Y más tarde, un
Ángel, entreabriendo puertas
Vendrá a
reanimar, fiel y jubiloso,
Los turbios
espejos y las muertas llamas
Charles Baudelaire
LA
SIERPE
Con
el sol del atardecer, encarado, suele llevar
una manzana en la mano que va
rumiando suavemente, se
detiene y se la tiende a un
transeúnte cualquiera, en la calle de la Sierpe. Como saliendo de una bruma
espesa y fría, el viento corta
la piel del rostro y de las manos, el paso sinuoso que serpea decidido en el
trecho breve, temible, semejante a un maleficio, atraviesa de una calle a otra.
Cuando uno pasa por ella, siente que su vida se estrecha y de pronto la angustia anida en el pecho, los
gatos nocturnos suelen salir al paso y acompañan por suerte al viandante.
Pisaba
con decisión el dibujo en el suelo de la sierpe cuando al dar la vuelta a la
derecha sintió la mano robusta de un hombre sobre su hombro que le dijo en un
grito ahogado – ¡sé quién eres!, ¡eres
el desgraciado que ensucia nuestras calles y acosa a mi hija ¡ ¡y voy a matarte
el día menos pensado!–
Él,
indiferente, le tendió uno de los cigarros puros que llevaba prendidos en el
interior de su chaqueta tal como acostumbraba a hacer en sus paseos por las
calles de la ciudad, y continuó su camino.
Pero al llegar a su casa la encontró sumida en
un mar de llamas, rápidamente y con esfuerzo, salvó cuanto pudo, una mesa
pequeña con largas patas pintada de negro, un espejo pequeño con un marco de
madera muy trabajada, y otros cuatro espejos más sin marco de tamaño grande,
una cartera de cuero que contenía una gramática en ruso, un libro de cuentos y
un relato en colores escrito también en ruso con imágenes desplegadas, recuerdo
de su infancia. Muy aprisa se dirigió a la casa de su amante y le entregó los
objetos sin mediar palabra sobre lo
acontecido, –parto para otra tierra, –dijo, cuando vuelva espero volver a
encontrarte.
Cargado con su equipaje y toda su belleza, y
dispuesto a emprender un largo viaje,
se alejó tímidamente de quien supuso el triunfo momentáneo sobre lo que solo
existe más allá de la
muerte, más allá de la calle del maleficio en la que ahora el dibujo en el
suelo se ha borrado ya, y los viandantes transitan por ella, con pasos sinuosos, ignorantes de las innumerables historias
desgraciadas que les ocurrieron a los seres que la pisaban indiferentes.
A
partir de ese momento ella decoró su casa con los espejos en los que siempre
contemplaba la imagen de un hombre desolado,
leyó y releyó los relatos y utilizó la misma cartera que los contenían,
pasaba todos los días por la calle de la sierpe sin ningún tropiezo,
abandonó a su padre, y todos los días de
sol a sol recorría las calles de la ciudad y llevaba consigo manzanas con las que
obsequiar a los transeúntes que pasaban por la calle maldita.
.
Se
fue para no regresar nunca más, muy despacio, sin volver la vista atrás, tal vez
temeroso de volver a encontrar la ciudad
que él hizo fantasma en otro tiempo y que ahora reclamaba venganza… … sus habitantes aún le están
esperando.
De:
Claros y Sombras
Mercedes
Vicente González
Foto:
“Las tres velas” Marc Chagall