EL AVALISTA
La pura actualidad corporal en que viven los animales, su
desconocimiento de la muerte y de los recuerdos… Shopenhauer
A
veces los salvadores de catástrofes se convierten en algo inesperado y
doloroso.
Siempre
he desconfiado de la utilidad de la retórica en el lenguaje cotidiano, pero
este personaje que hacía un uso tan profuso de ella me ha acosado siempre
con ella, hasta la exasperación. Con total desaprensión se apresuró en mi
auxilio en momentos de especial dificultad. A veces en la vida nos vemos
obligados a hacer concesiones obligados por la necesidad de las cosas más
urgentes.
Era
todo generosidad y presencia, hasta que un día me propuso un negocio que me
pondría a su merced durante un tiempo indefinido, un aval para el alquiler, con
muchas reservas acepté su oferta y a partir de entonces….las visitas a mi casa
a cualquier hora, se repetían día tras día, mi perra se volvía loca emitiendo constantes ladridos
porque le odiaba especialmente, irrumpió incluso un día dispuesto a desvalijar
mi casa en busca de documentos escritos en papel y con absoluta vehemencia la
emprendió a puñetazos con el ordenador.
No salía de mi asombro y me pregunté repetidas
veces qué buscaba, qué se escondía tras ese aval que me libraba de estar en la
calle, yo, que siempre he demostrado una absoluta indiferencia por el dinero,
percibo de manera especial ese interés en los que se afanan por conseguirlo, descubrí
que él estaba convencido de que era una rica heredera.
Pasaron
unos meses y continuaba buscando una salida, el animal cada vez se
exasperaba más y más cuando oía llamar a mi puerta y me mostraba distante
y molesta, no conforme con sus indagaciones la emprendió con el animal, con
juegos retóricos de muy mal gusto aludiendo a su vejez, –ya era
muy mayor la pobre– pero conservaba el vigor de su juventud , era una auténtica fiera,
luego…¡cómo no¡ la emprendió también conmigo que nunca he manifestado el más
mínimo interés sexual o amoroso por este personaje… Un día me invitó a
su casa a comer junto con otros amigos, como se trataba de carne, me
mostré reticente, pero insistió tanto que accedí, después de comer, me dio las
sobras para mi perra.
El
animal enfermó de repente y me temía lo peor, durante tres días
inquieta, la observaba y la llevé apresurada al veterinario, iba vomitando
sangre por todas partes, finalmente, después de muchas idas y venidas, el
animal murió en mis brazos y acudieron en mi auxilio los autores de la
fechoría, dispuestos muy solícitos a enterrarla, así lo hicimos, de regreso me
acompañaron a mi casa y se quedaron un rato mirándome en espera de alguna
lágrima, algún gesto de abatimiento… muy entera y sin lágrimas les miré con
desprecio….
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