“Quien se miente y escucha sus propias mentiras llega a no distinguir ninguna verdad, ni en él ni alrededor de él”
Del personaje: Stárets Zosima (Hermanos Karamazov)
F. Dostoievski
UN DÍA EN LA VIDA DEL VIEJO KARAMAZOV
En
un rincón de la habitación un hombre ya anciano con la mirada ciega dirigida
hacia el infinito, sentado en su sillón, con un aire casi divino, sostenía un
libro en cada mano y escuchaba el rumor de la sala antes de disponerse a leer
en voz alta entonando al mismo tiempo una voz tierna y sosegada.
Relató
la breve historia de un hombre bondadoso y cultivado que a falta de otros
libros para leer en un día tormentoso y de desastres a sus acompañantes
analfabetos y primitivos, encontró una Biblia y se dispuso a leer, en el
transcurso de la lectura uno de ellos le preguntó si Dios hecho hombre y muerto
por los hombres, era capaz de perdonar a sus asesinos, el hombre inocentemente
respondió que sí, el terrible desastre de unas vigas apiladas en el exterior de
la estancia le estaba esperando, porque esas mismas vigas habrían de servir
para crucificarlo ellos, cuando abrió la puerta, impresionados por el poder
salvador de Jesús a quien veían encarnado en su amable lector.
Aún
resonaba en mis oídos la palabra Gospel, cuando quise saber más acerca del otro
libro posado discretamente en el suelo y que ocultaba la penumbra, me acerqué
con cautela hacia los pies del anciano, él con delicadeza lo apartó de mi vista
y me confesó que se trataba de la muy aburrida historia de una familia cuyas
disertaciones filosóficas estaban muy lejos de complacerle, en la que tiene
lugar un parricidio, en medio de relaciones tormentosas, que el personaje
central es un ser despreciable y estúpido, un anciano hedonista y nihilista,
descreído y cínico, vividor y derrochador, lujurioso y disipado que no ha sido
un padre ejemplar. Muy rico, ha apurado su juventud y madurez con absoluto
descoco y egoísmo, desentendiéndose de sus tres hijos legítimos y de uno
ilegítimo. Enterró a dos esposas y dejó a los niños al cuidado de compadecidas
tías o de bondadosos sirvientes.
Reconocí
en sus palabras el libro que me ocultaba y quise saber si ambos libros
basculaban en una balanza que me alejaba y me acercaba en el tiempo.
¿Qué
habría ocurrido si nunca ese libro hubiera caído en mis manos? ¿Acaso habría
soñado con este hombre bondadoso? En los años decisivos en la formación de una
joven adolescente, encerrada en el despacho paterno como castigo diario e
infundado, descubrí mi temprana condición de proscrita que seguía impaciente
las líneas psicológicas de su enemigo. El libro atrapó mi curiosidad de forma
que todos los días deseaba mi castigo y aceptaba complacida mi destierro.
Poco
a poco convivía en mi interior la imagen aterradora del sujeto y su entorno, y
contaba con un punto de referencia que me distanciaba de cualquier enemigo
potencial. En adelante solo una pregunta me acosaba incesante, ¿por qué me
castigaban todos los días?, consideré el hecho como una injusticia y mientras
tanto sin saberlo, me armaba para librar una dura batalla. Pero, ¿por qué
ese castigo se mantuvo siempre en lo sucesivo en cualquier lugar que habitaba?
Por
un momento desfilaron ante mí todos los viejos Karamazov que conocí en
adelante, desde mi despacho imaginario los veía perecer a todos atrapados en la
sinrazón de su egoísmo. De nada servían sus palabras aduladoras y lisonjeras,
siempre vislumbraba en ellas los entresijos del padre Karamazov. Como un
parricida hacía oídos sordos a sus llamadas de atención, consciente de que mi
condición de proscrita se había asentado en mi ser definitivamente y muchos
viejos Karamazov eran mis enemigos reales. Busqué mi castigo en el interior del
despacho que reproducía en todos los lugares que frecuentaba y cada día estaba
más segura de la falacia de los impostores.
Momentos
después le pregunté al anciano del sueño, la causa de su aburrimiento con la
historia y me respondió con pesar:
–
De una forma u otra el hombre en su condición de proscrito, mata a su enemigo
con cualquier pretexto, unos en aras de sus creencias religiosas y otros
perecen por causa de su propia mezquindad—.
En
ambos libros se comete el asesinato de un hombre, en uno, el asesinado es
considerado redentor por las gentes analfabetas fascinadas por los efectos
milagrosos de Jesús y en el otro, un hombre perece a manos de su hijo, víctima
de la sinrazón de su egoísmo. Comprendí la benevolencia del anciano que quiso
alejarme por un momento de un mundo tan evidente y me sumergí en mi sueño
durante largas horas de placer, con la esperanza de encontrar otro mundo
fantástico que me alejara de mi fatal destino.
De:
Claros y Sombras
Mercedes
Vicente González
Foto:
“La Verdad” de Jules Joseph Lefebvre (Museo de Orsay)