Castillos
en el aire
No hay
barrera, cerradura, ni cerrojo que puedas imponer a la libertad de mi mente.
Virginia Woolf
Un
mediodía de verano, después de vivir escenas terriblemente violentas, huyó de
su casa familiar en compañía de un individuo que pretendía ser su esposo. La
ciudad se abría amplia y llana a sus pies, y ella solo albergaba en su interior
el deseo ardiente de comerse el mundo.
Joven
aún, el ansia de ver, oír y leer, de descubrir un nuevo mundo, la embargaban,
comprendió enseguida que su compañía fiel iba a desembocar en el más cruel de
los fracasos, su espíritu libre impedía a todas luces una relación constante
que sometiera sus sentidos al magreo diario de un marido al uso, a cambio de
una vida vacía y estúpida.
Soñaba,
y todos sus sueños parecían convertirse en realidad, proyectaba... buscó un
cobijo seguro y se dispuso a estudiar, –él impotente la seguía–, ella avanzaba
con seguridad sorteando todas las dificultades. Llegó muy lejos en su propósito
y era evidente su resolución.
Era
casi una niña cuando fue consciente de que el matrimonio consistía en un canje
económico y que la que no valía para
puta tampoco valía para ese evento. Supo que el amor se encontraba en otra
parte, tal vez dentro de sí misma. De modo que no tenía prisa, se dedicó unos
años a leer, a estudiar y ayudaba a su partenaire en sus estudios, de esa
manera era evidente que procedía con absoluta honradez y claridad.
Pero
las presiones se abalanzaban sobre ella por todas partes, insistentes y
molestas acabaron con su huida y la ruptura con su futuro esposo.
Las
cosas se pusieron aún más difíciles, los machos de la familia se vengaron
dejándola a merced de cualquier
desaprensivo, ella continuó en su línea y llegó aún más lejos en sus pesquisas,
se mantuvo entera y dedicada a sus quehaceres y se enriqueció aprendiendo de
otras fuentes.
Aquellos
varones españoles e insignes, que tantas promesas le prodigaron, se vengaron
cruelmente, y desaparecieron de su vida en espera que recayera sobre ella la
perdición. De aquellas desventuras solo quedan las ilusiones, un amor intenso
guardado dentro de sí y todos los sueños de su primera juventud, por lo demás,
los futuros maridos proliferan por doquier, en un lugar en el que nada se
mueve a través de los años y las putas no saben de castillos en el aire.