MAR
ETERNO
¡La hemos vuelto a hallar!
¿Qué?, la Eternidad.
Es la mar mezclada
con el sol.
Arthur
Rimbaud (1854-1891)
¿Acaso
trae buenas noticias? ¿Acaso se resiste a pasar?, llega, está unas horas y se
va con el flujo reflujo de la marea. Determina la estancia de las aves y los
hombres miran al infinito, esa línea que raya con el cielo con el efecto
luminoso de un alucinógeno, el astro solar, el gran astro que irrumpe en
nuestros sueños y nos despierta con su destello.
A
ella poco le interesaban las aventuras pasadas, la mayor parte de las veces
arrastrada por una marea inconsciente y jocosa con el único fin de pasar el
rato, pero ellos se mostraban pertinaces en sus esfuerzos por alcanzar su
objetivo, algunos siguiendo el principio de placer y disgusto intentaban crear
dependencia, una dependencia anímica a veces sazonada con las drogas y el
alcohol, pero acostumbrada como estaba a todas estas tretas salía ilesa de
todas cuantas aventuras se le presentaban, una cosa tenía muy clara, ella había
nacido para gozar del momento, y muy despreocupada, le daba lo mismo una orgía
de solitaria andanza vagando sin rumbo, que dar con sus huesos en el catre de
un vagabundo, eran peligros que salvaba con destreza, y su deseo más fuerte era
descansar a solas en su maltrecha cama.
Salir
y emprender un viaje por la ciudad, inventarla en sus luces nocturnas y
diurnas, pisar el asfalto con firmeza, sentirse anónima y ausente, como bajo
los efectos de un estupefaciente, constituía su mayor placer, no necesitaba
alucinógenos, ella era su propia droga. Romper y rasgar la vida que sale al
encuentro en medio de una ciudad espaciosa y provocativa, su única meta. ¿Cómo
sustraerse a la infinitud de posibilidades que le abrían sus puertas, y la invitaban
a su paso?
Casas
medio derruidas, jardines abandonados, entradas secretas en secretos
callejones, paseantes solitarios que llenan de misterio sus pasos en las noches
de luna llena, cafés abarrotados de gente que bebe y habla sin parar, incesante
tráfico que se estrella insistente sobre las aceras, ventanas a la altura del
transeúnte cerradas a cal y canto con telarañas en los cristales rotos, gatos
negros que cruzan con paso rápido la calzada, pájaros que caen muertos de los
árboles, bancos poblados de ancianos que tal vez fumen el último cigarro de su
vida en ese instante, sirenas aturdidoras con sus gritos enfermos, en el arte
de inventar la vida está el arte de inventar historias, ella inventó muchas
historias antes de leerlas en los libros, el genio poético se hermanó enseguida
con otros seres que como ella vagaban entre esas calles y se inventaron un
tiempo infinito de historias que se las llevan los años y regresan punzantes en
la memoria, calles entonces, derrotadas, abandonadas y recogidas en el interior
de un aposento que poco importa de qué esté poblado mientras suenan los ecos de
tantos caminos hollados y desandados.
Sólo
el caprichoso mar fluye ahora a sus pies
con sus mareas y veleidosos movimientos, las calles ya no se dejan ver sino en
el recuerdo, caminos extensos de arena invitan al abandono y al ensueño,
visitar la ciudad de nuevo es ya una nueva aventura, rozar a los transeúntes
con la mirada, soñar que circulan en el centro de la vida sin rumbo, camino del
trabajo… camino de sus casas… ese mundo gris y apelmazado que se disipa ante el
espectáculo marino y nos llena de impotencia.
Foto: Mar eterno
Joseph Mallord William Turner
De: Silencios en Otoño
De: Silencios en Otoño