Los días del pasado quedaron tan atrás,
fúnebre hilera consumida
donde las más cercanas aún humean,
velas frías, torcidas y deshechas.
No quiero verlas; su aspecto me aflige,
me aflige recordar su luz primera.
Miro ante mí las velas encendidas.
fúnebre hilera consumida
donde las más cercanas aún humean,
velas frías, torcidas y deshechas.
No quiero verlas; su aspecto me aflige,
me aflige recordar su luz primera.
Miro ante mí las velas encendidas.
“Velas” Konstantinos Kavafis 1899.
EL ABRAZO DEL AVESTRUZ
El pasado le
pesaba como una losa… el futuro incierto no arrojaba ningún signo de
esperanza… Sin embargo en el
presente los días se iluminaban con la
misma intensidad de luz con la que se iluminaba su estancia recogida y diminuta
con innumerables velas vacilantes en la sombra, y optaba por la supervivencia, en un mundo
caótico y decrépito. Ilusiones lejanas y la sensación continua de una unión
vívida y palpitante encerrada dentro de sí prolongaban los días con sus noches
para hundirse en el vacío de la nada. Un presente dibujado con certeza, entre útiles
de trabajo, sueños, imágenes, y palabras que explican cada instante y lo azotan
con violencia.
Aquel amor de otro tiempo, había superado la posesión y la locura, superó el tiempo y la
pobreza, y superará también la muerte, siempre encuentra un lugar en el que florecer
vivo y risueño, lleno de gozo, reescribiendo su historia, autónomo, con vida
propia, al arrullo de un abrazo que se recoge en sí mismo,
misterioso y eterno, como la misma fuerza de las palabras.
Pero ahora solo
la lasitud de los días se prolongaba en
el tiempo y el trayecto había llegado a
su fin, fin de viaje.
En plena noche,
en la oscuridad de los sueños un enorme cráneo tapiaba su cabeza envolviéndola en un abrazo en completo silencio y el trémulo beso de su boca deforme la dejó
atrapada, sin habla y sin aliento, en medio de las sombras. La imagen era una
masa informe, inacabada y sin embargo encendía el deseo más ardiente, todas las
sensaciones del pasado inundaban su ser y poco a poco la masa era solo una, en
una unión perfecta y pétrea, por momentos el terror de la muerte invadía sus miembros. Despertó de
un sobresalto y la figura del hombre se desvaneció, respiró profundamente,
abrió los ojos sorprendida y al mismo tiempo abrió la ventana, una sensación de
alivio y bienestar se hermanaba con la luz incipiente del nuevo día, supo entonces
quien era el extraño, pero aún no le conocía.
Foto: Trouble in Paradise, 1932 by Ernst Lubitsch.
De:
Claros y Sombras
Mercedes
Vicente González