"Un libro debe ser el hacha que rompa el mar helado que hay
dentro de nosotros."
Franz Kafka
EL REPARTO
El día era nublado y frío, la cola se extendía hasta la plaza de enfrente, el
centro del Ayuntamiento estaba abarrotado de gentes portadoras cada una con
bolsas y carritos de la compra, se respiraba un hambre tranquila y esperanzada,
niños de dos o tres años, blancos y de
color gritaban y lloraban impacientes, transcurrirían tres horas antes de
saciar su apetito, un hombre solitario leía pacientemente en un rincón un libro
de relatos sobre la guerra civil española, de una autora local ya fallecida, el hombre
al verla llegar la interpeló y —dijo: –si me das una correa yo te paseo al
animal porque falta mucho tiempo para el evento, incluso habrá muertes… le miró
asustada, y él replicó –es una manera de hablar, pero la cosa se presenta
conflictiva–, —el hombre era un experimentado visitante–.
Las gentes se agolpaban a la puerta, y se pedían la vez unos a otros, ya
les había veteranos, pero la afluencia de público cada vez era mayor, ella
decidió esperar pacientemente con su vez ya apalabrada, le tocaba detrás de un
hombre burdo y mal vestido y con cara de no enterarse de nada.
Al cabo de un tiempo, se acercó la comitiva de funcionarios, muy solícitos
y preocupados, abrieron las puertas y todos entraban y rellenaban por turnos un
papel con sus datos con el fin de facilitar el reparto en lotes, a continuación
había que descender al sótano a través de una angosta escalera y los niños
rezagados llamaban a sus madres gritando desde arriba, fueron levantados en
volandas con el fin de salvarlos de la aglomeración y los empellones y
depositados en los brazos de sus madres, pronto llegaría el turno… ya cerca del
comienzo de la cola se divisaban grandes estanterías de comida de excelente
calidad, los altos cargos de la institución en persona estaban repartiendo con
una agilidad inusitada bolsas de los
mejores alimentos y pan que los que
tanto tiempo estaban esperando se apresuraban a cargar en sus bolsas para salir
camino del ascensor con su botín. El hombre lector la acompañó a ella en todo
momento, hablaron de literatura, comentaron el terrible frío y humedad, que
pasaban en invierno, y la ayudó incluso con su carga.
Los rostros satisfechos de los que salían mostraban una sonrisa de alegría
y colaboraban unos con otros a la salida llenos de una energía que parecía
trasladarse directamente del peso de sus bolsas a su corazón.
De: Claros y Sombras
De: Mercedes Vicente González