jueves, 31 de octubre de 2013

EL RUMOR DEL SILENCIO









EL RUMOR DEL SILENCIO

la gente se mece y en la grava se pasea bajo este vasto cielo que de lomas lejanas a lejanas lomas llega.
Franz Kafka (cita)

Los antiguos antepasados miraban siempre al cielo en busca de alguna señal, de algún presagio y se los suele pintar como abuelos cansados  con una enorme  cachaba que alzan su mirada hacia él en busca de alguna esperanza, entonces, imaginaban largas historias sobre los fenómenos celestes sazonadas con acciones divinas que en el amanecer y en el ocaso invitaban al ensueño. Interpretaban el vuelo de los pájaros y en ocasiones veían en ello la señal de una buena o mala noticia, la forma de una nube, el despertar del sol y la melancolía del día que se va. Otros antiguos inventaban prodigios siderales ante la amenaza de una guerra, divinos prodigios que estremecían las almas de aquellos seres desdichados del pasado.
El cielo se confundía  con el mar, ninguna ola, ninguna nube y el sol brillaba intenso sobre el azul eterno. Un hombre grande, de aspecto amable, de mirada acuosa ya a causa del paso del tiempo, con una larga barba, tocado con un sombrero de ala ancha, caminaba cansado por la playa, contemplaba ante sus ojos un bello espectáculo teñido de azul, la luz del sol hería sus ojos  con fuerza a esas horas de la mañana, en silencio y pensativo, imaginaba con ansia otras orillas diferentes en las que arribaba el mar, imaginaba tierras en sus límites más allá del horizonte en donde una línea imperceptible se perdía en el universo, sabía que más allá del vacío del éter otros seres esperaban su llegada, como él esperaba la presencia de cualquier ser humano a su alcance.
Solía contar hermosas historias fantásticas a todos aquellos que querían escucharle y todos disfrutaban encantados con sus viejas aventuras en el mar, había atravesado el Océano en su juventud y vivido otras muchas vidas en aquellas tierras que él  coloreaba a su antojo para sus oyentes.
Un día su nieta le preguntó ¿abuelo de dónde viene el mar?, el abuelo confundido con la pregunta que se alejaba de sus fantasías, le respondió – el mar no viene de ninguna parte, está en el universo, como las montañas, los lagos, los ríos, los bosques… y la tierra solo es una pequeña porción en donde habitamos nosotros, cuando es muy grande se le llama océano, ha recibido además muchos nombres a lo largo de la historia y su inmensidad y bravura nunca ha dejado indiferentes a los poetas–. No satisfecho con la respuesta para una niña tan pequeña que imaginaba  los seres fantásticos que habitaban  en el seno del mar tal como él mismo se lo había contado, se fue en busca de un viejo atlas que guardaba en su armario cuidadosamente y le mostró a la niña el universo, como en un cuadro en el que todo estuviera perfectamente colocado, ella al paso de las páginas las tocaba y las acariciaba con sus manos y mantenía los ojos muy abiertos, su universo se ampliaba al mismo tiempo que el de su abuelo expiraba en el vacío, él sabía muy bien que esos seres fabulosos con los que que ella soñaba, eran fruto de su propia imaginación, pero cuando paseaba por la playa, como todos los hombres sobre la tierra, iba en busca de algo que calmara su impaciencia, sus anhelos, su impotencia ante semejante esplendor de la  belleza, se sentía abrumado por el cerco de la atmósfera que le envolvía en la nada de su ser, ¿cómo explicarle a la niña los presagios de ese día?
Una señal semejante a un rayo del sol  le había producido una impresión profunda y cegó sus ojos cansados en la porción de universo que pisaba,  el misterio de la vida es el arte de los sueños, se sentó a orillas del mar para escuchar el rumor del silencio que lentamente al compás de sus aguas  le fue adormeciendo en un  sueño eterno, azul como el mar azul, azul como el cielo azul, azul en  fin como sus ojos  también azules  que cerró para siempre.

Pintura: El gran mar azul en Antibes

Claude Monet

De Silencios en otoño