HACES
DE LUZ Y SOMBRA
Orillas
del amor
Como
una vela sobre el mar
resume
ese azulado afán que se levanta
hasta
las estrellas futuras
hecho
escala de olas
por
donde pies divinos descienden al abismo…
Luís
Cernuda
Una mancha blanca de luz brillante tiende hacia
el desierto del mar, hoy se ha extendido suave y rizada sobre toda la
superficie marina para ser zarandeada por las olas. El rugido del mar encrespado ha resonado toda la noche y
resuena al despertar, el viento azota las ventanas y trae salpicaduras fuertes
de lluvia, el sueño es profundo y se aleja del tumulto de las aguas furiosas en
una estancia oscura y silenciosa arropada por una dulce melancolía, los pájaros
también han huido, llega el invierno y
azota la desolación ventosa.
Me
acosté con mucho sueño y después de leer unos poemas me sumergí entre las
sábanas, al poco tiempo comencé a caminar por calles desoladas, –ese temor me
asalta siempre que voy a dormir, cachivaches, espejos rotos, muebles viejos,
libros usados, y una luz insistente, clara y blanca ciega mis ojos atravesando
los soportales oscuros y húmedos, –imágenes que me acompañan siempre en los
sueños, hombres viajeros, mujeres que se contemplan en un espejo y mudan su
semblante en angustiosa congoja, por más que dispongo las cosas con atención
antes de sumergirme en las sombras de la noche, esa luz se extiende sobre mi
frente y me acompaña a través de esas calles anónimas, lejanía de deseos
frustrados, retazos de un tiempo vacuo. La suelo ver en las primeras horas de
la tarde sobre el mar como simple reflejo del sol en el agua, otras veces
dibuja líneas de espuma sobre el oleaje, una lucha encarnizada con las sombras
se produce en días de tormenta y siempre prevalece con esa fuerza serena que la
caracteriza.
Un
hombre seguía mis pasos en la noche húmeda, quiso acompañarme y aunque yo me mostraba distante y
somnolienta, insistía en acompañarme, decía que envidiaba mi soledad, y me
creía feliz en ese estado, –siempre vagando sin rumbo… y respirando al azar....
Ese regusto de lo inesperado y casual, que
siempre nos sorprende lejos de un mundo programado, la intensa búsqueda del
acaso, de la deslumbrante sorpresa, me acompaña siempre iluminado por esa clara
luz blanquecina. Salimos del entramado de calles y fuimos a parar a un camino
pedregoso que dañaba las plantas de los pies al pisarlo traspasando sus
punzadas las suelas de los zapatos lo que hacía aún más incomodo el trayecto. Él,
empeñado en acompañarme se excusaba una y otra vez ante mi silencio,
un silencio que yo no quería romper por nada del mundo, mientras tanto aparecía cada vez más obcecado, –siento
envidia de tus pasos, me decía, —siempre
tan sola… a mí me sonaban falsas sus frases y comenzaba a molestarme su
compañía, como yo misma dirigía mis pasos, evité alcanzar lugares solitarios y
preferí virar hacia el centro.
¿Qué
quería ese hombre? ¿Por qué era tan insistente? ¿Cómo evitarlo? El hecho de
conocernos desde aquellos años de juventud refrenaba mis impulsos con reparo y
en cierta medida me sentía obligada a escucharlo.
Un
tropel de gente entraba en un bar abierto a esas horas de la noche para solaz
de los noctámbulos, un hombre borracho canturreaba a solas tumbado en una
esquina, mujeres gritaban y llenaban la atmósfera con sus risas, perros y gatos
deambulaban desconcertados, el hombre agarró con fuerza mi brazo y parecía
disfrutar de lo que veía y hacía, yo con mi silencio roto, perdí el sentido de
la orientación y deseaba regresar a mi casa, el hombre no me soltaba, hasta que en un gesto de enfado me deshice de aquello
que oprimía mi intimidad, aceleré el paso en dirección a mi calle, y le rogué
que no me acompañara, como era un hombre obstinado todavía insistió en
acompañarme un tramo más, yo deseaba correr entonces, deseaba gritar, me
enfurecía cada vez más. Siguió un buen rato detrás de mí, ofreciéndome una
copa, entrar aquí o allá y al mismo tiempo mis pasos se aceleraban, yo sabía
que ese hombre era esa clase de hombres que invierten dinero en invitar a una
mujer con el fin de manosearla y si es posible llegar más lejos, esa clase de
hombres que se creen con derecho a todo, pertinaces y plúmbeos, que solo
persiguen su obsesión sin pararse a pensar que tal vez la persona acosada se
encuentra en otro punto del universo.
Jadeante
llegué por fin a mi casa, la bañaban haces de luz y sombras. Espejos uno sobre
otro que reflejan luces de colores llenaban de destellos la atmósfera e
iluminaban los libros envejecidos, entré
entonces en un dormir tranquilo al que solo acompañaban los sueños, solitario e
imperecedero hasta el amanecer. El ronco sonido de un mar enfurecido me
despertó y me hizo sentir la ira de un
dios amenazante que como un amante desairado clama venganza.
Pintura: Marc Chagall
De Silencios en Otoño
Pintura: Marc Chagall
De Silencios en Otoño