jueves, 20 de julio de 2017







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LA SALIDA



No habrá nunca una puerta. Estás adentro y el alcázar abarca el universo y no tiene anverso ni reverso ni externo muro ni secreto centro.
Laberinto

Jorge Luis Borges

(Dedicado a Clío)

Entré en el lugar una mañana de otoño cuando todavía bullía en mi memoria la confusión y el agotamiento. Recorrí en él sus anchos pasillos encerados y me preguntaba una y otra vez cómo saldría de allí.
Tal vez investida de gloria, tal vez derrotada y aun más confundida, largos años pasaron y el recorrido siempre era el mismo, mecanizado y autómata, inerte. Una vez fuera del recinto recorría una amplia calle poblada de pequeñas casas de barrio en las que la ropa tendida abanderaba su mezquina existencia gracias a los especuladores de antaño.
Me salían muchos gatos asustados por el tráfico insistente, al paso, incluso detenía mis pasos y mi pensamiento ensimismado, y los intentaba acariciar e incluso llegué a seguir a uno de ellos hasta un solar lleno de mugre en donde clavó su mirada en mis ojos agazapado y aterrorizado.
El paseo me llevaba directo a mi casa, aún así solía hacer alguna parada en el camino para tomar un refrigerio todavía en ayunas.
Tenía in mente algún pasaje interesante, tenía que continuar en casa mi trabajo, y me esperaba ella mi perrita de  encantadora infancia. Todos los datos del momento me zumbaban en los oídos razón por la cual desoía otra información que no se centrara en aquellos instantes en los que el encuentro con ella encendía de melancolía nuestra casa. Me necesitaba con urgencia, en mi ausencia el destrozo de las habitaciones, el llanto se me metían en el alma, la separación continua resultaba  violenta y lacerante, ella me había adoptado a mí y con su lamento parecía lamentar su error.
Así pasaron los primeros cuatro años de su vida, y cuando salíamos por la ciudad se comía a los transeúntes a besos con tal de recuperar lo suyo: su dueña, su madre, su amiga.
El tiempo se deslizó en medio de tales avatares que hacían imposible nuestra paz, como en un torbellino de acontecimientos sinsentido, nos vimos lejos de pasillos interminables, lejos de gente a la que besuquear, libres al fin de pasajes obligados y en el horizonte la línea azul del cielo nos abrió nuevas esperanzas, ya no más ausencias, ya no más sensibilidades violentadas, todo pareció tomar un rumbo diferente, a solas, en medio de vientos fuertes, y mareas gigantescas, nosotras éramos felices, la paz, la calma, el sueño, la música incesante del mar hicieron de mi ángel bueno un ser muy diferente, ya no buscaba los besos de la calle, la perrita, se dio cuenta de que en su dueña encontraba sus ansiados besos y que todo aquello que transcurría a lo largo y ancho de grandes pasillos y calles no era más que nuestra cotidiana pesadilla.
Existe sintonía entre nuevos pasajes literarios y el paisaje que nos rodea, existe sintonía incluso física entre ella, la dulzura hecha animal, y yo quizá un poco desatenta. Huye el tiempo en nuestros huesos, estamos llegando al final, los cuatro años iniciales se han alargado en nueve, cada minuto que pasa lo doblamos con nuestro instinto y amor a la vida, nuestra salud se mantiene en pie, nuestros alimentos, nuestra música, somos perra madre y perra hija, pura supervivencia, ajenas aquellas andaduras y olvidadas de todos, presentimos la salida del laberinto y mantenemos la calma sin apremios, la luz, las notas del océano, el aire que respiramos nos hace tan felices, que comprendemos que aquellos pasajes, pasillos y paisanajes no nos pertenecen ya, extrañas en medio de un mundo que nos mira con violencia amenazadora y nos regala el desprecio, siempre felices, como si ignoráramos su maldad.
¡¡No más pasillos interminables, no más violentas calles, no más intrusos en nuestras vidas!!


20/7/2017