LAS FLORES Y EL DESEO
Una hilera interminable de empleados de la floristería subía por las escaleras desvencijadas de mi casa, cargados con ramos y cestas de flores que apenas podía albergar mi diminuto habitáculo. Desde arriba, contemplaba la procesión sin comprender a qué venía tanto colorido y floreciente ostentación.
Yo no había hecho nada para merecer tanto agasajo que me vi obligada a aceptar ante el enfado de los floristas deseosos de desembarazarse del cargamento.
El olor intenso se colaba por todas las rendijas la casa, mezclándose con la herrumbre vieja que asomaba por sus puertas.
La intriga despertó en mi pecho angustiado la curiosidad sobre el origen de semejante despilfarro, a medida que recibía una cesta o un ramo, miraba en su interior con la ciega esperanza de hallar una tarjeta… una nota… todas las flores llegaban desnudas en su belleza y penetrante olor, sin hallar una respuesta.
Muchas otras veces, había recibido muestras de cariño de algún admirador o amigo, discretamente colocadas en mi puerta o debajo del felpudo, o simplemente depositadas cuidadosamente en mi buzón o bien, me las entregaron personalmente, pero esto constituía una agresión total en los sentidos.
Cuando ya se me acercaba la última entrega, contemplé absorta que se trataba de una sola, y hermosa rosa roja que tenía enroscada en su tallo una nota anónima, escrita en caracteres muy nerviosos, que decía: Que sepas, que hago el amor contigo todos los días de mi vida aunque tú no estés presente.
Nunca supe la procedencia de este deseo imperioso.