sábado, 16 de marzo de 2013

CASTILLOS EN EL AIRE











Castillos en el aire


No hay barrera, cerradura, ni cerrojo que puedas imponer a la libertad de mi mente.
Virginia Woolf



Un mediodía de verano, después de vivir escenas terriblemente violentas, huyó de su casa familiar en compañía de un individuo que pretendía ser su esposo. La ciudad se abría amplia y llana a sus pies, y ella solo albergaba en su interior el deseo ardiente de comerse el mundo.
Joven aún, el ansia de ver, oír y leer, de descubrir un nuevo mundo, la embargaban, comprendió enseguida que su compañía fiel iba a desembocar en el más cruel de los fracasos, su espíritu libre impedía a todas luces una relación constante que sometiera sus sentidos al magreo diario de un marido al uso, a cambio de una vida vacía y estúpida.
Soñaba, y todos sus sueños parecían convertirse en realidad, proyectaba... buscó un cobijo seguro y se dispuso a estudiar, –él impotente la seguía–, ella avanzaba con seguridad sorteando todas las dificultades. Llegó muy lejos en su propósito y era evidente su resolución.
Era casi una niña cuando fue consciente de que el matrimonio consistía en un canje económico  y que la que no valía para puta tampoco valía para ese evento. Supo que el amor se encontraba en otra parte, tal vez dentro de sí misma. De modo que no tenía prisa, se dedicó unos años a leer, a estudiar y ayudaba a su partenaire en sus estudios, de esa manera era evidente que procedía con absoluta honradez y claridad.
Pero las presiones se abalanzaban sobre ella por todas partes, insistentes y molestas acabaron con su huida y la ruptura con su futuro esposo.
Las cosas se pusieron aún más difíciles, los machos de la familia se vengaron dejándola a merced  de cualquier desaprensivo, ella continuó en su línea y llegó aún más lejos en sus pesquisas, se mantuvo entera y dedicada a sus quehaceres y se enriqueció aprendiendo de otras fuentes.
Aquellos varones españoles e insignes, que tantas promesas le prodigaron, se vengaron cruelmente, y desaparecieron de su vida en espera que recayera sobre ella la perdición. De aquellas desventuras solo quedan las ilusiones, un amor intenso guardado dentro de sí y todos los sueños de su primera juventud, por lo demás, los futuros maridos proliferan por doquier, en un lugar en el que nada se mueve a través de los años y las putas no saben de castillos en el aire.