miércoles, 30 de octubre de 2013

UN SUCESO INESPERADO








UN SUCESO INESPERADO

El árbol no es otra cosa que una llama floreciente
Novalis


Una brizna de fuego se coló en una de las ranuras del teclado del ordenador, en cuestión de segundos  un color dorado rojizo iluminaba poco a poco las teclas, un movimiento rápido de mis manos le dio la vuelta con el fin de que el fuego adherido en su interior se despegara  con rapidez, la gente que pasaba por la calle se detenía a observar  el suceso con cara de asombro, un frenético trajín de  sacudidas, volteos, encendidos y apagados, el aire exhalaba desde mis pulmones el desaliento y soplaba con insistencia sobre el iluminado teclado, se me llenaron los ojos de lágrimas, una sacudida oprimió mi estómago, mis manos, hábiles en otro tiempo, se deslizaban torpes y asustadas sobre la superficie del aparato, un temblor de pánico sacudía todo mi cuerpo, sin consuelo y aturdida abría mis ojos anegados en llanto para ver con sorpresa  un texto en su pantalla que aparecía a intervalos, de repente las letras se desprendían y se deslizaban en todas las direcciones como enloquecidas por la fiebre del fuego y su color amarillo se llevaba los negros signos con su azote devastador y ondulante,  unas mujeres en el rellano de una escalera situada en la acera de enfrente reían con estrépito, sus carcajadas punzantes atronaban mis oídos  mientras proseguía con la manipulación del artefacto, lo más preocupante de todo , era el texto que se desvanecía y se escapaba y con él todos los libros allí guardados, contemplé angustiada  un juguete roto y el ambiente hostil que me rodeaba, con los nervios crispados a causa de mi torpeza aciaga, lo apagué , lo puse debajo de mi brazo y me dirigí a mi casa, una vez colocado sobre  su mesa habitual, lo encendí de nuevo, el texto escrito apareció en primer lugar con todas las letras perfectamente nítidas y quietas sobre el blanco acostumbrado,  yo esperaba el intervalo del cortocircuito, las cenizas de su destrucción,  pero el texto permanecía con obstinación en la pantalla, ejecuté otras acciones para que aparecieran otros documentos guardados y todo funcionaba a la perfección, el ordenador en su ambiente recobró su estabilidad, llegó entonces el sosiego, tendí mis brazos hacia atrás en posición de descanso y respiré con alivio, todavía unos segundos más  lo apagué y lo encendí repetidas veces, con el fin de estar en lo cierto, todo seguía en su sitio, el color dorado rojizo había desaparecido, era el ordenador de siempre, un ejecutor ordenado de sueños, lo apagué definitivamente, abrí la ventana esperanzada, respiré la brisa de la tarde y   la brizna de fuego encendió mi corazón solitario.

Pintura: El árbol de las moras 1889  

Vincent van Gogh

De Silencios en Otoño.