LA
OFICINA
"Hypocrite lecteur, mon semblable, mon frère!"
Charles Baudelaire
María
ha llegado tarde a la oficina esta mañana,
tenía que asistir a las nueve bien acicalada. A María se le notan los surcos
cubiertos por el maquillaje, acusan cansancio y sobre excitación me dan ganas
de coger una toalla para limpiar su rostro envejecido pero es preciso mantener
las apariencias a fin de cuentas los que la rodean no ven más allá de la
coloración de su aspecto.
La conozco hace tiempo, sé de su frustración
de antaño, pero ha decidido salir adelante y se embadurna la cara, se pone
minifalda aunque no luzca unas bellas piernas, de su boca salen exabruptos, en
una palabra ha decidido ser banal y sus pasos reflejan un vahído estúpido en la
caída de sus labios, desde mi rincón en la oficina quisiera decirle que a pesar
de todo siento algo por ella semejante al amor, pero ya es demasiado tarde no
es más que un reflejo fiel a mi persona que la observa y se apena. He salido
con éxito de mi mismo y he encontrado el anhelo del otro que me embarga y
abruma tanto como mi propia mismidad.
Con
gusto le diría: “No insistas en tocarme, hace mucho tiempo que he tocado fondo
y me juré a mi mismo no volver a hacerlo más, mejor flotar en el aire,
simplemente dejo que las cosas sean”. Los surcos de un rostro hablan por sí
mismos, encierran una historia y es difícil no vivir en armonía. A veces, la
música es una tortura insoportable sacude nuestros oídos y machaca nuestra
cabeza. Del mismo modo vienes a mi encuentro para torturarme y obligarme a
hacer cosas que no quiero. La armonía de las cosas se consigue con la mano de
un artesano, y el desenlace la mayor
parte de las veces es fatal, porque la belleza es un instante que se va y nos
suele dejar perplejos y entristecidos con ese sabor agridulce del abandono. Por
favor no quiero que me pongas música tu me has enseñado a huir hacia otro
mundo, el mundo del otro.
El
otro soy yo siempre que lo miro con detenimiento, hay días que no puedo mirarme
en el espejo y el mundo de las apariencias, el mundo de la imagen generaliza la
estupidez, tal vez solo buscas el
consuelo, de la misma manera que se usan
otros ojos, otras miradas, otras ropas, para vestirse de otro, y salir del
vacío ensimismado, de la propia mismidad que abruma y encoge, que anega y
embrutece, en el reflejo constante del espejo humano, cómo decirte entonces que
desde mi asiento me afano en acuñar una
frase para construir poco a poco un edificio de palabras. No te engañes, en
ocasiones son engañosas, lo exige la ficción, representan solapado, nuestro
estado de ánimo, entonces la página en blanco se llena de motas negras
dibujando un diagrama musical que a veces reverbera en el lector y le provoca
un cambio repentino, surgen de pronto, paisajes y veredas que iluminan una
idea. Pienso en ti con frecuencia, María, los pensamientos van y vienen para
decirnos que es mejor estar despierto, desde mi mesa de trabajo consciente de
tu indiferencia espero haberte servido de consuelo.
Un
estruendo de tacones resonaba en el despacho, ya habían llegado otras Marías,
con sus miradas desvaídas y sus surcos en la piel bien prensados, era la hora
de la reunión, me levanté de mi asiento, me dirigí a los aseos y un espejo
enorme me dirigió la palabra.
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