viernes, 25 de enero de 2013


LA OFICINA


"Hypocrite lecteur,  mon semblable,  mon frère!"

Charles Baudelaire

María   ha llegado tarde a la oficina esta mañana, tenía que asistir a las nueve bien acicalada. A María se le notan los surcos cubiertos por el maquillaje, acusan cansancio y sobre excitación  me dan ganas de coger una toalla para limpiar su rostro envejecido pero es preciso mantener las apariencias a fin de cuentas los que la rodean no ven más allá de la coloración de su aspecto.
 La conozco hace tiempo, sé de su frustración de antaño, pero ha decidido salir adelante y se embadurna la cara, se pone minifalda aunque no luzca unas bellas piernas, de su boca salen exabruptos, en una palabra ha decidido ser banal y sus pasos reflejan un vahído estúpido en la caída de sus labios, desde mi rincón en la oficina quisiera decirle que a pesar de todo siento algo por ella semejante al amor, pero ya es demasiado tarde no es más que un reflejo fiel a mi persona que la observa y se apena. He salido con éxito de mi mismo y he encontrado el anhelo del otro que me embarga y abruma tanto como mi propia mismidad.
Con gusto le diría: “No insistas en tocarme, hace mucho tiempo que he tocado fondo y me juré a mi mismo no volver a hacerlo más, mejor flotar en el aire, simplemente dejo que las cosas sean”. Los surcos de un rostro hablan por sí mismos, encierran una historia y es difícil no vivir en armonía. A veces, la música es una tortura insoportable sacude nuestros oídos y machaca nuestra cabeza. Del mismo modo vienes a mi encuentro para torturarme y obligarme a hacer cosas que no quiero. La armonía de las cosas se consigue con la mano de un artesano,  y el desenlace la mayor parte de las veces es fatal, porque la belleza es un instante que se va y nos suele dejar perplejos y entristecidos con ese sabor agridulce del abandono. Por favor no quiero que me pongas música tu me has enseñado a huir hacia otro mundo, el mundo del otro.
El otro soy yo siempre que lo miro con detenimiento, hay días que no puedo mirarme en el espejo y el mundo de las apariencias, el mundo de la imagen generaliza la estupidez, tal vez solo  buscas el consuelo, de la misma manera que  se usan otros ojos, otras miradas, otras ropas, para vestirse de otro, y salir del vacío ensimismado, de la propia mismidad que abruma y encoge, que anega y embrutece, en el reflejo constante del espejo humano, cómo decirte entonces que desde mi asiento  me afano en acuñar una frase para construir poco a poco un edificio de palabras. No te engañes, en ocasiones son engañosas, lo exige la ficción, representan solapado, nuestro estado de ánimo, entonces la página en blanco se llena de motas negras dibujando un diagrama musical que a veces reverbera en el lector y le provoca un cambio repentino, surgen de pronto, paisajes y veredas que iluminan una idea. Pienso en ti con frecuencia, María, los pensamientos van y vienen para decirnos que es mejor estar despierto, desde mi mesa de trabajo consciente de tu indiferencia espero haberte servido de consuelo.
Un estruendo de tacones resonaba en el despacho, ya habían llegado otras Marías, con sus miradas desvaídas y sus surcos en la piel bien prensados, era la hora de la reunión, me levanté de mi asiento, me dirigí a los aseos y un espejo enorme me dirigió la palabra.

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