“Me intereso en el lenguaje porque,
me hiere o me seduce”
Roland Barthes
TELA DE ARAÑA
Anoche mientras dormía un ferviente deseo erótico crecía en mi interior en
el transcurso de un sueño. Vi por un instante a un hombre frente a un texto
intrincado escrito en caracteres muy antiguos de diminuto formato.
Encerrado en una habitación de la
que salía inquieto de vez en cuando en busca de alguna referencia, de algún
diccionario o autor cuidadosamente guardados en el depósito de libros. Salía
apresurado pero siempre regresaba reflexivo y cabizbajo, y volvía a sentarse
frente al texto con la esperanza ciega de que en algún momento se iluminaran
sus ojos, mientras tanto encontraba numerosos obstáculos que con frecuencia
nublaban su vista y lo abatían con una intensidad solo comparable a su
paciencia, poco a poco resolvía algún escollo, no hablaba con nadie y en
completo silencio proseguía su actividad frenética, la hoja en la que
trabajaba, despedía por momentos un aire divino casi místico que le mantuvo
quieto largas horas, pasó un día entero en busca de la exacta grafía de una
vocal que lo mismo podía ser una u
que una o. Poco le importaba el
tiempo en esos momentos, solo el texto frente a él era objeto de su deseo,
pasaron innumerables minutos por su reloj
y apenas reparaba en ellos, –tal
vez una huida de la muerte, un amor desmesurado bañado por un deseo infinito le
hacían presentar una batalla al tiempo con sus dos únicas herramientas: el
lápiz y el texto–.
Un día muy de mañana, lo encontraron sus compañeros dormido con la
cabeza recostada sobre su hoja y cuando lo despertaron musitó
adormilado —ya lo he resuelto.
En ese momento llegó el jefe del departamento, incrédulo, contempló la hoja
en donde había dibujado minuciosamente un caligrama que contenía las palabras
con la forma de anagramas ensartados en una
gran tela de araña, trastocadas,
formaban una red perfecta que indicaba la resolución del texto y que solo el tiempo empleado en ellas
sería capaz de descifrar.
De: Claros y sombras
Mercedes Vicente González
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