domingo, 3 de noviembre de 2013

LLUVIA DE OTOÑO






LLUVIA DE OTOÑO

Somos pobres artesanos de silencios

Llueve y la lluvia cubre el cielo con sus gotas que esconden el sol lejano y ausente, llueve y la humedad se extiende en mi rostro con pequeños leves golpes de agua, es tiempo de adioses que revelan la certeza de una existencia que se tambalea con el viento. Una bruma espesa y húmeda que recuerda el invierno.
Una mendiga está tirada en el suelo con la mano tendida en posición de pedir, su aspecto presenta un rostro bello y brillante,  días atrás la había encontrado en la misma posición y me miraba con simpatía y ternura, como sí algo hiciera que nos sintiéramos como amigas. Con mucha prisa y agobio entré a comprar algo en la tienda, unas pocas cosas necesarias, ella me miró comprensiva, poco llevaba yo en mi bolsa, y no me pidió nada, solo una sonrisa, pero este último día el trajín de la abundancia  y la premura del deseo  era mayor y mezclada con el ansía, yo quería vaciar la tienda, tantos días penosos y por fin podía arrasar con todo, los conocidos me miraban asombrados, abrían sus ojos marcados por una  indiferencia parsimoniosa y distante, unos dependientes me ayudaban,  otros me reñían porque entorpecía la circulación de clientes con sus carros, –el lugar es pequeño y angosto, todos los alimentos están amontonados, circular en su interior es una travesía concebida para pobres gentes que como yo acuden en busca de algo que llevarse a la boca, ella, tirada allí me miraba con dulzura anhelante, era la única estrella que brillaba en ese firmamento de menesterosos, con la agilidad de un gato yo cargaba bolsa tras bolsa y salía a empellones de la tienda con un peso que sobrepasaba mis fuerzas, hubo un momento, tras numerosos guiños de comprensión, en el que  la mujer mendiga me dijo en tono muy amable como si formáramos parte de un equipo de trabajo  —¿te ayudo?, comprendí que yo misma debía cargar con el fardo, le di las gracias y continué trajinando.
¡Cuántas veces había sentido sobre mi ser su cálida mirada, su expresión de tristeza cuando mi bolsa era pequeña, y su alegría luminosa cuando mi fardo de supervivencia era pesado! Me di cuenta de que de todos los presentes ella era la única que se identificaba conmigo, tal vez las ropas negras, tal vez el color de la piel y la forma de llevar el pelo, tal vez los ojos oscuros y brillantes de tristeza. Todavía hice un último viaje, no podía dejar a mi amiga allí postrada delante de la indiferencia de aquellos hombres y mujeres que como sapos saltaban en medio de la abundancia, entré de nuevo y a toda prisa recogí algunos alimentos tan necesarios para ella como para mí, y cuando salí del local se los entregué en silencio  agradecida por su presencia y colaboración. La lluvia entonces  era aún más intensa, deambulé por las calles henchida de placer y sosiego dejándome mojar, un encuentro feliz me confortaba y todo aquello que había guardado en silencio, se iluminó de pronto como si el sol asomara otra vez  sobre las terribles aguas de la playa.
Pintura: Lluvia, vapor y velocidad.
Joseph Mallord William Turner.

De: Silencios en Otoño

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