“Para no ser los esclavos
martirizados del tiempo, embriagaos; embriagaos sin cesar. De vino, de poesía o
de virtud, como queráis”
Charles Baudelaire. “Embriagaos”. El Spleen de París
LA
NOCHE DEL VAGABUNDO
Cuando
estaba a punto de acostarse para leer un libro que narraba las venturas y
desventuras de un vagabundo que pasaba sus noches al raso en un parque
despoblado de una gran ciudad y ya no esperaba nada de su vida, decidió salir
en la profundidad de la noche a deambular por las calles casi desiertas y con
esa sensación de desarraigo en sus entrañas observaba las casas en los costados que mostraban sus luces
despiadadamente habitadas.
Deseaba
en silencio que las casas se encontraran vacías y dirigió erguido sus pasos de
autómata hacia una de ellas que se encontraba en penumbra en donde en el centro
de una entrada fuera de lo común, en unas crujientes escaleras se encontraban
apoyados dos amantes que alegres se abrazaban en la oscuridad y manifestaban una complicidad también fuera de
lo común, pasó discreto a su lado y se internó en un laberinto de puertas
entreabiertas que mostraban un interior poblado de nuevas ediciones
recientemente publicadas, a tientas tanteaba las torres de ejemplares apilados,
con un único objetivo encontrar solo uno, una luz blanca se posaba e
iluminaba las voces apagadas de las
portadas de los libros.
Desgarbado
y con su cráneo completamente desnudo, destacaba entre las sombras produciendo
una imagen blanquecina y fantasmagórica.
La feliz pareja de enamorados se acercó a él y libres de temor le preguntaron
si se había perdido y no encontraba lo que buscaba.
Él
con una voz ronca y desencajado como si lo hubieran descubierto en lo más
profundo de su intimidad, se dirigió a ellos con los ojos vidriosos que
brillaban en la oscuridad, –solo pasaba por aquí, –dijo– acompañado de un gesto
amable– y me llamó la atención el lugar. Ellos sonrientes lo acogieron con
júbilo y se lo mostraron complacidos, a
continuación decidieron caminar en su compañía por las calles empedradas para dirigirse a algún café
nocturno en donde tomar algo. Él les siguió y una extraña alegría ilumino su
rostro, el silencio se alejó y en una calle muy populosa disfrutaron de la
música y la bebida.
En un
estado de feliz somnolencia y embriaguez,
se adentró por esas calles
pedregosas, su paso ligero se topaba con las mujeres de la noche que le
ofrecían sus servicios tendiendo sus brazos a su cuello, los borrachos cantaban
con dificultad viejas canciones de
guerra, las gatas en celo ensordecían la atmósfera con sus maullidos en la
noche, los jóvenes disfrutaban del amor en las esquinas, aceleraba el paso cada
vez más rápido y escueto, aspirando el murmullo del aire cálido que acariciaba su
rostro y llevado por el deseo de no regresar a su casa, algo en su interior le exigía con
fuerza perderse y sentir su libertad solitaria hasta el amanecer, deseaba él
también entonar canciones, y dormir al raso, y alegrarse con los destellos del
amor nocturno y expulsar los viejos fantasmas del tiempo.
Cuando
ya cansado casi rozando el alba llegó a su casa se dirigió directamente a su lecho para
continuar la lectura antes de dormir con el fin de descubrir el final de la historia, se fundió entonces en un sueño común con el personaje
protagonista, los dos deambulaban por esas mismas calles y encontraban los mismos vagabundos, las mismas mujeres ardientes
, los borrachos y los jóvenes bulliciosos, y cuando llegaron a la casa de las
escaleras crujientes encontraron a los amantes y el libro que estaba leyendo
apilado en un rincón en el que la luz de la luna serena iluminaba el rostro sonriente
de su autor en la portada, sus páginas recorrían las mismas calles por las que había deambulado con todos sus
viandantes y cuando el vagabundo conversaba entusiasmado con sus amigos,
vencido por el cansancio cerró el libro y ya con los ojos entornados, un
revoloteo de páginas le reveló el misterio,
el hombre le guiaba como a un ciego por las rutilantes calles del
ensueño, ya dormitaba complacido mientras el silencio y el tenue sopor de la
noche hundían suavemente su desnudo cráneo en la almohada.
Foto:
El sueño y la realidad. Marc Chagall
De:
Claros y Sombras
Mercedes
Vicente González.