UN
SUCESO INESPERADO
“El árbol no es otra cosa que una llama
floreciente”
Novalis
Una
brizna de fuego se coló en una de las ranuras del teclado del ordenador, en
cuestión de segundos un color dorado
rojizo iluminaba poco a poco las teclas, un movimiento rápido de mis manos le
dio la vuelta con el fin de que el fuego adherido en su interior se despegara con rapidez, la gente que pasaba por la calle
se detenía a observar el suceso con cara
de asombro, un frenético trajín de sacudidas, volteos, encendidos y apagados, el
aire exhalaba desde mis pulmones el desaliento y soplaba con insistencia sobre el
iluminado teclado, se me llenaron los ojos de lágrimas, una sacudida oprimió mi
estómago, mis manos, hábiles en otro tiempo, se deslizaban torpes y asustadas
sobre la superficie del aparato, un temblor de pánico sacudía todo mi cuerpo,
sin consuelo y aturdida abría mis ojos anegados en llanto para ver con sorpresa
un texto en su pantalla que aparecía a
intervalos, de repente las letras se desprendían y se deslizaban en todas las
direcciones como enloquecidas por la fiebre del fuego y su color amarillo se
llevaba los negros signos con su azote devastador y ondulante, unas mujeres en el rellano de una escalera
situada en la acera de enfrente reían con estrépito, sus carcajadas punzantes
atronaban mis oídos mientras proseguía
con la manipulación del artefacto, lo más preocupante de todo , era el texto
que se desvanecía y se escapaba y con él todos los libros allí guardados,
contemplé angustiada un juguete roto y el
ambiente hostil que me rodeaba, con los nervios crispados a causa de mi torpeza
aciaga, lo apagué , lo puse debajo de mi brazo y me dirigí a mi casa, una vez
colocado sobre su mesa habitual, lo
encendí de nuevo, el texto escrito apareció en primer lugar con todas las
letras perfectamente nítidas y quietas sobre el blanco acostumbrado, yo esperaba el intervalo del cortocircuito,
las cenizas de su destrucción, pero el
texto permanecía con obstinación en la pantalla, ejecuté otras acciones para
que aparecieran otros documentos guardados y todo funcionaba a la perfección,
el ordenador en su ambiente recobró su estabilidad, llegó entonces el sosiego,
tendí mis brazos hacia atrás en posición de descanso y respiré con alivio,
todavía unos segundos más lo apagué y lo encendí repetidas veces, con el fin
de estar en lo cierto, todo seguía en su sitio, el color dorado rojizo había
desaparecido, era el ordenador de siempre, un ejecutor ordenado de sueños, lo
apagué definitivamente, abrí la ventana esperanzada, respiré la brisa de la
tarde y la brizna de fuego encendió mi corazón
solitario.
Pintura:
El árbol de las moras 1889
Vincent
van Gogh
De Silencios en Otoño.
De Silencios en Otoño.
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