Cabestros y Calostro.
“El problema de la
mujer siempre ha sido un problema de hombres”
Simone De Beauvoir
En
una ciudad lejana una manada de cabestros me perseguía a través de unas calles
superpobladas de gentes que reían y gritaban al paso de los animales, gentes
ignorantes de todos aquellos sucesos relacionados con la vida de un alcance mayor que aquel de sus pobres
miradas.
Hombres
aquellos que no veían más que la pura apariencia, una falda bien ajustada, un
pantalón corto que deja al descubierto unas piernas bien formadas y un trasero
en su sitio, ropas nuevas, acordes con
la moda del momento, un lustre en general agradable y presentable, nada más
ante sus ojos, eso era todo, ya podían transcurrir diez mil paseos que la
reacción de esos seres siempre era única y visual, expectante y espectadora.
Como
cabestros desbocados calle abajo perseguían mis pasos en las aceras estrechas,
con los ojos encendidos por la furia, anegando cualquier criterio personal,
anegando la voz, anegando los sueños, para reducirme a la nada y al vacío, sin
hallar respuesta en mi mirada que corría ausente al albur de mejor suerte, tal
era la actitud de aquellas gentes salvajes que se retorcían en medio de su
ambición y su provecho, tal era su ignorancia y su pasión, la pura apariencia
de las cosas y devorarla con la acritud de su mirada, –el simple roce de su
tacto escuece, y raspa–, hambrientos, desatados, enfurecidos me salían al paso
todos los días con su intransigencia, un gran número de gentes que pueblan el
país con normalidad estándar, la locura está servida, ser diferente a una
generalidad la trae consigo, el rechazo de la diferencia. Me hicieron beber al
fin un cuenco rebosante de calostro caliente y repulsivo con sabor a secreción humana,
una secreción densa y amarga cercana al sabor de la desdicha, y vomité, vomité
hasta agotar mis fuerzas.
Cabestros y calostro calientes enfurecidos por
el desdén de una mirada ausente que se sumerge en los sueños y que hacen
inhabitable el tiempo de lo posible.
Una imagen nítida, en colores negros y rojos puso
punto final a esta pesadilla. De una belleza deslumbrante se alzaba hacia el
cielo con sus voces fustigadas clamando justicia y sus figuras levantaban los
brazos en actitud de clemencia, una imagen clara sobre un fondo blanco que se
confundió con la velocidad del primer rayo de sol que alumbró esa mañana el despertar.
El
cabestro es manso por ser un bóvido de una raza diferente a los de lidia y no
por efecto de la castración como algunos creen. El calostro es la segregación
de las glándulas mamarias al final del embarazo y antes de la lactancia.
Pintura:
Salvador Dalí. El espectro del sex-appeal, 1934. Fundació Gala-Salvador Dalí
De Silencios en Otoño