EL
VATE DE TUBINGA
La poesía es
la más inocente de todas las ocupaciones.
Su poesía
era poesía que llora la pérdida y canta la libertad pero sobre todo que huye a
otro tiempo y a otro lugar, evocaba a Grecia y buscaba consuelo en la
naturaleza en la búsqueda febril de la belleza, en la plenitud de los bosques y
los pájaros, en la inquietante belleza de los crepúsculos sagrados.
El
protagonista de esta historia también huyó a otro tiempo y a otro lugar, en
donde los días brillaran en todo su esplendor y se encontrara a salvo en
compañía de las palabras.
Un lugar de
paredes blancas que guardaban en su interior el ir y venir de ratas que
prisioneras deseaban salir por cualquier rendija descuidada. En el que las
goteras incipientes se acrecentaban día tras día abultándose en el techo y
dibujando en él figuras extrañas y filigranas.
Se
encontraba en esa edad visionaria de la juventud en la que lo más importante
era descubrir las viejas sendas por las que habían caminado otros con su
experiencia. Carecía de recursos pero eso no le importaba, por las noches
recorría su calle y hurgaba en los contenedores de basura en busca de algún
alimento todavía fresco y comestible. Le bastaba su escondrijo para vivir y
experimentar a sus anchas.
Pronto su
calle se llenó de comentarios y las malas lenguas hablaban de él con el fin de
expulsarle de sus vidas, comentaban con crueldad, que se trataba de un
delincuente y que se escondía de la justicia porque había cometido un
asesinato, le consideraban un loco peligroso y temían por la integridad de sus
hijos. Él pasaba ante ellos en silencio todos los días y ellos le señalaban con
el dedo echándole toda suerte de maldiciones.
Una vez que
franqueaba el umbral de su puerta olvidaba los percances y se encerraba en su
mundo de sueños y quimeras, amaba sobre todas las cosas la poesía que leía
siempre entusiasmado y al mismo tiempo llenaba de luces y sombras su habitación
¡Días eternos y dorados, en los que el tiempo se prolongaba y borraba las
lindes del infinito! ¡Poetas del pasado desplegaban sus voces en la noche!
¡Cantos de vida y esperanza! Impaciente se adentraba en otras tierras lejanas y
se sumergía con inmenso placer en los entresijos de otras lenguas, de esa
manera el tiempo se ensanchaba y él se perdía en su interior despreocupado y
sin prisa. Así en medio de una felicidad brillante, pasaron los años hasta que
llegó a esa edad en la que los sueños solo viven en reposo.
Pero nadie
entre los humanos perdona la libertad ajena fuera del rebaño y los habitantes
de su calle comenzaron a hacerle la vida imposible. ¡Hay que sacarlo de ahí!
–Decían– ¡Ensucia nuestra calle! – ¡Es un subversivo!–¡pervierte a nuestros
jóvenes con el ejemplo de su mala vida y sus ideas !– ¡Es un loco peligroso!
Él, cansado
y al límite de su paciencia salía de su casa investido de la divinidad de las
palabras, y advertía a sus vecinos de que la maldición de los dioses recaería
sobre ellos y sobre sus hijos, porque habían provocado sus iras y además, qué
podían ellos reprocharle a él, si ellos se alimentaban de cadáveres, asistían a
espectáculos sangrientos, desconocían el estado excelso del amor, vivían de
espaldas al estado natural de las cosas, analfabetos como eran, que otra cosa
podían esperar en su pocilga que el castigo de la naturaleza, y con esas divinas
palabras se alejaba y se internaba en su humilde cobijo.
La venganza
anida en los espíritus maledicentes que viven a expensas de las
vicisitudes ajenas y los alimenta. Una mañana que aún conservaba el resplandor del pasado, los
bultos del techo se desplomaron sobre su cabeza y hundieron su libro en la
miseria, alguno de esos seres había provocado intencionadamente el cataclismo,
bajó enloquecido a la calle y comenzó a perorar y a echar maldiciones, cuando de
una furgoneta descendieron unos hombres gorilas que le pusieron una camisa de
fuerza y lo internaron en un psiquiátrico, de todos sus libros conservaba solo
uno que encerraba en su interior un poema “A las parcas” del genio de Tubinga y
mientras recitaba con voz profunda y temblorosa los últimos versos:
Sé bienvenido,
silencio del mundo de las sombras,
Estoy alegre, aunque
el son de mi lira
No descienda conmigo.
Una vez
Viví como los dioses
y con eso me basta.
Llegó una
enfermera para suministrarle su medicación, él cerró los ojos y se internó para
siempre en el mundo de las sombras.
“A las parcas”
Friedrich
Hölderlin
De: Claros y
Sombras
Mercedes
Vicente González