sociales no daban abasto, la comida estaba envenenada, el aire era irrespirable, la población se aglomeraba en la ciudad y los pueblos, desiertos, albergaban solamente unos pocos ancianos.
 Los barrios se vestían con las galas de la riqueza, la opulencia de los mejor parados cegaba con su brillo a los más pobres,  que poco a poco iban perdiéndolo todo, las casas permanecían vacías y sus antiguos habitantes vivían en la calle. Las nuevas gentes que entraban en la ciudad, procedentes de otras tierras, se ocupaban de los trabajos más miserables y eran los nuevos marginados, los periódicos se ocupaban de las noticias de  paises lejanos y las noticias locales solo eran anécdotas intranscendentes, un torrente de información televisiva aturdía y confundía sin cesar con gran alboroto.
La violencia y la amenaza, afloraban por doquier, la nueva educación consistía en la perdurabilidad de la ignorancia, la gente desatada, daba rienda suelta a sus pasiones. Completamente desorientados, daban contínuamente palos de ciego. Ciegos  y presurosos se abalanzaban voraces sobre cualquier oferta de futuro, así,  inconscientes y espeluznados, flotaban en medio de un mar de dudas, sobre una nave que nunca tocaba puerto, la nave del olvido, extenuados , extendían sus brazos hacia el cielo y esperaban la muerte.
A punto de  despertar, se encontró frente a una ventanilla al final de una larga cola, con un cartel que decía: No hay más cera que la que alumbra.