EL RASTRO DE UNA SOMBRA
“No
es que el poeta piense constantemente en todas las cosas del mundo, ellas
piensan en él. Están en él, lo dominan”
Hugo von Hoffmansthal
Ocurrió
una tarde generosa de invierno, el sol brillaba con esa luz tímida, mate y blanquecina que reviste los edificios
de la ciudad de un tiempo de espera, poco tiempo antes de que anocheciera.
Un
hombre caminaba lentamente y su sombra
se iba proyectando a su paso sobre las paredes, distorsionada sobre los árboles,
él despreocupado encendía un cigarrillo y el humo al tiempo que rebotaba contra
los duros muros de cemento, dejaba el rastro de su sombra en ellos, caminaba a
pocos pasos de él cuando me di cuenta de que si me aproximaba un poco la
proyección de mi sombra se fundía con la suya en un abrazo oscuro y
melancólico, sin prisa iba observando los movimientos de otros viandantes sin
perder de vista la fiesta de proyecciones que se tocaban sobre el cemento y me
hizo gracia el hecho de que nosotros nunca nos tocábamos a tan prudente
distancia.
De
pronto sentí curiosidad por el personaje y seguí tras él a lo largo del trayecto
con la intención de observar en donde la sombra finalizaba. Llegamos al fin a
un camino desprovisto de edificios, y las sombras cayeron estrepitosamente al
suelo, quise saber en dónde nos
encontrábamos pues mis pesquisas me orientaban a un solo objetivo y pronto me
di cuenta de que el hombre tenía un destino, llegamos a una verja que él abrió
con la destreza que da la costumbre de un hecho repetido, y mientras él se
adentraba en el interior me quedé a unos pasos lo suficientemente alejados para
que él no me viera, tal era el grado de intimidad que me habían proporcionado
sus sombras que decidí averiguar algo más sobre su vida. El lugar era un magnífico
Camposanto, amplio y que producía idéntica sensación de anonimato que el centro
más bullicioso de la ciudad, estaba perfectamente señalizado, dividido entre
numerosas calles a cuyos lados se asentaban tumbas y panteones cargados de
mensajes y de flores, ya las sombras cuarteadas se desvanecieron sobre los
nuevos aposentos, él tomó asiento sobre una de ellas y solo como estaba
entonaba una canción en una lengua desconocida para mi, mientras aseaba el
lugar y colocaba unas macetas refrescándolas con el agua de una fuente cercana,
daba vueltas alrededor cantando la triste canción al tiempo que una lágrima se
deslizaba sobre su rostro y fue a caer en el centro de la cabeza de mi propia
sombra que descansaba rota sobre la tumba de al lado. La noche se me venía
encima casi sin darme cuenta absorta entre las imágenes que contemplaba y mis
peregrinos pensamientos y conjeturas, volví sobre mis pasos presa de una gran
confusión y tras un trayecto ya libre de sombras llegué a mi casa y me acosté
esa noche con la esperanza ciega de que me abrazara un nuevo sueño.
Foto:
La sombra de una duda Alfred Hitchcock
De: Silencios en Otoño
De: Silencios en Otoño