martes, 26 de julio de 2011

EL RELATO PERFECTO












EL RELATO PERFECTO

Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos.
JORGE LUÍS BORGES

Maravilloso se extendía hacia lo más alto, imposible de alcanzar, El Relato. Yo, estiraba los brazos hacia arriba con afán y solo llegaba a ver a lo lejos, un pliego de pergamino amarillento perfectamente estructurado.
Arriba, a la izquierda, se veía un monstruo dibujado con cabeza de león, cuerpo de cabra y cola de dragón y se podía vislumbrar en él, a  la Quimera, que vomitaba fuego por la boca,  iluminando y destruyendo así, la sombra de los días, sujeta, en la esquina superior izquierda, por el Cancerbero, que lo alejaba, cada vez que yo intentaba acercarme al pliego para leer lo que allí estaba escrito.
Después de un gran esfuerzo, la luminosidad del vómito  de la fiera cegó al anciano, que soltó el pergamino  y pude hacerme con él y leer, en caracteres muy claros, escritos en rojo, “La sombra y la Quimera”, ese era el título, un poco más abajo,  perfectamente estructurado y manuscrito, se extendía el relato en todas sus partes canónicas, al menos eso me pareció a simple vista.
Tuve entonces, acceso al pliego de pergamino de aspecto espléndido y continué leyendo entre sueños…
Era el tiempo del calor asfixiante en el  mes de agosto, en el cual la ciudad inundada por el sol, apenas deja lugar  a una sombra en donde guarecerse de los rigores del verano…
De este modo  comenzaba…
Yo, deambulaba por el medio de la ciudad a esa hora desierta de la siesta, en la que las ánimas de los muertos caminan inacansables en busca de sus seres más queridos, unas, y otras, perdidas y  sin cobijo, reclaman la venganza de su asesino.
Continuaba leyendo todo el proceso del relato y un devenir incansable a través de todos los lugares conocidos, se hacía cada vez más intenso y agotador, en busca de una sombra que me diera cobijo, finalmente la encontré y me acomodé en un banco, que había sido testigo antaño de numerosos encuentros  acogedores y candorosos.
Me senté orgullosa con mi pliego de pergamino amarillento, en busca del final inminente del relato, que nunca llegaba, atrapado, en un laberinto de conceptos y aconteceres imaginarios, que sugerían una espera impaciente. El calor y la luz del sol nos habían impactado tanto a ambos, que yo me encontraba sofocada y ansiosa y reclamaba el frescor de la sombra, pero el pergamino iba iluminándose cada vez más, hasta incendiarse y delante de mis ojos asombrados, comenzó a arder, desvaneciéndose sus colores, el título, el monstruo dibujado, la introducción, el desarrollo… y… ¿el desenlace?...
Consternada comprendí que solo un desenlace era posible: el de la muerte. Acudí entonces a mi casa, me dispuse a escribir  mi sueño en el teclado y cuando desperté… contemplé preocupada, que   un puñado de cenizas surcaba mi almohada.