lunes, 25 de marzo de 2013

SEDUCCIÓN









SEDUCCIÓN


Afterglow (Borges)


Siempre es conmovedor el ocaso
por indigente o charro que sea,
pero más conmovedor todavía
es aquel brillo desesperado y final
que herrumbra la llanura
cuando el sol último se ha hundido.
Nos duele sostener esa luz tirante y distinta,
esa alucinación que impone al espacio
el unánime miedo de la sombra
y que cesa de golpe
cuando notamos su falsía,
como cesan los sueños
cuando sabemos que soñamos.







Su sola presencia lo hacía ya seductor, era un hombre guapo y muy agradable, y él lo sabía, un despliegue de recursos personales, se abrió ante mis ojos, los movimientos cautelosos y muy rápidos, imperceptibles, ese mirar desvaído y triste como quien no participa en el momento, ese hacerse el inaccesible, jugando al escondite, y sugerir, sugerir más que explicar, ninguna explicación era posible, suspiros envolventes nada más, entradas y salidas muy rápidas, con esa mirada lejana que se convertía en el centro de toda la atención, para no hablar, de infinitud de perversiones verbales que me arrojaban sin piedad hacia la confusión.
Me parecía gracioso, y tenía cierta gracia en sus movimientos,  me dejé llevar por el momento, con la esperanza de que algún día cesara tanto ir y venir y concluyera en un final feliz…
Sin saberlo nos dejamos arrastrar por una marea de llamadas que apelan a nuestros sentidos sin tregua, y arrobados por su atracción, compramos objetos que con el tiempo se tornan inservibles… leemos libros que a duras penas entendemos… besamos a personas que no son realmente de nuestro agrado… y así, vamos rodando por el mundo, dúctiles y maleables, proclives  a cualquier reclamo que llame nuestra atención, en una palabra, es difícil sustraerse a la seducción.
De nada servían ya, los razonamientos y los múltiples avisos de otras personas, sobre lo que estaba pasando. Lo había conseguido, me había seducido.
El final feliz no llegó nunca, sus palabras quedaron en suspenso, yo misma quedé en suspenso y en un silencio rotundo, el silencio más cruel, me quedé sin palabras, una afonía que me impedía defenderme  se prolongó durante cuatro largos años como una pesadilla, acudí varias veces al otorrino y estuve a punto de operar unos pólipos inexistentes, vagaba sin cesar por la ciudad que se había convertido en una ratonera… emprendí numerosos viajes de norte a sur… nada curaba mi ronquera y balbucía con frecuencia palabras nubladas para pedir auxilio, todos mis conocidos reían satisfechos, y en lugar de mostrarse compasivos con mi afección que emanaba más de mis entrañas que de mi garganta, no podía articular palabra, todos reían  y reían cruelmente, como en un mal sueño, llegué a notar que cuando alguien me dirigía la palabra con amabilidad, casi apuntaba en mi garganta un hilo tenue de voz que me aliviaba, hice lo peor que pudo pasar por mi imaginación atribulada, encerrarme y salir para lo imprescindible,   nada explicaba semejante estado, encontré otro método más racional, buscar pruebas, y el propio lenguaje de los signos me lo proporcionó.
Los sueños volvieron a hacerse presentes, la visión de la realidad era más lúcida y exacta, las impresiones parejas con las ideas fluían en perfecta armonía, todas las funciones del cerebro convivían tranquilas en su casa, explayarse entonces, resultaba fácil, y el hecho de transcribir los sueños, constituía en sí mismo, otro sueño.
 Todas las imágenes del pasado se hicieron presentes, todos los nombres de mis  amigos me salieron al encuentro, el tiempo era otro tiempo, todo, absolutamente todo, era presente, vivo y joven.
Enfrentarse a esos fantasmas que seguían pululando por la realidad con las mismas instancias anteriores, ya no era posible, y sortear esos avatares, ya no era difícil.
Así pasaron aquellos cuatro años, de hito en hito, la vida siguió su curso y un buen día sin saber cómo recuperé la voz.
Cuando ya daba por muerto aquel encuentro fatal que me sedujo sin piedad, después de largos años,  volví a encontrar por la calle a aquel hombre, que visiblemente nervioso y envejecido, adoptó un gesto hierático y distante, y se alejó. A partir de ese momento, en esos días comenzó   idéntico ir y venir que en los días del pasado, no sólo estaba vivo, sino que paseaba también con frecuencia de la mano de una mujer. Me esperaba en cada esquina y me miraba con ojos melosos, con el deseo encendido, pero yo ya no creía en esas cosas, estaba muy ocupada y aceleraba el paso cuando lo encontraba, supuse que ya contaba con una mujer y no tenía sentido mi presencia en su vida, le saludaba amablemente y continuaba hacia adelante como acostumbraba desde aquellos años fatídicos.
Transcurridos pocos  días desde el último encuentro, ocurrió algo totalmente imprevisto, al pasar delante de su portal, vi una esquela con su nombre escrito en ella y sus datos personales entre los que llamaba la atención uno, —como yo le había conocido innumerables mujeres— no di crédito a lo que veía,  “su apenada esposa”… él ya no vivía para desmentirlo.
De: Claros y sombras
Mercedes Vicente González
Foto: “Amantes” de Rene Magritte