LA MANO AMIGA
Salían del fondo de recepción alineados cuatro personajes y el del medio iba a ser el protagonista a lo largo de doce años consecutivos, llevaba el pelo largo canoso y un chaleco azul debajo de la bata blanca, tenía un aire de frescura y cordialidad que era fácil atribuir a su buen carácter, su rostro era amable, el gesto muy flexible destacaba en el centro, tal era la persona más importante de su vida por aquellos años.
Regresar a una ciudad grande, perdida, con incertidumbres innumerables, sola, pobre y liberada al fin de todas las ataduras de los años anteriores , sin buscar una salida dejarse llevar por el tiempo, y con un asidero lejano que no servía para nada, la confusión era absoluta y el dejarse ser se impuso a todo, lejos de la presión de antaño, en este estado de cosas apareció el que todo lo colocaría en su sitio con su gesto amable con su silencio cordial, con su forma de andar confiada y sencilla cuando cruzaba la calle cuando se acercaba cuando se sentaba delante de un folio en blanco y empuñaba con fuerza su bolígrafo como para asegurar que nada volvería a ser igual porque él lo era todo, pocas palabras, las justas , “tranquila”, “no pasa nada”, “estás de maravilla”, “lo tienen crudo”, tal era el miedo que se había instalado en su ser y que él supo disipar con su ternura y su bondad. En la sala de espera había mucha gente y ese síntoma se notaba en el ambiente las personas allí sentadas esperaban pacientemente a que se abriera la puerta y los que salían, salían activos y sonrientes como si hubieran encontrado dentro el amor y la confianza, la mano amiga les había tocado el corazón y ella continuó su camino ensimismada.
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