domingo, 24 de febrero de 2013

LAS DIOSAS TAMBIÉN DUERMEN






LAS DIOSAS TAMBIÉN DUERMEN





             A lo largo de los días aparentemente inocuos y rutinarios, encerrada en una habitación, a lo largo y ancho de las inundadas notas a pie de página, como gotas de agua, se dan cita las palabras.

A lo lejos son un eco de los sentidos, el tiempo es otro tiempo y sin embargo todo lo impregnan todo lo invaden y se imponen solícitas a tanta incertidumbre. Su certeza  ilustra los relatos del presente  como si nada hubiera pasado, su mirada es la misma joven mirada que todo lo escudriña abiertamente  y en el estómago regurgitan amables los gestos de otro tiempo añorados y queridos. El deseo se reconduce y tiende a las mismas calles, a  los mismos libros, a las mismas esperanzas, a los mismos ambientes. La violencia no existe, y  no en vano todo se concita en el mismo instante en la pasión dormida que se despierta alerta, opuesta  y a la vez encajada en el presente.

 Las palabras a lo lejos cantan una vieja canción hermosa que lentamente  sacude el teclado y tiene lugar una especie de plenitud. No existe nada ya y sin embargo las viejas expectativas de antaño se sacuden el polvo y se hacen presentes  exentas de explicaciones, exentas de esperanza, desnudas y escurridizas en  medio de un mundo feroz que todo lo engulle y todo lo emplaza en la muerte.

 Son muchos y variados los paisajes en el cerebro sentado allí, que solo siente, en ese estado de ilusión permanente casi eterno y  no existe la reacción a otro estímulo que no sea el encuentro lúcido y escueto con ellas, única salida de los sentidos al exterior, bien arropados, y de algún modo armados contra el paso del tiempo, que me aleja más y más,  en el espacio reducido en el que me encuentro.

Imágenes acuden auxiliadoras de tanto llanto, de desconsuelo tan grande, a través de ellas, las que en otro tiempo fueron tremendas y crueles, ocasión del miedo. Deambular es la palabra elegida, para definir su curso, en medio de tanta promiscuidad verbal. Simples, compuestas, con diferentes elementos, en distintas lenguas, miles de ellas se pueden contemplar con ilusión. A veces nos asusta el  hallazgo de semejantes maravillas que desde tiempos muy antiguos nos estaban reclamando.

 Las palabras gritan, además de cantar y danzar en nuestra mente, se mueven imperiosas y exigentes, nos arrastran y despistan si no estamos atentos, las podemos sentir como se revuelven y pugnan por salir enteras y potentes, tampoco nos salen de dentro cuando estamos embargados por algún acontecimiento,  otras veces, salen solas y nos estremecemos al pensar en la cercanía de la muerte, salen entonces apresuradas,  como azarosas, a borbotones, unas hermosas, otras brillantes, algunas escuetas, otras ramplonas, como diosas dominan la tierra que pisamos, se meten en nuestro interior y nos hacen hablar y escribir, expresar incluso lo que no queremos, algunas de ellas nos juegan malas pasadas,  también las hay que con su sonoridad y lirismo, nos ilusionan, nos impresionan, dignas de estudio nos abren muchas puertas, esas, son las salvadoras, las que nos sirven de refugio, ya los más antiguos antepasados se encargaron de analizarlas para la posteridad, conscientes sin duda de su valor. Así,  todas ellas están en el aire que todo lo envuelve, el paso del tiempo, pero ellas nunca  mueren,  acaso solo duermen.


De Mercedes Vicente González

Foto: Afrodita

COSAS SIN IMPORTANCIA












COSAS SIN IMPORTANCIA




 Amar duele. Es como entregarse a ser desollado y saber que en cualquier momento la otra persona podría irse llevándose tu piel. (Susan Sontag).


