LOS RECOLECTORES DE CACAO
“Si el espacio es infinito estamos en cualquier punto del espacio. Si el tiempo es infinito estamos en cualquier punto del tiempo”
J. L. Borges
Caminaban lentos los hombres, cansados y abrasados por el calor y los fardos. Caminos tortuosos hasta llegar a la carretera infinita. Sus torsos encorvados por el peso brillaban al sol, caminaban en hilera. Eran recolectores de cacao. Cuentan las leyendas de los mayas que es un producto con poderes divinos. Regalo divino para aliviar su cansancio y deleitar el reposo.
Theobroma cacao es el nombre científico que recibe el árbol del cacao o cacaotero, planta de hoja perenne de la familia Malvaceae. Theobroma significa en griego «alimento de los dioses»; cacao deriva del nahua «cacáhua».
A lo lejos se veía una mancha difuminada por los rayos del sol y los ojos abatidos de los caminantes se llenaban de esperanza e inquietud.
Escuchaba en medio de la niebla de los sueños la voz de un narrador atentamente y tan impaciente como esos hombres que desfilaban al mismo tiempo desfilaba el relato que me contaba un hombre entrado en años con voz trémula y lejana en el tiempo. La tensión del esfuerzo de los caminantes se hizo presente en una noche de la que no quería despertar hasta llegar al final de esa infinitud que procuran los sueños.
Debieron transcurrir breves minutos en ese trayecto que hice en la noche, en el corazón del tiempo, temía, tan inquieta como ellos que no llegara la mancha lejana, sentía un calor sofocante que se confundía con el frío, ignoraba en qué lugar del mundo y de la historia me encontraba, el narrador me tenía atrapada en medio de las visiones, todo transcurría como si yo misma formara parte de esa hilera, llegó un momento en el que mi deseo de conocer al narrador se hizo indispensable, pero el narrador aparecía encubierto, solo alcanzaba a escuchar su voz eterna, pensé entonces que tal vez estuviera muerto pues los muertos suelen visitarme mientras duermo, pero este mágico personaje aparecía entre nubes de ensueños y me condujo a través de una carretera estrecha, pedregosa, sinuosa en la que la hilera de hombres se confundía con su perspectiva, hubo incluso un momento en el que fui consciente de que no era un sueño, era un relato, las tierras que pisaba me eran desconocidas, todo era lejano e ignoto, los hombres cargados con sus fardos llegaron al final de la carretera, y la mancha desveló una vieja cabaña en la que un corro de mujeres vestidas de blanco batían chocolate espeso con unos artefactos de madera, los hombres suspiraron contemplando el ir y venir de las hiladas del producto que pendían de esos palos, sedientos de descanso y con el aire casi divino que da el reposo del trabajo y del esfuerzo.
Una sensación de infinitud me acompañó todo el día.