EL
TREN Y LA EXTRAÑA PASAJERA
Siento
frío, aún contemplo la despavorida soledad de tus ojos al mirarme. Las noches
de niebla espesa con la mirada helada y húmeda, el resonar de nuestros pasos
sigilosos dentro de la catedral, tantos días caminando sobre la nieve espumosa
y crujiente, desvaneciendo imágenes, cubiertos los dos bajo el mismo abrigo, sí,
siento frío y extraño las noches tachonadas de estrellas del último verano. Veinte
años recién estrenados, los libros por el suelo que tú recogías con afán para
ofrecerme los títulos más sugerentes, “La montaña mágica”… “El lobo estepario”…
“La Gradiva de Jensen”… “Memorias de un seductor”…”Psicoanálisis del arte”… “Poemas
de amor”..., ¡cuántos cantos melancólicos se asomaron a mi mente¡ las ventanas
ensartadas en cuadrados grandes y soleadas por la mañana lanzaban sus rayos
sobre los libros abandonados a su suerte por el suelo, mezclados con calcetines
usados desperdigados aquí y allá, dejadez extrema y manos temblorosas y un
parloteo incesante y absorbente que invitaba a la huida, fotografías, imágenes
constantes de árboles solitarios, del humo del tabaco, de calles sinuosas, de
vanos profundos en la sombra, sí, poseo la memoria más atroz, la memoria de los
sentidos, la memoria de tantos años de silencio.
Estaba
aparcado en el andén como un presagio en medio de un invierno crudo y
vagabundo, ateridos de frío subimos al tren y allí estaba ella, seca encorvada,
con la tez cetrina y arrugada muy arrugada, la nariz como la tuya ligeramente
ganchuda, los ojos diminutos y la mirada cruel y dura, envuelta en un abrigo de
paño oscuro y un pequeño gorro de lana del que asomaban unas greñas que le
estrechaban el rostro, ¡yo, yo no pensaba¡ solo sentía, con la mirada fija en
la puerta corredera que me indicaba la salida, a juzgar por tus palabras mi
expresión era la del horror contenido, cuando la anciana se levantó para salir la
vi precipitarse de repente en el andén dejando
atrás el maltrecho gorro de lana, me gritaste al oído ¡no pasa nada es mi tía! Mi malestar
era visible, y empezaste a impacientarte y entonces sin más demora me acusaste
de asesinato inconsciente. No he vuelto a coger ese tren y tampoco he vuelto a
contemplar la despavorida soledad de tus ojos al mirarme, pero siento frío
mucho frío.
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