lunes, 18 de marzo de 2013

EL REPARTO













"Un libro debe ser el hacha que rompa el mar helado que hay dentro de nosotros."

Franz Kafka


EL REPARTO

El día era nublado y frío, la cola se extendía hasta la plaza de enfrente, el centro del Ayuntamiento estaba abarrotado de gentes portadoras cada una con bolsas y carritos de la compra, se respiraba un hambre tranquila y esperanzada, niños de  dos o tres años, blancos y de color gritaban y lloraban impacientes, transcurrirían tres horas antes de saciar su apetito, un hombre solitario leía pacientemente en un rincón un libro de relatos sobre la guerra civil española, de una autora local ya fallecida, el hombre al verla llegar la interpeló y —dijo: –si me das una correa yo te paseo al animal porque falta mucho tiempo para el evento, incluso habrá muertes… le miró asustada, y él replicó –es una manera de hablar, pero la cosa se presenta conflictiva–, —el hombre era un experimentado visitante–.
Las gentes se agolpaban a la puerta, y se pedían la vez unos a otros, ya les había veteranos, pero la afluencia de público cada vez era mayor, ella decidió esperar pacientemente con su vez ya apalabrada, le tocaba detrás de un hombre burdo y mal vestido y con cara de no enterarse de nada.
Al cabo de un tiempo, se acercó la comitiva de funcionarios, muy solícitos y preocupados, abrieron las puertas y todos entraban y rellenaban por turnos un papel con sus datos con el fin de facilitar el reparto en lotes, a continuación había que descender al sótano a través de una angosta escalera  y los niños rezagados llamaban a sus madres gritando desde arriba, fueron levantados en volandas con el fin de salvarlos de la aglomeración y los empellones y depositados en los brazos de sus madres, pronto llegaría el turno… ya cerca del comienzo de la cola se divisaban grandes estanterías de comida de excelente calidad, los altos cargos de la institución en persona estaban repartiendo con una agilidad inusitada bolsas de  los mejores alimentos y pan que los  que tanto tiempo estaban esperando se apresuraban a cargar en sus bolsas para salir camino del ascensor con su botín. El hombre lector la acompañó a ella en todo momento, hablaron de literatura, comentaron el terrible frío y humedad, que pasaban en invierno, y la ayudó incluso con su carga.
Los rostros satisfechos de los que salían mostraban una sonrisa de alegría y colaboraban unos con otros a la salida llenos de una energía que parecía trasladarse directamente del peso de sus bolsas a su corazón.

De: Claros y Sombras
De: Mercedes Vicente González