LA
CAJITA ENCANTADA
Cuando mi voz calle con la muerte, mi
corazón te seguirá hablando
El
amor rondaba mi vida, prodigando multitud de sorpresas, cuidadosamente
depositadas en mi puerta cada día.
Ajena
al principio, a tales muestras de interés, transcurría mi vida
cotidiana, sin saber muy bien de qué se trataba. Los días eran
brillantes, con olor a primavera, la actividad era intensa y cierta rutina se
había instalado en ellos y solo se veía interrumpida, unos segundos antes de
entrar en mi casa.
Aparecían
notas manuscritas introducidas en una rendija de la puerta, que me daban pistas
para informarme de alguna otra cosa depositada en mi buzón, o mensajes escuetos
que anunciaban un próximo encuentro.
Así,
llegaron a mis manos, a través de las notas, músicas variadas que anunciaban
nuevos amigos… libros novedosos para mí… con títulos sugerentes que aludían a
los acontecimientos presentes, una enorme pizarra blanca para escribir en ella
con la ayuda de un rotulador, estaba apoyada, en la pared de al lado de mi
puerta, y muchos otros objetos simpáticos, además de flores, plantas, una
enorme tarta de fresas…
Tuve
que salir de viaje, me ausenté unos días y de regreso, todavía encontré un
racimo de globos de colores adosado a mi puerta con un cartel que decía:
BIENVENIDA…
Poco
a poco me acostumbré a esos dones, sin dejar de sorprenderme y a sabiendas de
quien se trataba, estos pequeños sucesos iban siempre acompañados de encuentros
fortuitos en la calle con su artífice, que siempre me trataba con extremada
delicadeza, y buscaba de alguna manera una respuesta.
Lo
acogí sin más, sin aludir a los presentes, y esta vez quiso entregarme
personalmente el último, se trataba de una pequeña caja de porcelana
herméticamente cerrada, y me dijo: prométeme que no abrirás esta caja, hasta el
día en que llegue a tus oídos la noticia de mi muerte.
Pasó
el tiempo con todos sus avatares y traslados numerosos de vivienda, olvidé la
caja, que de forma mecánica embalaba siempre, junto con los demás enseres.
Pasaron
también muchas cosas y hubo más personas que de diferentes maneras también me
requerían, pero ninguna fue tan explícita y encantadora.
Aún
tuvo lugar un último encuentro, antes de que la noticia fatídica llegara a mis
oídos, que me llegó un día gris de febrero.
Anegada
en lágrimas y sentada en el centro de mi casa, en medio de cajas
embaladas, dispuesta para partir, encontré en el fondo de un cajón la cajita
olvidada, rápidamente la abrí y había dentro de ella una última nota manuscrita
que decía: “Siempre estaré contigo”.
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