“Quien con
monstruos lucha cuide de no convertirse a su vez en monstruo. Cuando miras
largo tiempo a un abismo, también éste mira dentro de ti”.
FRIEDRICH WILHELN NIETZSCHE
LAS SOMBRAS DE PANDORA
La
ciudad es un hervidero de sombras y las mujeres en ella se mueven investidas de
un aire resignado y recio que solo las distingue de los hombres en sus formas
femeninas objeto de todas las miradas de
ellos que la habitan y que andan siempre a la caza de algún desliz, de algún
descuido. Se ofrecen siempre diligentes a solventar cualquier urgencia o
reparación doméstica, hacen alarde de sus facultades físicas e intelectuales
sin cesar, sus servicios siempre están a disposición de las féminas con tal de obtener
al final la recompensa que buscan.
Si
alguna mujer opone resistencia o manifiesta algún grado de indiferencia a sus
instancias, en primer lugar la acosan con violencia, luego la desprecian y
humillan y más tarde la juzgan sin piedad heridos en su orgullo de machos
desairados.
Algunos
de ellos incluso lanzan proclamas feministas con el único fin de obtener un
mayor acercamiento y justificación a sus instintos y no cejan en su empeño de
manosearlas con una proximidad impúdica y avasalladora.
Vivir
en esa ciudad significa compartir diariamente los males que salieron del ánfora
de Pandora, la envidia y la mezquindad de horribles hombres y mujeres
hambrientos dibujan un paisaje de desolación y terror y enloquecidos se mueven
en el interior de una red de estrategias que cierran cualquier salida al
exterior.
Sin
salida, y bloqueada por la muerte, presente en esos días, regresé a mis
orígenes en busca de refugio y lejanía. Los sueños se empezaron a suceder noche
tras noche y por ellos desfilaron personajes de leyenda, que revestían seres
informes y de alguna manera representaban imágenes conocidas que en ocasiones
reconocía con dificultad, unas me reconfortaban y la mayor parte de ellas me
producían inquietud y me aburrían.
Poco
a poco me iba convirtiendo en una sombra, y busqué con afán personajes más
interesantes en las páginas de mis libros, un mundo viejo y lacerante se
desvanecía por los suelos y otro mundo nuevo y fantástico alimentado por los sueños renacía de sus cenizas.
Una
mañana me desperté con la extraña sensación de un sueño, que perduró en mi
interior durante dos días con sus noches y no conseguía desembarazarme de ella,
probé a dar largos paseos, a leer un libro con placer, a buscar imágenes
reconfortantes, palabras de otros que me sacaban momentáneamente del abismo en
que me encontraba y busqué también entre otras sensaciones más agradables.
La sensación persistía en su empeño indeleble
e insistente, quise despojar mi imaginación de impresiones perturbadoras y me
asomaba sin temor al abismo desnudo y
frío, mi cabeza se hinchaba y poblada por infinidad de bultos aparecía
apepinada, mi cabellera hirsuta, mis
ojos fuera de sus órbitas se abrían espantados, una mueca horrible
distorsionaba mi boca, todo mi ser aparecía ante mis ojos como una enorme y oscura
masa viscosa, las voces presentes aturdían mis oídos, rara
vez me conmovía una música, solo el silencio del vacío me reconfortaba, vi con
estupor el paso de los años en una ciudad de hombres también vacíos que se
extendían como un desierto de arenas movedizas y me engullían sin piedad,
comprobé que de todos los sentimientos sólo uno afloraba con intensidad, el
desprecio.
¡Cuántas
veces recordé la figura de Bartleby, de Gregorio Samsa, y otros personajes de
ficción que me estrellaban sin piedad a mi condición de monstruo! Recorrí
mentalmente otras ciudades fantásticas en las que habitaban seres imaginarios
atrapados en idéntico destino, en donde las sombras de la ciudad invadían también
con tesón los claros de la esperanza.
Desapareció
la ofuscación del ensueño en el
despertar de otra mañana, cuando vi que el mar infinito se extendía a través de
mi ventana y las calles no existían para
perderse, que solo la arena bajo mis
pies me alejaría del asfalto, que el sol lucía en todo su esplendor al amanecer
y se acostaba rojizo en el horizonte, y en el momento en que hundía su masa de fuego en el agua hasta
desaparecer, la sombra de la noche se
apoderaba de mis sueños.
Mito:La mujer todavía no había sido creada. La leyenda cuenta que Zeus hizo a la mujer y la envió a Prometeo y su hermano para castigarlos por haber robado el fuego... y también para castigar al hombre por haber aceptado el don. La primera mujer fue Pandora. Fue hecha en el cielo y todos los dioses contribuyeron en algo para perfeccionarla. Afrodita le dio belleza, Hermes la persuasión, Apolo la música, etc... Así equipada, Pandora fue llevada a la Tierra y presentada a Epimeteo que la aceptó feliz, a pesar de los temores de su hermano, que no confiaba en Zeus y sus regalos. Epimeteo tenía en su casa una habitación donde guardaba algunos objetos que no había alcanzado a repartir por la Tierra. Entre ellos un baúl. Poco a poco fue creciendo en Pandora una gran curiosidad por conocer el contenido de dicha caja; finalmente, un día quebró el sello y abrió la tapa para mirar dentro. Pero en ese mismo momento escaparon de la caja una multitud de plagas para atormentar a los hombres, como la gota, el reumatismo y los cólicos para el cuerpo, y la envidia, la ira y la venganza para el alma, y estos males se repartieron por todas partes. Pandora se apresuró en cerrar la caja, pero ya era tarde, todo el contenido de la caja había escapado, exceptuando una sola cosa que yacía confundida al fondo, esa era la esperanza. Desde entonces, aunque los males nos acechen, la esperanza nunca nos deja por entero. Y mientras tengamos un poco de esperanza, ningún mal puede derrotarnos completamente
De: Claros y Sombras
Mercedes
Vicente González
Foto:
Pandora, 1863, de Jules Joseph Lefebvre