EL RUMOR DEL SILENCIO
…la gente se mece y en la grava se pasea
bajo este vasto cielo que de lomas lejanas a lejanas lomas llega.
Franz
Kafka (cita)
Los
antiguos antepasados miraban siempre al cielo en busca de alguna señal, de
algún presagio y se los suele pintar como abuelos cansados con una enorme cachaba que alzan su mirada hacia él en busca
de alguna esperanza, entonces, imaginaban largas historias sobre los fenómenos
celestes sazonadas con acciones divinas que en el amanecer y en el ocaso
invitaban al ensueño. Interpretaban el vuelo de los pájaros y en ocasiones
veían en ello la señal de una buena o mala noticia, la forma de una nube, el
despertar del sol y la melancolía del día que se va. Otros antiguos
inventaban prodigios siderales ante la amenaza de una guerra, divinos prodigios
que estremecían las almas de aquellos seres desdichados del pasado.
El
cielo se confundía con el mar, ninguna
ola, ninguna nube y el sol brillaba intenso sobre el azul eterno. Un hombre
grande, de aspecto amable, de mirada acuosa ya a causa del paso del tiempo, con
una larga barba, tocado con un sombrero de ala ancha, caminaba cansado por la
playa, contemplaba ante sus ojos un bello espectáculo teñido de azul, la luz del sol
hería sus ojos con fuerza a esas horas
de la mañana, en silencio y pensativo, imaginaba con ansia otras orillas
diferentes en las que arribaba el mar, imaginaba tierras en sus límites más
allá del horizonte en donde una línea imperceptible se perdía en el universo,
sabía que más allá del vacío del éter otros seres esperaban su llegada, como él
esperaba la presencia de cualquier ser humano a su alcance.
Solía
contar hermosas historias fantásticas a todos aquellos que querían escucharle y
todos disfrutaban encantados con sus viejas aventuras en el mar, había
atravesado el Océano en su juventud y vivido otras muchas vidas en aquellas tierras
que él coloreaba a su antojo para sus
oyentes.
Un
día su nieta le preguntó ¿abuelo de dónde viene el mar?, el abuelo confundido
con la pregunta que se alejaba de sus fantasías, le respondió – el mar no viene
de ninguna parte, está en el universo, como las montañas, los lagos, los ríos,
los bosques… y la tierra solo es una pequeña porción en donde habitamos
nosotros, cuando es muy grande se le llama océano, ha recibido además muchos
nombres a lo largo de la historia y su inmensidad y bravura nunca ha dejado
indiferentes a los poetas–. No satisfecho con la respuesta para una niña tan
pequeña que imaginaba los seres
fantásticos que habitaban en el seno del
mar tal como él mismo se lo había contado, se fue en busca de un viejo atlas que
guardaba en su armario cuidadosamente y le mostró a la niña el universo, como
en un cuadro en el que todo estuviera perfectamente colocado, ella al paso de
las páginas las tocaba y las acariciaba con sus manos y mantenía los ojos muy
abiertos, su universo se ampliaba al mismo tiempo que el de su abuelo expiraba en
el vacío, él sabía muy bien que esos seres fabulosos con los que que ella soñaba, eran
fruto de su propia imaginación, pero cuando paseaba por la playa, como todos
los hombres sobre la tierra, iba en busca de algo que calmara su impaciencia,
sus anhelos, su impotencia ante semejante esplendor de la belleza, se sentía abrumado por el cerco de la
atmósfera que le envolvía en la nada de su ser, ¿cómo explicarle a la niña los
presagios de ese día?
Una
señal semejante a un rayo del sol le
había producido una impresión profunda y cegó sus ojos cansados en la porción
de universo que pisaba, el misterio de
la vida es el arte de los sueños, se sentó a orillas del mar para escuchar el
rumor del silencio que lentamente al compás de sus aguas le fue adormeciendo en un sueño eterno, azul como el mar azul, azul como
el cielo azul, azul en fin como sus ojos
también azules que cerró para siempre.
Pintura:
El gran mar azul en Antibes
Claude
Monet
De Silencios en otoño
De Silencios en otoño
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