viernes, 22 de marzo de 2013

LA NIEBLA DEL BOSQUE



LA NIEBLA DEL BOSQUE


” Brota el delirio al parecer sin límites, no sólo del corazón humano, sino de la vida toda y se aparece todavía con mayor presencia en el despertar de la tierra en primavera, y paradigmáticamente en plantas como la yedra, hermana de la llama….”

“Claros del bosque”
María Zambrano

Despertaba la primavera en aquel entonces y la ciudad se mostraba alegre y bulliciosa, eran horas cercanas al mediodía cuando el sol luce radiante en todo su esplendor matutino.
Había transcurrido mucho tiempo desde aquel fatídico accidente que las reunió en el entierro de una amiga común.  Las dos amigas sentadas en una terraza entre luces y sombras se refrescaban con una cerveza y disfrutaban con un lote de libros en las manos que acababan de adquirir en una librería de viejo,
Entablaron conversación muy locuaces y con visible entusiasmo intercambiaron impresiones, unas habitaban en el recuerdo, otras eran provocadas por la luminosidad del día.
Su amiga mostraba la misma caída de ojos de antaño hundidos en grandes ojeras y cierto aire libidinoso propiciado por su desarraigo y marginación, siempre en busca de otra mujer que llegara a intimar con ella. Para ello no escatimaba recursos y acudía con frecuencia a la poesía, a relatos de insignes escritoras y siempre desplegaba sin reparo y con entusiasmo un mundo femenino en espera de alguna señal que la invitara a sentir compasión por su amiga radiante y resuelta con cierto aire de ingenuidad.
En el transcurso de la conversación se dio cuenta de que  eludía siempre el fatídico accidente en el que falleció su mejor amiga cuando ella la acompañaba en el viaje en el asiento de al lado en el vehículo,  prendada de los encantos de la conductora, –a menudo buscaba amigas con ese mismo aire de ingenuidad para su propósito–, sus comentarios eran por lo general rotundos y sazonados con un tono siniestro y perverso, constantemente ahuyentaba la presencia de cualquier hombre que se acercara a saludar, pero ese día después de tanto tiempo se mostraba discreta y recatada con cierto reparo.
Como el tiempo era propicio decidieron hacer una excursión a una zona boscosa de la provincia con el fin de pasar el fin de semana en contacto con la naturaleza exuberante de aquella zona, entre risas ilusionadas se despidieron con el fin de preparar las cosas para el viaje.
Aún quedaban vestigios del invierno y su único temor era que se les estropeara el proyecto.
A la mañana siguiente emprendieron el viaje y buscaron un claro del bosque para acampar, el día aparecía nublado y esperaban el mediodía para ver alzarse el sol que aparecía difuminado y lejano, su amiga abrigaba grandes esperanzas en ese viaje, de carácter ambicioso nada se le ponía por delante con tal de alcanzar sus objetivos y siempre tomaba la iniciativa, ella ni siquiera sospechaba sus intenciones, y pensaba que unos días lejos de la ciudad serenarían sus nervios y cansancio, caminar y explorar la zona, comer al aire incipiente del buen tiempo, leer recostada a la vera de un árbol eran todos sus deseos.
 Sin embargo la sombra de su amiga desaparecida la intranquilizaba y sentía que de alguna manera usurpaba su presencia, sin querer la comparaba con su amiga superviviente y encontraba un vacío que la inquietaba cada vez más en aquel rincón del bosque rodeada por árboles gigantescos, cada vez que se acercaba su amiga en cierto modo la rehuía y se adentraba en el bosque con el fin de disipar sus sospechas, su compañía no la hacía feliz, el deseo de huir se hacía cada vez más presente.
Al llegar la noche una leve niebla humedecía el ambiente frío que se respiraba, durmieron como un matrimonio malavenido y al despertar la niebla era densa y espesa, a su amiga no le importaba en absoluto, pero ella quiso regresar a la ciudad agobiada por las circunstancias, sentía un malestar semejante a una pesadilla, deseaba en fin alejarse de aquel lugar y no volver a verla nunca más, en ese momento se dispuso a conducir el vehículo muy compasiva.
 Se hundieron en la niebla y el terror se apoderó de ella que no veía ninguna señal que le indicara la proximidad de la ciudad, su amiga la tranquilizaba con buenas palabras y conducía sin temor a través de la niebla, el vehículo se había convertido en un encierro cada vez más claustrofóbico, el trayecto era lento y eterno, su amiga silbaba, mientras ella estallaba en un llanto impotente, veía las sombras que la envolvían, necesitaba auxilio,  el aspecto de su amiga se transformaba con la luz mortecina de la mañana y causaba espanto, deseaba expulsar de su cabeza a su amiga muerta que se le aparecía en la ventanilla como una visión alucinada, nunca olvidaría aquella excursión en compañía de aquellas sombras húmedas.
A los pocos días de llegar a la ciudad encontró otra vez a su amiga en unos almacenes cargada con sus compras y en compañía de otra amiga.
      —Puedo acercarte a tu casa en mi coche, le tengo ahí aparcado– y señaló con el dedo, una impresión desazonada recorrió su cuerpo en un instante, – no, muchas gracias prefiero ir caminando. 
De: Claros y sombras
Mercedes Vicente gonzález

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