sábado, 19 de octubre de 2013

MAR ETERNO










MAR ETERNO

¡La hemos vuelto  a hallar!
¿Qué?, la Eternidad.
Es la mar mezclada
con el sol.
Arthur Rimbaud (1854-1891)

¿Acaso trae buenas noticias? ¿Acaso se resiste a pasar?, llega, está unas horas y se va con el flujo reflujo de la marea. Determina la estancia de las aves y los hombres miran al infinito, esa línea que raya con el cielo con el efecto luminoso de un alucinógeno, el astro solar, el gran astro que irrumpe en nuestros sueños y nos despierta con su destello.
A ella poco le interesaban las aventuras pasadas, la mayor parte de las veces arrastrada por una marea inconsciente y jocosa con el único fin de pasar el rato, pero ellos se mostraban pertinaces en sus esfuerzos por alcanzar su objetivo, algunos siguiendo el principio de placer y disgusto intentaban crear dependencia, una dependencia anímica a veces sazonada con las drogas y el alcohol, pero acostumbrada como estaba a todas estas tretas salía ilesa de todas cuantas aventuras se le presentaban, una cosa tenía muy clara, ella había nacido para gozar del momento, y muy despreocupada, le daba lo mismo una orgía de solitaria andanza vagando sin rumbo, que dar con sus huesos en el catre de un vagabundo, eran peligros que salvaba con destreza, y su deseo más fuerte era descansar a solas en su maltrecha cama.
Salir y emprender un viaje por la ciudad, inventarla en sus luces nocturnas y diurnas, pisar el asfalto con firmeza, sentirse anónima y ausente, como bajo los efectos de un estupefaciente, constituía su mayor placer, no necesitaba alucinógenos, ella era su propia droga. Romper y rasgar la vida que sale al encuentro en medio de una ciudad espaciosa y provocativa, su única meta. ¿Cómo sustraerse a la infinitud de posibilidades que le abrían sus puertas, y la invitaban a su paso?
Casas medio derruidas, jardines abandonados, entradas secretas en secretos callejones, paseantes solitarios que llenan de misterio sus pasos en las noches de luna llena, cafés abarrotados de gente que bebe y habla sin parar, incesante tráfico que se estrella insistente sobre las aceras, ventanas a la altura del transeúnte cerradas a cal y canto con telarañas en los cristales rotos, gatos negros que cruzan con paso rápido la calzada, pájaros que caen muertos de los árboles, bancos poblados de ancianos que tal vez fumen el último cigarro de su vida en ese instante, sirenas aturdidoras con sus gritos enfermos, en el arte de inventar la vida está el arte de inventar historias, ella inventó muchas historias antes de leerlas en los libros, el genio poético se hermanó enseguida con otros seres que como ella vagaban entre esas calles y se inventaron un tiempo infinito de historias que se las llevan los años y regresan punzantes en la memoria, calles entonces, derrotadas, abandonadas y recogidas en el interior de un aposento que poco importa de qué esté poblado mientras suenan los ecos de tantos caminos hollados y desandados.
Sólo el caprichoso  mar fluye ahora a sus pies con sus mareas y veleidosos movimientos, las calles ya no se dejan ver sino en el recuerdo, caminos extensos de arena invitan al abandono y al ensueño, visitar la ciudad de nuevo es ya una nueva aventura, rozar a los transeúntes con la mirada, soñar que circulan en el centro de la vida sin rumbo, camino del trabajo… camino de sus casas… ese mundo gris y apelmazado que se disipa ante el espectáculo marino y nos llena de impotencia.

Foto: Mar eterno

Joseph Mallord William Turner 

De: Silencios en Otoño