LA
MUJER DEL ANDÉN
Porque los hechos de los inmortales no son
en vano, tú cuídalos. Vete
ahora a tu casa y no lo descubras, yo soy
Poseidón, estremecedor
de la tierra. Odisea, XI.
Una
pareja de enamorados que se encontraba en la estación, contempló la llegada en
el andén, de una mujer frágil con aspecto de soñadora, con la sonrisa escrita en
su rostro y de mirada brillante y esperanzadora, cargada con una maleta
cuadrada y marrón, muy antigua y desgastada por los años, y un vestido largo,
hasta los tobillos que dejaba entrever su extremada delgadez, se encaminaba
hacia el vagón que la llevaría absorta y ensimismada en sus pensamientos a su
lugar de destino.
Impacientes la siguieron con la mirada
encantados con su aparición, como de otro tiempo, en medio de esos
momentos apresurados, en los que la gente se agolpa para tomar un tren.
Por
suerte para ellos, se acomodó en el asiento de una de las ventanillas situada
justo enfrente de los enamorados. Ella, ajena a sus miradas y sin
sentirse observada, emprendió el viaje que la llevaría, como a todos los
circunstantes, a un lugar cualquiera del planeta, donde nunca pasa nada.
A
veces, las apariencias más ingenuas nos deparan acontecimientos inesperados…
Iba
decidida a consumar un plan que había entretejido laboriosamente a lo largo de
los años.
En
la capital visitaría a un viejo amigo bibliotecario que guardaba celosamente un
ejemplar muy ligado a ella, que le había robado en otro tiempo y que con
la furia de la juventud, lo tomó prestado. Ella ahora, en la lejanía de
aquel tiempo, quería recuperarlo, lo añoraba especialmente porque había,
contenido en él, un mensaje que necesitaba releer y recordar antes de
desaparecer para siempre de este mundo.
Lo
encontró sumido en la miseria, ebrio de alcohol y desgastado por los años, al
verla aparecer le repuso sin miramientos, sabiendo a lo que venía, – no te
lo voy a devolver, –dijo, —el libro me pertenece ya por un derecho muy legítimo.
Ella, nerviosa y temerosa por la resolución, con la que él la había recibido, le preguntó de qué derecho se trataba, entonces él acudió presuroso en busca del libro y después de largas, larguísimas páginas en blanco, llegó a la página que buscaba afanosamente y le mostró el mensaje esperado: “Para quien me sobreviva”…... Todas las páginas restantes las había borrado el paso del tiempo.
Ella, nerviosa y temerosa por la resolución, con la que él la había recibido, le preguntó de qué derecho se trataba, entonces él acudió presuroso en busca del libro y después de largas, larguísimas páginas en blanco, llegó a la página que buscaba afanosamente y le mostró el mensaje esperado: “Para quien me sobreviva”…... Todas las páginas restantes las había borrado el paso del tiempo.
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