domingo, 13 de octubre de 2013

EL REPUDIO





EL REPUDIO




¿Puedo mirar los libros?–Preguntó K, no por mera curiosidad, sino sólo para aprovechar su estancia allí.
–No– dijo la mujer, y cerró la puerta. No está permitido, los libros pertenecen al juez instructor
– ¡Ah ya!– dijo K, y asintió–, los libros son códigos y es propio de este tipo de justicia que uno sea condenado no sólo inocente, sino también ignorante.

Franz Kafka, El Proceso

Sonaron dos voces en respuesta a su llamada telefónica, cada una de ellas en un auricular, se oyeron los arriba España y las exclamaciones que encumbraban al caudillo en múltiples efectos tan conmemorativos como audibles a través del hilo telefónico eran sus voces, separó el auricular de su oído, e intentó hacer su pequeña reclamación, durante un tiempo indeterminado y delirante, escuchó las alusiones a su repudio, una culpa que expiar y que se iba a repetir en una trayectoria sin fin a lo largo de los años en su devenir errático como una mala mujer, desheredada y marcada por la muerte.
Los ecos de los rebeldes sonaban también con frecuencia  por las calles, enarbolando banderas nacionales, y escupiendo consignas del pasado. Espectadora atónita de su destino hizo caso omiso al acontecimiento que la aislaría del mundo como maldita en pleno siglo XX.
¿Qué pruebas tenían para tomar semejante medida? ¿Qué imaginaban si es que algo imaginaban a parte de un rechazo vengativo? ¿Cuántas puertas se cerraron? ¿Cuántas llamadas perdidas? ¿Cuántas agresiones verbales y físicas? – ¡Eres de los sin dios, de los sin madre, de los sin patria, y en esta casa no vuelves a pisar! –Escuchó al final.
Palabras que selló la muerte, para acabar al fin pisando su casa con absoluta inocencia.
Se repudia a una mujer tradicionalmente por adúltera o por bruja, pero una mujer soltera, ajena a cualquier coyuntura conyugal, dedicada siempre a su estudio, incluso con cierto sentido religioso alejado del misticismo habitual, que vive su vida tranquila, sin percatarse ni de lejos de lo que se le venía encima, encerrada en sus libros y en su fantasía, dedicada a sus animales, amable con todo el mundo, y se le hace objeto de un repudio público, tajante y tan drástico que aun se prorroga en sus días como una lacra que muchos asimilan como una gran verdad, –una mujer repudiada es una mujer maldita que despierta sospechas en las mentes más obtusas, sospechas de toda índole que hacen acreedores  de múltiples derechos a muchos seres hundidos en su mezquindad.
Habían transcurrido muchos años, y los papeles que justificaban su existencia legal, gran parte de ellos  habían sido suplantados por otros, muchos habían caducado, y en medio de ese mar de papeles se descubrió partícipe de una ingente herencia, comenzaron los trasiegos de abogados, de administradores, de albaceas, de secretarios y colegios de abogados, de juicios y denuncias, un entramado digno de un proceso interminable, un proceso envolvente y siniestro en el que no faltaban las acusaciones, las amenazas y la ruina fraudulenta. Enarbolando sus credenciales, se enfrentó con valor a uno de los gerifaltes, la discusión fue tan acalorada y sibilina, que procedió sin ambages a iniciar procedimientos contra él que muy seguro de sí mismo esgrimía los mismos argumentos que sus progenitores de quien era portavoz, repudiada por última vez salió del despacho y cuando cruzó la calle vio la maldición recaer sobre su enemigo, un vehículo lo atropellaba y contempló atónita el cuerpo sin vida de su oponente. Sin habla por la magnitud del suceso se encaminó a su casa que con todo derecho habría de ocupar aquellos años.
Los hombres se agolparon alrededor, algunos lloraban, otros lamentaban tan insigne pérdida, dentro del despacho, seguían las voces y el humo del tabaco en una espesa nube que hacía desaparecer el día tras los cristales, un revoltijo de pliegos sobre la mesa con cifras fantásticas relucían sobre el marco blanco de las hojas esparcidas aquí y allá y los gritos intransigentes insistían con la evocación constante de los muertos, pasos firmes se hacían sentir cada vez que alguno de los aplicados a la mesa se levantaba con el signo del hastío y la furia en el rostro, letrados y sus clientes y  economistas, murmuraban con sonidos entrecortados la fechoría oculta, la ausencia de dignidad compensaba la de los causantes, golpes secos sobre la mesa, se desvanecía en ella, todo el prestigio de que hacía gala en vida el fenecido.  

Foto: El Proceso Kafka (Orson Welles) 

De: Silencios en Otoño.