LAS
DIOSAS TAMBIÉN DUERMEN
A lo largo de los días aparentemente inocuos y rutinarios, encerrada en una
habitación, a lo largo y ancho de las inundadas notas a pie de página, como
gotas de agua, se dan cita las palabras.
A
lo lejos son un eco de los sentidos, el tiempo es otro tiempo y sin embargo
todo lo impregnan todo lo invaden y se imponen solícitas a tanta incertidumbre.
Su certeza ilustra los relatos del presente como si nada
hubiera pasado, su mirada es la misma joven mirada que todo lo
escudriña abiertamente y en el estómago regurgitan amables los
gestos de otro tiempo añorados y queridos. El deseo se reconduce y tiende a las
mismas calles, a los mismos libros, a las mismas esperanzas, a los
mismos ambientes. La violencia no existe, y no en vano todo se
concita en el mismo instante en la pasión dormida que se despierta alerta,
opuesta y a la vez encajada en el presente.
Las
palabras a lo lejos cantan una vieja canción hermosa que
lentamente sacude el teclado y tiene lugar una especie de plenitud.
No existe nada ya y sin embargo las viejas expectativas de antaño se sacuden el
polvo y se hacen presentes exentas de explicaciones, exentas de
esperanza, desnudas y escurridizas en medio de un mundo feroz que
todo lo engulle y todo lo emplaza en la muerte.
Son
muchos y variados los paisajes en el cerebro sentado allí, que solo siente, en
ese estado de ilusión permanente casi eterno y no existe la reacción a
otro estímulo que no sea el encuentro lúcido y escueto con ellas, única salida
de los sentidos al exterior, bien arropados, y de algún modo armados contra el
paso del tiempo, que me aleja más y más, en el espacio reducido en el que
me encuentro.
Imágenes
acuden auxiliadoras de tanto llanto, de desconsuelo tan grande, a través de
ellas, las que en otro tiempo fueron tremendas y crueles, ocasión del miedo. Deambular
es la palabra elegida, para definir su curso, en medio de tanta promiscuidad
verbal. Simples, compuestas, con diferentes elementos, en distintas lenguas,
miles de ellas se pueden contemplar con ilusión. A veces nos asusta el
hallazgo de semejantes maravillas que desde tiempos muy antiguos nos
estaban reclamando.
Las
palabras gritan, además de cantar y danzar en nuestra mente, se mueven
imperiosas y exigentes, nos arrastran y despistan si no estamos atentos, las
podemos sentir como se revuelven y pugnan por salir enteras y potentes, tampoco
nos salen de dentro cuando estamos embargados
por algún acontecimiento, otras veces, salen solas y nos
estremecemos al pensar en la cercanía de la muerte, salen entonces apresuradas,
como azarosas, a borbotones, unas hermosas, otras brillantes, algunas
escuetas, otras ramplonas, como diosas dominan la tierra que pisamos, se meten
en nuestro interior y nos hacen hablar y escribir, expresar incluso lo que no
queremos, algunas de ellas nos juegan malas pasadas, también las hay que
con su sonoridad y lirismo, nos ilusionan, nos impresionan, dignas de estudio
nos abren muchas puertas, esas, son las salvadoras, las que nos sirven de
refugio, ya los más antiguos antepasados se encargaron de analizarlas para la
posteridad, conscientes sin duda de su valor. Así, todas ellas están en
el aire que todo lo envuelve, el paso del tiempo, pero ellas nunca
mueren, acaso solo duermen.
De
Mercedes Vicente González
Foto:
Afrodita