Me está gustando esta música ¿Sabes? Dijo– él que estaba sentado en su butaca con un libro en las manos, mientras tanto ella trajinaba sin parar por la casa, para cumplir con todas las tareas que acostumbraba a anotar todos los días antes de irse a la cama.
 De  once a doce de la noche hacían el amor como un hábito más, sin mirarse siquiera, se levantaba temprano y ponía el televisor que la acompañaba como su más fiel compañía y única música de fondo.
 Ese día estaba impaciente, su mejor amiga y vecina la había advertido de los peligros que corría con su dieta y las medidas tan drásticas que había tomado para adelgazar, se encontró con el obstáculo habitual, su marido estaba leyendo en un rincón y escuchando música celestial, –sí, —comentó ella con desgana, —parece que anuncia la primavera… y al mismo tiempo se asomó por la ventana, — ¿Qué libro estás leyendo? —le preguntó con precaución, ¡ah! respondió él— levantando la vista de soslayo, cosas sin importancia, sólo son pequeñas historias locales, —y… ¿no contienen vampiros y fantasmas, como acostumbras?—no, contestó él incómodo, son historias cotidianas, bien podría tratarse de nosotros. Bien, — dijo ella más tranquila, entonces ¿puedo encender el televisor, para ver las noticias? Bueno —se resignó él, aturdido por el rugir del aspirador, —como quieras, — ¿de verdad no te importa? …Él, impaciente, con tan abrumadora actividad, posó el libro en el suelo y se dispuso a salir a dar una vuelta por el barrio, el día se presentaba gris esa mañana y estaba apesadumbrado, cuando encontró a la vecina amiga de su mujer cargada con bolsas del supermercado,  después de saludarle, con el rostro enrojecido por la emoción, le preguntó, — ¿Cómo está tu mujer? Bien, bien —contestó apresurado, la he dejado en casa viendo las noticias, la vecina que andaba todo el día por la calle y estaba enterada de todo, le anunció que corría la noticia por el barrio de un hecho desgraciado, muy interesado le preguntó —y ¿de qué se trata?— —¿aún no lo sabes?— muy alterada le contó: “ha salido en la televisión, son historias para no  dormir, ya sabes, de ésas que tratan de vampiros y de fantasmas, se ha descubierto a un hombre que vende pócimas para adelgazar que han provocado alucinaciones en quienes las compraron".
 A él poco le importaban los chismes de la vecina, pero esta vez se mostró preocupado, una mujer había dado muerte a su marido presa de una alucinación creyéndolo un vampiro y como su mujer estaba obsesionada con su dieta,  tanta agitación en los últimos días, le hizo sospechar. Rápidamente se encaminó a su casa en donde encontró  a su mujer desvanecida frente al televisor  con una enorme herida en el cuello, sin duda provocada por alguno de sus fantasmas.

FIN

LA MUJER DEL ANDÉN


LA MUJER DEL ANDÉN

Porque los hechos de los inmortales no son en  vanotú cuídalos. Vete ahora a tu casa y no lo descubras,  yo soy Poseidón, estremecedor de la tierra. Odisea, XI.

 Una pareja de enamorados que se encontraba en la estación, contempló la llegada en el andén, de una mujer frágil  con aspecto de soñadora, con la sonrisa escrita en su rostro y de mirada brillante y esperanzadora, cargada con una maleta cuadrada y marrón, muy antigua y desgastada por los años, y un vestido largo, hasta los tobillos que dejaba entrever su extremada delgadez,  se encaminaba hacia el vagón que la llevaría absorta y ensimismada en sus pensamientos a su lugar de destino.
 Impacientes la siguieron con la mirada encantados con su aparición, como de otro tiempo, en medio de  esos momentos apresurados, en los que la gente se agolpa para tomar un tren.
Por suerte para ellos, se acomodó en el asiento de una de las ventanillas situada justo enfrente de los enamorados. Ella, ajena a sus miradas  y sin sentirse observada, emprendió el viaje que la llevaría, como a todos los circunstantes, a un lugar cualquiera del planeta, donde  nunca pasa nada.
A veces, las apariencias más ingenuas nos deparan acontecimientos inesperados…
 Iba decidida a consumar un plan que había entretejido laboriosamente a lo largo de los años.
 En la capital visitaría a un viejo amigo bibliotecario que guardaba celosamente un ejemplar muy ligado a ella, que le había robado en  otro tiempo y que con  la furia de la juventud, lo tomó prestado. Ella ahora, en la lejanía de aquel tiempo, quería recuperarlo, lo añoraba especialmente porque había, contenido en él, un mensaje que necesitaba releer y recordar antes de desaparecer para siempre de este mundo.
Lo encontró sumido en la miseria, ebrio de alcohol y desgastado por los años, al verla aparecer le repuso sin miramientos, sabiendo a lo que venía, – no te lo voy a devolver, –dijo, —el libro me pertenece ya  por un derecho muy  legítimo.
 Ella, nerviosa y temerosa por la  resolución, con la que él  la había recibido, le preguntó de qué derecho se trataba, entonces él acudió presuroso  en busca del libro  y después de largas, larguísimas páginas en blanco, llegó a la página que buscaba afanosamente y le mostró el mensaje esperado: “Para quien me sobreviva”…... Todas las  páginas restantes las había borrado el paso del tiempo.