LLUVIA DE OTOÑO
Somos pobres artesanos de silencios
Llueve y la lluvia cubre
el cielo con sus gotas que esconden el sol lejano y ausente, llueve y la
humedad se extiende en mi rostro con pequeños leves golpes de agua, es tiempo
de adioses que revelan la certeza de una existencia que se tambalea con el
viento. Una bruma espesa y húmeda que recuerda el invierno.
Una mendiga está tirada en
el suelo con la mano tendida en posición de pedir, su aspecto presenta un
rostro bello y brillante, días atrás la había encontrado en la misma
posición y me miraba con simpatía y ternura, como sí algo hiciera que nos
sintiéramos como amigas. Con mucha prisa y agobio entré a comprar algo en la
tienda, unas pocas cosas necesarias, ella me miró comprensiva, poco llevaba yo
en mi bolsa, y no me pidió nada, solo una sonrisa, pero este último día el
trajín de la abundancia y la premura del deseo era mayor
y mezclada con el ansía, yo quería vaciar la tienda, tantos días penosos y por
fin podía arrasar con todo, los conocidos me miraban asombrados, abrían sus
ojos marcados por una indiferencia parsimoniosa y distante, unos
dependientes me ayudaban, otros me reñían porque entorpecía la
circulación de clientes con sus carros, –el lugar es pequeño y angosto, todos
los alimentos están amontonados, circular en su interior es una travesía
concebida para pobres gentes que como yo acuden en busca de algo que llevarse a
la boca, ella, tirada allí me miraba con dulzura anhelante, era la única
estrella que brillaba en ese firmamento de menesterosos, con la agilidad de un
gato yo cargaba bolsa tras bolsa y salía a empellones de la tienda con un peso
que sobrepasaba mis fuerzas, hubo un momento, tras numerosos guiños de
comprensión, en el que la mujer mendiga me dijo en tono muy amable
como si formáramos parte de un equipo de trabajo —¿te ayudo?,
comprendí que yo misma debía cargar con el fardo, le di las gracias y continué
trajinando.
¡Cuántas veces había
sentido sobre mi ser su cálida mirada, su expresión de tristeza cuando mi bolsa
era pequeña, y su alegría luminosa cuando mi fardo de supervivencia era pesado!
Me di cuenta de que de todos los presentes ella era la única que se identificaba
conmigo, tal vez las ropas negras, tal vez el color de la piel y la forma de
llevar el pelo, tal vez los ojos oscuros y brillantes de tristeza. Todavía hice
un último viaje, no podía dejar a mi amiga allí postrada delante de la
indiferencia de aquellos hombres y mujeres que como sapos saltaban en medio de
la abundancia, entré de nuevo y a toda prisa recogí algunos alimentos tan
necesarios para ella como para mí, y cuando salí del local se los entregué en
silencio agradecida por su presencia y colaboración. La lluvia
entonces era aún más intensa, deambulé por las calles henchida de
placer y sosiego dejándome mojar, un encuentro feliz me confortaba y todo
aquello que había guardado en silencio, se iluminó de pronto como si el sol
asomara otra vez sobre las terribles aguas de la playa.
Pintura: Lluvia, vapor y
velocidad.
Joseph Mallord William
Turner.
De: Silencios en Otoño
De: Silencios en Otoño