domingo, 17 de julio de 2011

LA MÁSCARA ENAMORADA













LA MÁSCARA ENAMORADA
No hay arte sino sueño.
Julio Cortázar

Una tarde calurosa de verano, recibió una visita inesperada de un buen amigo suyo, a la hora de la siesta.
Él le dijo: quiero llevarte a un lugar, para que conozcas, a un amigo artista que puede interesarte, no vive en la ciudad, pero podemos acercarnos en mi coche, no está muy lejos. Muy gustosa aceptó la proposición, confiando en el buen hacer de su amigo.
Llegaron a un pueblo desértico y aparcaron el coche, para conducirse a través de un campo yermo, hacia la casa del personaje amigo.Después de mucho caminar por el campo y con mucho calor llegaron a una casa de dos plantas,  que vista desde lejos, no parecía tan grande en extensión, hacia lo ancho.
Llamaron con la ayuda de una aldaba y después de un rato se abrió de par en par el portón de hierro y apareció el amigo, que los recibió con júbilo y agradecimiento.
Lo primero con que se encontraron, fue, un enorme patio cubierto de imágenes esculpidas en hierro y teñidas en negro, de tamaño natural, que representaban a diferentes personajes, habitantes del pueblo. 
El anfitrión los iba conduciendo, abriéndose paso entre ellas, hasta llegar a una escalera que desembocaba en el piso de arriba, donde los esperaban con diferentes actitudes, muchas imágenes tambien esculpidas en hierro. Llegados a este punto ella empezó a abrir los ojos más y más a medida que reconocía por el camino a todos los amigos de antaño, muchos de ellos ya desaparecidos.
 Muchas de esas imágenes estaban cubiertas con paños blancos para preservarlas del polvo, pero otras, las de factura más reciente, estaban al descubierto así, reconoció a un vagabundo al que le faltaba un brazo, con su viejo sombrero de ala ondulada cayéndole sobre los ojos, y su chaqueta raída, reconoció también al viajero incansable, cargado con su maleta perfectamente confeccionada en hierro y con la expresión de la melancolía en el rostro. Una nave formada por dos grandes bloques de  granito flotaba a la deriva en medio de la estancia, con vistas a ser colocada sobre una fuente de agua abundante, en la ciudad, y muy apartado, en un rincón, reconoció también, una mesita redonda, con un flexo, un atril en el centro y  un libro abierto, frente al cual estaba sentado leyendo, con un cigarro apoyado en la comisura de los labios, un hombre corpulento y complacido.
El anfitrión, que era el autor de todas estas obras los fue llevando hacia el interior y les invitó a tomar un té, con el fin de descansar y charlar un rato con ellos, se disculpó por el desorden y su cocina rudimentaria, e hizo que se  sentaran en torno a una mesa camilla rodeada de butacas con viejos cojines.
Frente a ella, había, colgada en la pared una máscara blanca y redonda, con los ojos muy grandes,  que impresionaban por causa de  su vacío y una lágrima negra dibujada sobre la mejilla, tenía la boca pequeña y enrojecida, y una nariz diminuta y respingona, justo al lado, había, apoyado sobre una una gran capa de hierro negra posada en el suelo, un casco enorme con un penacho de plumas rojas, extraordinariamente llamativo.
A ella siempre la habían impresionado las máscaras y en carnaval solía rehuirlas, incluso, evitaba salir de  casa, para no encontrarlas,  y ahora la tenía ahí, delante, mirándola fijamente.
El escultor llegó y se sentó debajo de la máscara, de modo que la imagen quedaba perfectamente asociada a él. Charlaron de muchas cosas referentes a la confección de sus esculturas y de los trámites a seguir, para exponerlas por las calles de la ciudad en un futuro próximo, ella callada y sobrecogida por la presencia de la máscara, observaba la escena con atención, aún así, preguntó al autor, si los personajes representados eran conocidos suyos: “unos sí”, y “otros...  son creación mía”, respondió amablemente.
De regreso, ella no hizo ningún comentario, impresionada como estaba a causa de lo que había visto, su amigo la dejó en su casa y se marchó
Después de muchos días, salió a dar un paseo por la ciudad y empezaron a aparecer en su camino, las esculturas de su amigo esparcidas por todos los rincones, algunas no las conocía, pero se veía la misma mano en ellas, todas habían sido forjadas en hierro macizo, se acercaba a ellas y efectivamente, estaban todas firmadas, estaba el vagabundo, estaba el hombre melancólico de la maleta, estaba, dentro de  una gran fuente, en una plaza, la nave del naufragio, causando el efecto esperado, se encontraba así, con algunos de sus amigos desperdigados aquí y allá.
Cuando volvía ya, a su casa, al doblar una esquina, se topó asustada, con una última imagen, era la máscara blanca con el enorme casco del penacho rojo y la pesada capa de hierro negra. En cuestión de segundos, la imagen se despojó a sí misma de la capa y extendió hacia su amiga un ramo de rosas rojas: “teníamos que encontrarnos” le dijo, se quitó la máscara, y descubrió su verdadero rostro, que no era otro que el del escultor amigo: “quiero que me acompañes” dijo algo nervioso, "para que veas esculpido, un sueño que he tenido recientemente".
Así lo hicieron, llegaron otra vez a su casa  y en el rincón, estaba todavía más aislada, la mesa camilla con el atril, el hombre corpulento y una figura femenina sentada con las manos cruzadas encima de la mesa, que tenía una máscara sobre el rostro, idéntica a la que ahora llevaba en sus manos el escultor,  con la misma lágrima negra dibujada en la mejilla.
 Él la miraba con insistencia, ella no pudo contener una lágrima de emoción y de alegría, al verse a sí misma en la sala, habitáculo de todos sus amigos de antaño y del hombre de la mesa. Él escultor, buen conocedor de los efectos más primigenios, que el arte ocasiona en un alma sensible, insistía con su mirada, emocionado él también. Con mucha ternura, la cogió de la mano, y juntos se acercaron a la imagen del sueño y contemplaron maravillados, cómo la lágrima negra de la máscara se había emborronado y en su lugar, relucía una lágrima  líquida y transparente.