PACTAR
CON EL DIABLO
Pobres lo que se dice
pobres son los que son muchos y siempre están solos.
Eduardo
Galeano
Se
sentó un día cualquiera, al borde de su cama y empezó a conversar con ella en
unos términos muy convincentes que dejaban ver sus aviesas intenciones.
Que
si el mundo es así y nada lo va a cambiar… que si es “el eterno retorno de lo
mismo”... "la nada absoluta que nos arroja impenitentes al vacío"...
"el tedio"... "las doctrinas superadas"... y el “hay que
hacer”… “hay que superarse”… “hay que”… como consignas, repetidas hasta la
saciedad, con afán de negociar…
Recordó
entonces, su niñez abandonada a su suerte.
La
chabolas estaban alejadas del centro de la ciudad y olían mal, a una mezcla de
sudor y humedad en el ambiente que las hacía insoportables. Sus habitantes no
hacían nada, sentados en la orilla del río refrescaban sus pies sucios con
mugre acumulada de muchos días de andar descalzos, los niños lloraban
cuando sus madres les daban el pecho, ya crecidos y hambrientos, los hombres
con la delgadez de la desnutrición, acumulaban cartones y chatarra que luego
vendían como podían. Pucheros llenos de agua hervían, sobre fuegos
improvisados, con gachas en su interior para la comida.
Él,
que se sentó muchas veces sobre el borde de su cama, para negociar, no lo
sabía, pero allí, en esas chabolas, pasaba ella largas horas cuando una
organización parroquiana proporcionaba comida y ropa usada para llevarlo,
no existía entonces otro medio.
Los
hombres entraban en el hall de su casa, con las botas caladas hasta las
rodillas y retumbaba la madera del suelo y crujía, con sus pisadas firmes.
Empapados de agua llegaban y dejaban grandes cantidades de dinero sobre el
mostrador que habían recaudado para la empresa, excitados hablaban en voz
muy alta y siempre tenían prisa, eran unos cuantos, y ella niña aún, los
espiaba, detrás de una cortina, hasta que se marchaban, dejando atrás el
ambiente gris de la desolación. Con esa impresión que se repetía todas las
semanas, a primeros de mes, se iba a la cama, en donde entonces, nadie se
sentaba sobre el borde para negociar y se sentía tan olvidada como los pobres
de las chabolas que visitaba
Con
un nudo en la garganta y triste, hoy contempla la misma desolación de aquellos
días lejanos, que impregna su piel, en el presente, con el hedor del
hastío que produce tanto pacto, y la pobreza extrema en la que se encuentra,
harta de negociar con la muerte.
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