domingo, 1 de septiembre de 2013

MUERTE Y VIDA







MUERTE Y VIDA

Esta noche lúgubre tuvo lugar el suceso.
Un hombre joven y fornido caminaba a mi lado a través de una calle estrecha y húmeda inmersa en una luz plateada que generaba las sombras de nuestros pasos. Un tumulto de gentes de toda especie se agolpaba en un bar pidiendo a gritos unas jarras de cerveza, al mismo tiempo una mujer me miró de medio lado y me dijo en voz muy alta que iba mal vestida para la ocasión.
El hombre fornido me sacó del recinto a empellones, nos internamos en unos sinuosos pasajes y nos subimos a un gran vehículo que apresuradamente él puso en marcha. Llegamos a una calle desierta en donde encontramos una puerta envejecida cerrada con un gran pasador del que colgaba un enorme candado oxidado. Una vez dentro, dos hombres paralizados por nuestra presencia permanecían adosados a la pared, uno de ellos era un joven asustado que clavaba sus pequeños ojos en los del hombre, con aire inocente como pidiendo clemencia, el otro era un hombre entrado en años con el aspecto de un vulgar matón.
El hombre fornido la emprendió a hachazos con los dos, decapitando al más joven, en medio de un gran charco de sangre extendió unas bolsas blancas e introdujo en ellas los restos descuartizados  de los cadáveres, depositando la cabeza del joven, cuarteada y ensangrentada en una bolsa aparte.
Dejó las bolsas en la parte trasera del vehículo y me obligó a conducirlo sola.
Atravesé la calle en medio de gritos de espanto y sirenas de la policía. Finalmente, resulté convicta de asesinato y el hombre fornido disfrutaba de sus vacaciones allende los mares.

Cuando desperté, un bulto grande y blanco cargaba su peso sobre mis piernas, entonces respiré con alivio, era mi encantadora perrita.

Foto: Muerte y vida Gustav Klimt

De: Silencios en Otoño.